martes, 24 de junio de 2008

Cosas que se aprenden con los años

Foto: yo, entonces y ahora
De pequeño pensaba que las “altas esferas” eran las bolas de espejitos que colgaban del techo de las discotecas y que mirábamos desde abajo como algo inalcanzable, esas que iluminaban y llenaban de magia las salas de baile en los 60-70-80.
De pequeño pensaba que cerraban las playas, porque así me lo decía mi madre, para que no pusiera pegas a la hora de irnos.
De muy pequeño yo quería que mi abuela me “despuntara” (desapuntara, borrara) del colegio, porque era mucho más feliz con ella, escuchando la radio mientras ella cosía y yo jugaba a su lado.
De pequeño soñaba que me caía a un agujero y que quedaba atrapado, y me despertaba llorando, del miedo a quedarme así, atrapado para siempre, y cuando despertaba y veía a mi hermana en la cama de al lado, me sentía feliz porque el agujero no existía.
Hace algún tiempo, no demasiado, encontré la solución a alguna de esas cosas, lo que pasa es que a veces hecho de menos las sensaciones que tenía entonces, por tener a aquellas 3 mujeres que me daban esa seguridad, no porque todo fuera fácil, si no porque ellas lo hacían fácil. Todavía me quedan dos, mi madre y mi hermana, y mi abuela vuelve de vez en cuando a mi memoria, el que creo que ya no existe es aquel niño que se dejaba sorprender por la vida.
Hoy tengo síndrome de Peter pan, será porque el 28 cumplo años.
Que tengáis un feliz día, viajeros.
Entrellat

lunes, 23 de junio de 2008

La solitude

Foto: Ensayo sobre el dolor. Junio de 2008
Hoy os voy a contar una historia tan real, como terrible. Para aquellos que no tengan ganas de escuchar algo de esas características, les recomiendo que pasen al final del texto, donde he colgado una bella canción de la cantante parisina Barbara. El video pertenece a un espectáculo del corógrafo belga Maurice Béjart, pero con permiso suyo, esta vez me interesa más que sus coreografías, la voz y la canción de Barbara, la manera melancólica, contenida y dolorosa que tiene de cantar…
Sergio, así le llamaremos, era soltero y no tenía pareja conocida. Se ganaba la vida instalando aparatos de aire acondicionado, colocando vallas metálicas, o haciendo pequeñas reparaciones en casas de algunos clientes. Todo ello le permitía salir adelante con suficiente holgura, para no tener problemas económicos, no más que la mayoría. Tenía un pequeño taller en el que guardaba todas las herramientas que necesitaba para esas tareas.
Aquel día, hace a penas dos semanas, recubrió una zona de su taller con plásticos y cartones. Las paredes, el suelo y todas las zonas donde preveía que podía manchar con su último encargo, fueron objeto de esa meticulosa tarea. Esta vez el encargo no era de nadie en particular, ni de sus amigos, ni de ningún cliente, era suyo.
Unos días antes había estado preparando un artilugio nuevo que utilizaría en este encargo. Con meticulosa habilidad, como estaba acostumbrado a hacerlo todo, cogió la careta protectora de soldar, pero esta vez no la utilizó para protegerse, ya que era la careta lo que intentaba transformar en alguna herramienta impensable. Le fue soldando por la parte interior clavos a modo de cepillo, como si una herramienta de tortura se tratara. Cuando la tuvo acabada, la dejó en un rincón esperando a que llegara el momento de utilizarla.
Cuando acabó de colocar los plásticos y los cartones, se fue hacia el rincón donde días atrás había dejado la careta y la cogió, se la colocó en la cara, con cuidado, no quería que un pequeño fallo le hiciera desistir de su tarea. Tomó del suelo una maza que había dejado preparada y golpeó fuertemente hacia su cara… En cuestión de segundos los clavos pusieron fin a su vida.
Lo encontraron muerto al día siguiente, y a pesar de lo dantesco de la escena, la Policía concluyó que había sido un suicidio, por la trayectoria de los clavos, por la fuerza con la que había sido golpeado, y por la meticulosidad con que había sido preparado todo.
Sergio era amigo de mi cuñado desde hacía mucho tiempo, compartían muchos momentos. Yo lo conocí en el bautizo de mi sobrino. Desde que me lo han contado, no he podido dejar de pensar en ello. ¿Qué pasa por la cabeza de una persona para intentar quitarse la vida? Pero en este caso ¿por qué de esa manera tan cruel, tan dolorosa? ¿Qué dolor, qué trauma tendría Sergio que tuviera que acabar de esa terrible manera? Se me ocurren muchas preguntas, y seguro que a todos los suyos todavía más, pero por desgracia se quedarán sin respuesta para siempre.
Abrazos, porque hoy, la frase “Que tengáis un feliz día, viajeros”, con la que despido siempre mis escritos, no tiene sentido, o tal vez lo tenga más que nunca.
Entrellat
(Extracto del espectáculo “Brel Barbara par Béjart” sobre la canción La Solitude de Barbara)
Nota: Este escrito no se llegó a publicar en fotolog. Me generaba demasiada inquietud, o dolor, y siguiendo el consejo de un experto en el tema no lo publiqué.

sábado, 21 de junio de 2008

Exigencia o autoexigencia

Los que tienen la suerte o la desgracia de cruzarse en mi camino, y me conocen un poco, dicen que soy demasiado exigente. Mi jefa, para decir lo mismo, dice que tengo poca cintura; y mi madre cuando era pequeño decía algo parecido, que era un cabezón; así que va a ser verdad, tanta gente no puede estar equivocada.
Sí, hoy va de egolog, o de paja mental, como diría una amiga mía. Aunque casi siempre suelen serlo en una u otra forma. ¿Para qué si no hacemos esto? Creo que en casi todo lo que hago suelo poner un nivel de exigencia bastante alto, incluso en mi trabajo (esto era un chiste). Doy todo lo que puedo, y exijo lo mismo de los demás, lo que me ha generado muchos problemas; aunque también es cierto que con los años y un par de cursillos de asertividad he empezado a relajar bastante mis niveles de exigencia, aunque a veces por ello me siento como un dibujo de mi mismo, como una caricatura, que parezco yo, pero no lo soy realmente. Supongo que es cuestión de tiempo.
¿Y porqué digo todo esto? Pues porque desde que empecé este blog, cada vez me cuesta más escribir. Cuando me pongo a actualizar siempre pienso que tengo que escribir algo interesante, algo que pueda entretener a los que pierdan su tiempo leyendo mi página, y no se sientan estafados, y así vuelvan a mi rincón un día y otro. Y cada vez me cuesta más escoger el tema sobre el que rellenar mi espacio. No es que no tenga nada que decir, que no, que los que me conocen saben que no puedo estar callado. El problema es que no sé si lo que digo pueda o no gustar.
Empecé a hablar sobre viajes, sobre mis viajes, en el sentido amplio de la palabra, porque para mí la vida es un viaje, y todos y cada uno de los momentos compartidos también lo son; y decía que los grandes viajes, en contra de lo que dicen las agencias, no son aquellos en los que haces muchos kilómetros, si no en los que haces grandes relaciones. Y eso ha sido para mí este blog, un gran viaje. He conocido gente magnífica, y algunos hasta en persona, y espero que pronto conoceré a algunos más. Me gusta pasar por las páginas de muchos de ellos y ver como “viaja” su cabecita tanto en sus fotos, como en sus textos, y ver lo que piensan. Me gusta leer entre líneas y sacar el “entrellat” (la trama?) de sus vidas y de sus sentimientos. Y espero que a la gente le pase lo mismo conmigo. Pero nunca se si lo consigo.
No me estoy despidiendo, ni diciendo que me tomo unas vacaciones, sólo pido paciencia para que pueda ir trabajando mi autoestima y así baje mi nivel de exigencia, que yo se que están relacionados, y poder seguir ofreciéndoos algo que os pueda por lo menos entretener.
Que tengáis un feliz día, viajeros.
Entrellat
PS: Gracias a Albert por este dibujo tan precioso, si queréis ver la foto original, está aquí.

miércoles, 18 de junio de 2008

Balcón Abierto

Foto: Eme y yo en un momento de la representación. Rubí, junio de 1998
Cuando empezó a sonar el piano, la piel se me erizó, y sentí como si la vida me hubiera llevado 10 años atrás, como si esas notas, acompañadas de la viola, hubieran sido la llave que encendía la máquina que viajaba a través del tiempo; y me vino a la pituitaria el olor a Carolina Herrera de la Bailaora, y el refriegue de sus enaguas mientras pasaba por nuestro lado, y el pellizco en el estómago justo antes de empezar a recitar los poemas de Federico. Y luego, mirando las caras de mis compañeros, me di cuenta que no era a mí sólo al que los recuerdos y los sentimientos habían hecho viajar hacia el pasado.
El sábado empezamos los ensayos para reponer un montaje teatral que estrenamos hace 10 años, sobre textos de Lorca, con una soprano, una pianista, una violista, 4 rapsodas y una bailarina. Mientras el piano y la viola nos introducían en el universo lorquiano, en el ambiente de la Granada de aquella época, pero sobre todo en el ambiente que se creó cuando hicimos ese montaje, fui mirando a los componentes del grupo, con curiosidad, y asumí que había habido algunos cambios desde entonces. Uno, al que decidimos dedicarle la reposición del montaje, ya no está entre nosotros, un cáncer se lo llevó de nuestro lado, y otros ya no están, porque tal vez no debieron estar nunca. Me pareció curioso, porque todos los que ahora estaban en este ensayo en uno u otro grado son amigos míos, y me planteé cómo había llegado yo hasta allí...
Si en la representación que daba por acabada mi licenciatura de interpretación, aquellas dos chicas que ahora también están en este montaje no hubieran reparado en mí, nada de esto estaría pasando, y hoy no estaría escribiendo estas líneas. Aquella decisión suya de escogerme para nuestro primer montaje profesional, suyo y mío, y mi osadía de aceptarlo, nos ha llevado a años de trabajos en común, a ilusiones vividas en conjunto y también a decepciones, por qué no decirlo, que nos han servido para mejorar. Han ido pasando por nuestra re-cámara muchos actores, músicos, cantantes, escultores, pintores y artistas, en general; algunos han ido convirtiéndose en amigos, otros ya lo eran, y algunos otros no lo llegaron a ser, por diversos motivos.
Con este pequeño viaje en el tiempo, me ha vuelto a venir a la cabeza la trascendencia de las pequeñas decisiones que tomamos en la vida. Tal vez si no hubiera aceptado aquel primer papel, hoy no seguiría haciendo teatro en esta pequeña compañía, tal vez me hubiera dedicado a la interpretación exclusivamente, y hoy sería un reconocido y famosísimo actor, o quien sabe si tal vez lo hubiera dejado definitivamente. Lo que es seguro es que toda esa gente maravillosa, no formarían parte de mi pequeño universo, y que Lorca se hubiera perdido un grupo de admiradores, que ahora se vuelven a asomar juntos y llenos de ilusión, como hace 10 años, a ese “balcón abierto (1)”.
Que tengáis un feliz día, viajeros.
Entrellat
(1) Balcón Abierto es el título de un poema de Lorca que da título al espectáculo.

domingo, 15 de junio de 2008

La colonia

Foto: Colonia controlada de gatos frente a la Iglesia de San Lorenzo. Venecia. junio de 2007
Justo ayer hizo un año, mientras paseaba en góndola por Venecia, y disfrutaba del entorno, de la compañía, de las canciones y de los comentarios del gondolero, pasamos por delante de la Iglesia de San Lorenzo, y nos comentó que allí estaban enterrados Marco Polo y su familia. Buen sitio para que reposen tus restos, pensé. Era una iglesia poco agraciada y con la fachada sin acabar. Estaba situada en una plaza, un campo como dicen ellos, uno de los laterales de la cual daba al canal por donde pasábamos. No había turistas, sólo nosotros, porque el lugar está un poco alejado de las rutas habituales y era a última hora de la tarde, casi oscurecía. Me llamó la atención la cantidad de gatos que había en ese campo. Al fondo vi unas casetas, y unos recipientes con comida, y me acordé que Italia es uno los países que tienen mejor resuelto el tema de los gatos en la calle. Son los primeros que establecieron las colonias controladas y el resultado ha sido muy bueno. Se ha compaginado el derecho de los ciudadanos a no sufrir molestias por los animales, con el innegable derecho a la vida de estos.
Esta mañana, mientras paseaba a mi perra por los jardines de los alrededores de casa, he visto un cartel colgado en una farola que decía algo así como: “las palomas son portadoras de enfermedades, tienen muchos parásitos, destruyen el entorno y atraen a las ratas. No les de de comer. Además está prohibido por la ordenanza municipal”.
Trabajo diariamente en temas de animales, y sé lo complicado que es hacer entender a las personas, que con buena voluntad guardan sus restos de comida para alimentar a los animales de la calle, que lo que hacen es una buena acción, pero que acarrea consigo muchísimos problemas. A la mayoría no les importa que los vecinos les llamen la atención, lo hacen a escondidas e incluso cambian los horarios en los que alimentan a los animales para no ser vistos. Una señora que alimentaba una colonia no controlada de gatos, gastaba su dinero en ponerles anticonceptivos en pastillas para que no fueran procreando. Además dejó de ir de vacaciones porque no tenía a nadie que alimentara a “sus gatos”. No quiero imaginarme hasta donde debe estar el marido de esta señora.
Es cierto, alimentar a los animales en la calle, hace que la colonia, ya sea de palomas o de gatos, crezca desmesuradamente, y lo haga de manera descontrolada, si hay alimento empiezan a procrear de manera exponencial; y hace que se propaguen entre ellos enfermedades, algunas de las cuales son trasmisibles al hombre.
Desde el punto de vista social, yo me pregunto qué mueve a esas personas a hacer este tipo de acciones, por qué renuncian a su libertades personales para pasar a depender de esos animales. Seguramente canalizan muchos de sus vacíos hacia esa actividad, dando ese cariño que muchas veces no pueden dar a nadie más hacia los animales.
Que tengáis un feliz día, viajeros.
Entrellat

miércoles, 4 de junio de 2008

Cosas oxidadas

Foto: Puerta del Jardín Botánico. Barcelona, 20 de mayo de 2008
Colecciono cosas oxidadas, y aunque algunos dicen que tengo la casa llena de trastos, sobre todo mis tres hermanos, siempre me ha parecido que esos objetos cubiertos de herrumbre, son como algunos de los abuelos que hay en la residencia de al lado de mi casa, que parecen haber tenido una vida importante, llena de historias para contar, pero que ahora ya nadie se acuerda de ellos, y por eso están allí, en el desván, como las cosas sin valor, oxidándose cada día un poco más.
Empecé mi colección casi sin querer, con una llave que encontré en el desván de casa. Mi madre y yo estábamos vaciando un armario para desmontarlo, y apareció al retirar una cajonera. Estaba allí en el suelo del armario, con un trozo de cinta adhesiva pegado, que había dejado de tener su función adhesiva hacía ya muchos años. Parecía que la llave había estado enganchada a la parte de atrás de la cajonera durante mucho tiempo, porque una huella color ámbar del tamaño de la cinta y con el espacio justo de la llave había aparecido en la madera. Mi madre y yo nos miramos la una a la otra, sin decir ni una palabra, pero preguntándonos en nuestro interior qué puerta abriría esa llave; y lo más importante quién la habría puesto allí, ya que la cinta dejaba claro que la llave no había caído por error detrás de la cajonera.
Mi madre sin decir nada, le arrancó la cinta adhesiva y se la guardó en el bolsillo de la bata que llevaba para estar por casa. Nunca más volví a saber nada de aquella llave hasta que al cabo de unos meses, por casualidad, la encontré en le cubo de la basura. Supongo que mi madre la había tirado, cansada de darle vueltas a la cabeza y de no obtener ninguna respuesta.
La recogí, le quité los restos de fruta que tenía por encima y con un algodón que mi madre tenía para limpiar metales, le quité el oxido. Luego me arrepentí de haberlo hecho; porque el robín era lo que me gustaba de la llave, lo que le imprimía el carácter antiguo, y lo que luego me sirvió de acicate para coger de la calle cualquier objeto oxidado, que pudiera tener una historia que contar.
Me imaginaba que mi abuela la había puesto allí, para que nadie la viera, y que aquella llave abría una puerta que escondía algo muy secreto, en algún sitio desconocido; y eso le daba un carácter aventurero y misterioso a aquella señora que en sus últimos días había perdido la razón, y nos amenazaba diciendo que había sido espía de Franco, y que si no nos callábamos vendrían a buscarnos para llevarnos al cuartelillo. Y entonces mi madre y yo le dábamos la razón como a los locos, y le decíamos: sí, abuela, sí, ya callamos, y la abrazábamos con mucho cariño, agradeciéndole todo el sacrificio que había hecho por nosotros durante su vida, y nos manteníamos calladas hasta que la abuela se volvía a quedar dormida en su sillón.
Que tengáis un feliz día, viajeros.
Entrellat
PS: Gracias a Ruty por sus objetos oxidados. Si tenéis un momento, pasad por la página de esta gran fotógrafa Israelí, que siempre nos regala los sentidos con su experiencia y su trabajo.