jueves, 23 de septiembre de 2010

Primeros días de otoño

Ha llegado el otoño, avisan los diarios, pero los árboles­ -que no saben de calendarios- miran al sol que aparta las nubes y se empeña en seguir viniendo; los árboles con las hojas que todavía están en sus copas siguen protegiendo con su sombra al suelo y a la gente que se cobija bajo ellos. Más adelante, cuando el frio haya llegado y se fije dolorosamente en las cortezas de los troncos, como apretándolos, las dejarán caer para tapar el suelo, para protegerlo con una capa fina y frágil de hojas muertas, como si de una manta se tratara. Pero a pesar de que los árboles insistan en dejarlas caer, el viento y los hombres-jardineros se empecinarán en retirarlas, en dejar el suelo desprotegido, sin tener en cuenta lo que desde siempre han pactado los árboles y el suelo. Durante el buen tiempo los árboles tomarán de éste su alimento y cuando el frio empiece a dejarse caer lo protegerán con su manta de hojas, y cuando los primeros rayos de sol vuelvan a insistir, el suelo dejará que las hojas que se han ido pudriendo encima de él le penetren para servir a los árboles de alimento, otra vez. Ese es el pacto que los hombres y el viento han roto sin saberlo. Pero el suelo, sin embargo se conforma con las raíces de los árboles que lo retienen en un abrazo incesante, y se conforma también a pesar de que los árboles, por culpa del viento y de los hombres no hayan cumplido con su parte del pacto, a pesar del desgaste constante. Se conforma, pero no entiende por qué los hombres en un trabajo inútil le quitan las hojas en otoño y cuando vuelve a hacer buen tiempo, le regalan con nutrientes hechos a base de hojas muertas de otros árboles.

Que tengáis un buen día viajeros.