jueves, 5 de febrero de 2009

Donde yacen los recuerdos

Foto: Collage con fondo de cielo de Madrid. Febrero de 2008

La noche anterior, mientras cenaba y disfrutaba de la compañía de aquellos dos amigos a los que hacía meses que no veía, Salvador había escuchado con atención la anécdota que Ícaro y Arturo le habían explicado, pero a pesar de que la habían vivido juntos fue incapaz de recordarla. En ocasiones le había pasado algo parecido, y si bien al principio no recordaba aquellas historias compartidas, luego las revivía con todo lujo de detalles; pero esta vez había sido diferente. Esta vez no había sido capaz de recordar nada.
Al principio pensó que el vino ingerido durante la cena había sido el culpable de su olvido, pero al día siguiente tampoco logró recordar aquella historia que sus amigos le habían explicado. Se había esforzado en escarbar entre sus recuerdos para encontrar aquel momento al que se habían referido, aquella visita a la casa que compartían en la playa, acompañados de todos los miembros del grupo de teatro, pero nada. Conocía aquellas personas, a todos los protagonistas de aquella historia, pero era incapaz de ubicarlos en algún momento concreto de aquel fin de semana, en alguna acción concreta que le llevara a desenredar la madeja. Conocía el sitio, había sido su segunda residencia durante bastantes meses; pero al día siguiente, tan sólo tenía en la memoria lo que le habían contado sus amigos la noche anterior, no podía recrear ninguna de las imágenes de aquel entonces.
Aquel vacío había entristecido mucho a Salvador, porque veía perdida parte de su vida, de sus recuerdos. Siempre había pensado que lo único que realmente uno tiene son esos recuerdos y las vivencias que ha tenido. El resto - lo material - podía ir y venir, unas veces se podía tener más y otras menos, pero los recuerdos, siempre serían nuestros, al menos eso creía Salvador, al menos hasta aquella noche.
Salvador los había reunido en su casa para contarles que el Alzheimer se había ido a vivir con él, que se había instalado en su pequeño rincón, como él le llamaba, pero no quiso que la alegría que había sentido al volverlos a ver de nuevo, se emborronara con una noticia triste, y se olvidó también de contárselo. Pensó que había tenido suerte, porque Arturo e Ícaro le habían regalado, a parte de su cariño y su compañía, un viejo recuerdo que había podido recuperar del olvido; pero estaba triste, porque sabía que muchos de aquellos momentos desaparecerían de su mente para siempre, que irían a parar allí donde yacen los recuerdos que no tienen dueño.
Que tengáis un buen día, viajeros.
Entrellat

4 comentarios:

Anónimo dijo...

memento

Anónimo dijo...

Siempre me han sorprendido los "fallos" de memoria. Nosotros, de hecho, somos memoria.

El sábado pasado olvidé mi PIN de tarjeta bancaria. Me pareció increible haberlo olvidado. Aún hoy no lo recuerdo y eso que lo tenía de hace años; he tenido que pedir otro.

No obstante, si la cosa es anecdótica y puntual, puede hacer gracia. Si se trata de algo degenerativo, ya no.

podi-.

sirenovarado dijo...

Calidad humana de quien escribe y de quienes se describe...

modesus dijo...

Lo que le pasó a "podi" me suena... una vez al encender el movil me quedé en blanco, no era capaz de recordar el pin,pasada la jornada laboral llegué a casa y busqué donde lo tenia anotado. Al verlo me pareció un número nuevo, no me sonaba de nada.La verdad es que no me hizo niguna gracia.
Que miedo da poder perder los recuerdos.
Besos