domingo, 17 de febrero de 2013

"Bent" repite en la Sala

 
 
Si os pensabais que os ibais a librar de nosotros os habéis equivocado. Volvemos otra vez. Sí, sí. Este fin de semana volvemos a La Sala otra vez. Dos funciones más.
 
Aprovechamos estas líneas para dar las gracias a todos los que han venido a vernos, que son muchos. Ha sido un éxito de público, casi todas las funciones con el cartelito de “no hay entradas”. Pero no sólo eso, si no que hemos recibido además unas grandes críticas por diferentes canales. Gracias otra vez.
 
No os canso más. Si no habéis visto nuestro montaje, o si queréis volverlo a ver aquí tenéis los detalles:
 
“Bent” de Martin Sherman  
Teatre municipal “La Sala” - C. Cervantes, 126 de Rubí (Barcelona)
 
Sábado, 23/02/2013 a las 21h
Domingo, 24/02/2013 a las 18:30h
 
Un poco más de información en la página de "La Sala" (en catalán)

¿Nos vemos?

Saludos,

Fran Rueda en nombre de La Càmara Teatre – Rubí.

viernes, 8 de febrero de 2013

La Càmara Teatre-Rubí emociona...


 
El diario de Rubí ha dicho esta maravilla de nuestro espectáculo: "La Càmara Teatre-Rubí emociona con el estreno de Bent"
 
 


Bent, una meravella

Joaquim Conca nos vino a ver y ha dicho lo que podéis leer en la foto. Gracias Quim.


jueves, 31 de enero de 2013

Representaciones de "Bent" en Rubí


 
Parecía que no llegaría nunca, pero ya está aquí el estreno de nuestra producción "Bent". Una obra que nos ha llevado mucho tiempo preparar, pero que ahora ya está calentita y en el horno para salir mañana al escenario del Teatre municipal “La Sala” (C. Cervantes, 126 de Rubí).

El estreno será mañana día 1 de febrero de 2013, y el resto de representaciones serán los días 2, 3, 8, 9 y 10 de febrero de 2013. Los horarios viernes y sábados a las 21h y los domingos a las 18:30h.

No hace falta que os diga que nos gustaría contar con vosotros para cualquiera de esas representaciones –bueno, para el día 1 no, que ya está lleno.

Comentaos que el aforo es muy reducido y que si estáis interesados en venir valdría la pena reservar o comprar las entradas anticipadamente. Aunque no es necesario, ya que se pueden comprar en el mismo momento, si lo hacéis por adelantado os ahorráis que se os quede cara de alpargata cuando la taquillera os diga “no quedan entradas”.

Bromas a parte, si queréis reservarlas y recogerlas el día de la representación, podéis hacerlo llamando al teléfono del Ajuntament de Rubí, 935 887 000 extensión 4424 (Servei de Cultura). Si las queréis comprar por adelantado, lo podéis hacer en les taquillas del mismo teatro, todos los viernes de 18h a 21h.

Un poco más de información en la página de "La Sala" (en catalán)

No hace falta que os diga que estamos deseando re/encontrarnos con todos vosotros.

Saludos,

Fran Rueda en nombre de La Càmara Teatre – Rubí.

lunes, 28 de mayo de 2012

El vuelo de P. Ícaro



Ayer estuve haciendo parapente en Organyà. A parte de una experiencia increible, me traje una historia para contaros:

El vuelo de P. Ícaro


Pedro sonrió mientras miraba la carpetilla donde estaban guardadas su reserva y una tarjeta de la agencia. La chica que lo atendió, después de mostrarle un video con las instrucciones básicas de lo que tenía que hacer, había anotado en la cubierta la inicial de su nombre y su primer apellido: P. ÍCARO.
PÍCARO —leyó él.
Hacía mucho tiempo que nadie le había llamado así. En realidad, recordó, solo lo había hecho su abuelo, mientras le daba un azote, más lleno de cariño que de reprimenda, cada vez que lo pillaba robando las almendras del huerto del vecino.
Subió a la camioneta donde estaban todos los aparejos para el vuelo y se abrochó el cinturón. Aun no se habían subido los otros participantes, ni siquiera el conductor. Pedro miraba insistentemente hacia el maletero de la camioneta que estaba abierto, esperando que los otros compañeros acabaran de poner sus mochilas. En tan solo dos minutos se giró incontables veces, hasta que sus compañeros de vuelo y el propio conductor entendieron que podían seguir la conversación en el coche, que era el momento de iniciar el ascenso a la montaña para que pudieran volar en parapente.
A pesar de que el paisaje durante el ascenso en coche hasta el punto de salida era espectacular, Pedro iba callado en el asiento de atrás de la camioneta. Los otros voladores no dejaban de hablar sobre cómo se imaginaban aquel momento, sobre las indicaciones que la instructora les había explicado en la agencia, sobre cuándo había que salir corriendo, o sobre el momento en el que había que encoger las piernas para sentarse cómodamente y disfrutar del vuelo.
«No nos han dicho nada del aterrizaje»­—apuntó uno con una risa un tanto histérica. «No te preocupes por eso, ahora os lo explicarán todo arriba: el despegue, el aterrizaje y todo lo que necesitáis saber sobre el vuelo»—dijo David, el conductor del cuatro por cuatro, que también resultó ser uno de los pilotos acompañantes del parapente.
 Pedro estaba preparado, con el casco puesto, el arnés y una especie de mochila que durante el vuelo haría las veces de asiento. La vela del parapente estaba estirada en el suelo, a unos metros por detrás de él, como si fuera la sombra que luego proyectaría desde las alturas, las cuerdas también estiradas y el monitor enganchado a él con un arnés, casi como dos siameses. Estaban esperando a que el viento fuera favorable. 
—Un, dos, tres. ¡Corre!—gritó el monitor.
El pellizco en el estómago que hasta ese momento había sentido Pedro, mientras escuchaba las indicaciones de David y esperaba a que el viento les indicara el momento justo de empezar a volar, ahora había desaparecido. En vez de eso sentía una alegría enorme.
Empezó a correr, pero el viento le empujaba hacia atrás, tal y como le habían advertido que pasaría, pero a pesar de eso siguió corriendo hasta que el parapente recogió la corriente de aire y se elevó. Pedro siguió moviéndo las piernas, como corriendo en el aire, hasta que el monitor le dijo que las encogiera. Lo hizo y con un movimiento seco de los pies, el monitor le colocó el asiento para que disfrutara del vuelo y Pedro se sentó cómodamente.
De pequeño había soñado que en el colegio, cuando sonaba el timbre que le obligaba a regresar al aula tras el recreo, bajaba por una pendiente y sin saber cómo, se elevaba unos centímetros del suelo. Pedro miraba a su alrededor, pero nadie lo estaba mirando. Y así estuvo durante unos cuantos días. Pedro se elevaba cada día, pero nadie se daba cuenta de su logro, y eso que cada vez se elevaba unos cuantos centímetros más. Se sentía triste, porque nadie sabía que él podía volar.
Un día se acercó a dos de sus compañeros de clase, que estaban jugando y  se lo contó.
—Puedo volar—dijo casi en voz baja.
— ¿Cómo?— dijo uno de sus compañeros.
—Que me puedo levantar del suelo, un poco—dijo Pedro suavizando su hazaña, porque sabía que no lo iban a creer hasta que lo vieran.
—Estás loco—dijo el otro chaval, mientras le daba un empujón—. Déjanos en paz.
—No os lo creéis, pues ahora veréis—dijo Pedro, mientras se colocaba delante de ellos y se concentraba—.  ¿Qué, ahora también decís que estoy loco?— dijo con una sonrisa de satisfacción, como si lo hubiera logrado, porque en su mente había conseguido levantar el vuelo otra vez, pero en realidad sus pies no se habían movido ni un centímetro del suelo.
 — ¿Te estás riendo de nosotros?— dijo el compañero de Pedro—. Anda, lárgate o te parto la cara.
— ¿No lo habéis visto? A lo mejor es porque estamos en plano. Vamos a la cuestecilla del campo de futbol y ya veréis.
—Tú eres gilipollas—. Dijo el otro, mientras le daba otro empujón que lo tiró al suelo—. Lárgate de aquí o te pegamos una hostia.
Pedro se levantó y se marchó a jugar a otra parte del patio, mientras pensaba que estos niños no lo querían como amigo porque no lo habían visto volar.  ¿Quién no iba querer ser su amigo sabiendo que volaba? ¿Quién no lo iba a querer en esas condiciones?  
    Pedro recordaba ese sueño como si hubiera sido ayer. Miró hacia atrás y vio al monitor que manejaba el parapente y le sonrió con los ojos llenos de lágrimas. Suerte que las gafas oscuras camuflaban su emoción, pensó. Ahora sí que tenía a alguien que le había visto volar. 
— ¿Estás bien?—le preguntó el monitor.
—Sí. Sí, muy bien—dijo Pedro, mientras pensaba en aquellos dos compañeros y en los otros que también se habían reído de él, después. Le hubiera gustado en ese momento pasar por encima de ellos con el parapente y decirles que sí podía volar, que no había sido tan solo un sueño. Pero inmediatamente se giró y vio las montañas a su alrededor y miró hacia abajo y vio el valle a sus pies, y notó el viento en la cara, y se sintió tan feliz como cuando había conseguido volar por primera vez en su sueño. Y pensó que no era necesario que aquellos dos le vieran, que la felicidad estaba dentro de sí mismo y no en la aceptación de los demás. Y siguió disfrutando de su vuelo y de su nueva sensación de libertad.


(A Maria, porque también soñaba con volar; a Emilia, porque voló con nosotros haciendo realidad nuestros sueños, a Manu, porque siempre volamos juntos, y a mi madre, porque me enseñó a volar con los pies en el suelo.)

sábado, 17 de diciembre de 2011

Frida por horas

Foto: recorte del diario
El jueves pasado uno de mis relatos cortos obtuvo el primer premio de la tercera edición Concurso de relatos cortos del Diari de Terrassa. Ya os podéis imaginar cómo me siento de contento. Este es el relato:
Frida por horas

Desde la ventana de su habitación, Ana miraba el manzano sin hojas del jardín. La ropa completamente negra y las lágrimas que resbalaban por su cara le devolvían el dolor y el vacío por la muerte de su marido. Bajo aquel manzano había enterrado a Frida, la perra que viajaba junto a él en el coche cuando tuvo el accidente de tráfico, y luego, dos meses después, cansada e incapaz de tomar una decisión sobre el destino final de los restos de su marido, había esparcido las cenizas de él bajo el mismo árbol. Ahora las manzanas iban cayendo al suelo día tras día, pero ya nadie las recogía.

A parte de la tristeza, su marido le había dejado en herencia la hipoteca de la casa y alguna que otra deuda más, que, una vez agotados los ahorros, Ana difícilmente podía pagar con su precario sueldo de camarera. Hacía seis meses había intentado vender la casa y comprar algo más pequeño para ella y sus dos hijos, pero cada vez que miraba el manzano del jardín, inmediatamente la idea de la venta dejaba de tener sentido.

Ana volvió a correr las cortinas y siguió vistiéndose. El color negro de aquella ropa le hizo sentirse como una viuda vestida de luto, pero cuando levantó la cabeza y se miró al espejo, el sujetador de cuero negro, aquella falda tan corta llena de tachuelas y la gabardina también de cuero negro, la empujaron a la realidad. Ana cogió el collar de pinchos de Frida y se lo puso en el cuello. Aquel collar de perro era el complemento que daba el toque final a su uniforme, lo que le daba fuerza para representar su personaje. Ahora le tocaba defender a ella a sus cachorros, que dormían plácidamente en el piso de abajo. Ahora, tal y como se podía leer en la sección de contactos del diario, ella era Frida por horas.



domingo, 2 de octubre de 2011

"Muti" por el foro



El pasado 12 de marzo, Silvio Berlusconi debió enfrentarse a la realidad. Italia festejaba el 150 aniversario de su creación y en esta ocasión se representó en Roma la ópera Nabucco, de Giuseppe Verdi, dirigida por el maestro Ricardo Muti.

Nabucco evoca el episodio de la esclavitud de los judíos en Babilonia, y el famoso canto "Va pensiero" es el canto del coro de esclavos oprimidos. En Italia, este canto es un símbolo de la búsqueda de la libertad (en los años en que se escribió la ópera, Italia estaba bajo el imperio de los Habsburgo).

Antes de la representación, Gianni Alemanno, alcalde Roma, subió al escenario para pronunciar un discurso en el que denunciaba los recortes del presupuesto de cultura que estaba haciendo el Gobierno, a pesar de que Alemanno es miembro del partido gobernante y había sido ministro de Berlusconi. Esta intervención del alcalde, en presencia de Berlusconi que asistía a la representación, produjo un efecto inesperado.

Ricardo Muti, director de la orquesta, declaró al "Times": "La ópera se desarrolló normalmente hasta que llegamos al famoso canto "Va pensiero". Inmediatamente sentí que el público se ponía en tensión. Hay cosas que no se pueden describir, pero que uno las siente. Era el silencio del público el que se hacía sentir hasta entonces, pero cuando empezó el "Va Pensiero", el silencio se llenó de verdadero fervor. Se podía sentir la reacción del público ante el lamento de los esclavos que cantan: "Oh patria mía, tan bella y tan perdida." Cuando el coro llegaba a su fin, el público empezó a pedir un bis, mientras gritaba "Viva Italia" y "Viva Verdi". A Muti no le suele gustar hacer un bis en mitad de una representación. Sólo en una ocasión, en la Scala de Milan, en 1986, había aceptado hacer un bis del "Va pensiero". "Yo no quería sólo hacer un bis. Tenía que haber una intención especial para hacerlo" - dijo Muti -. En un gesto teatral, Muti se dio la vuelta, miró al público y a Berlusconi a la vez, y se oyó que alguien entre el público gritó: "Larga vida a Italia!". Muti dijo entonces: "Sí, estoy de acuerdo: "Larga vida a Italia", pero yo ya no tengo 30 años, he vivido ya mi vida como italiano y he recorrido mucho mundo. Hoy siento vergüenza de lo que sucede en mi país. Accedo, pues, a vuestra petición de un bis del "Va Pensiero". No es sólo por la dicha patriótica que siento, sino porque esta noche, cuando dirigía al Coro que cantó "Ay mi país, bello y perdido" , pensé que si seguimos así vamos a matar la cultura sobre la cual se construyó la historia de Italia. En tal caso, nuestra patria, estaría de verdad "bella y perdida". Muchos aplausos, incluidos los de los artistas en escena. Muti prosiguió. "Yo he callado durante muchos años. Ahora deberíamos darle sentido a este canto. Les propongo que se unan al coro y que cantemos todos el "Va pensiero". Toda la ópera de Roma se levantó. Y el coro también. Fue un momento mágico. Esa noche no fue solamente una representación de Nabucco, sino también una declaración del teatro de la capital para llamar la atención a los políticos.

Por si no funcionaba el video inicial, en el enlace siguiente se puede vivir ese momento mágico, lleno de emoción.


Que tengáis un buen día, viajeros.

Fran

Nota: Anteayer llegó este texto a mis manos y debido a la grandeza de lo que explica, os lo reproduzco tal cual

viernes, 17 de junio de 2011

Llovizna

Foto: Presentación del libro Llovizna. De izquierda a derecha Juan Pablo Villalobos, Edson Lechuga y Emiliano Monge. 15 de junio de 2011
Llovizna. Con este título, uno espera algo ligero, algo suavón o algo con lo que pasar el rato. Pero igual que la llovizna, que parece que no moja y al cabo de un rato acaba calándote hasta los huesos, así fue la presentación del libro de cuentos de Edson Lechuga en la librería la Central de Barcelona: una llovizna de atenciones, de generosidad y cariño por parte de sus compañeros y amigos Juan Pablo Villalobos y Emiliano Monge hacia el creador esas 13 historias que pasan del humor a la tragedia y de lo absurdo a lo concreto.

Edson, mi maestro, porque así lo ha sido y lo es, estaba arropado y bien arropado por esos dos escritores mexicanos en la presentaron de su libro. Lechuga dijo —por supuesto con la boca muy pequeña— que si alguna vez teníamos que presentar un libro nuestro no eligiéramos a dos mexicanos, que podrían arruinarte el acto. Pero lejos de eso, Villalobos y Monge, en un alarde de ingenio y comicidad se añadieron a Lechuga y entre los tres hicieron que saliéramos de allí con un ejemplar de Llovizna en las manos. Creo que se agotaron, porque el atril que antes del comienzo del acto mostraba el camino hacia la cripta con un ejemplar de Llovizna, a la salida dicho ejemplar había sido substituido por otro del anterior libro de Lechuga “Luz de luciérnagas”.

Me reí mucho y me gustó volver a escuchar a mi maestro leyendo un fragmento de un cuento suyo. Y no solo leído, también interpretado. Y no soy el único que gustó del acto, entre los tres crearon un ambiente en la cripta de la librería que hizo que todos los asistentes nos fuéramos de allí con una sonrisa en los labios.

Conozco a gente que cuando come se va dejado en el plato lo mejor para el final, yo no. Soy impaciente. He aparcado lo que estaba comiendo.leyendo (*) y me he puesto con Llovizna, y antes de acabar ya os lo recomiendo.

Que tengáis un buen día, viajeros, y a ti, Edson, gracias por Llovizna, por esas gotas de agua a veces fresca y a veces cálida, pero que siempre van bien, ahora que llega el calor.

Fran

(*) Los que hayan leído Luz de luciérnaga entenderán que el punto entre estas dos palabras es un guiño al estilo de Lechuga. Él utiliza este recurso literario para de dos palabras crear una nueva.

martes, 24 de mayo de 2011

Indignados, pero no mucho

Foto: La acampada de los Indignados en Terrassa. Mayo de 2011
Dos días antes de las elecciones una amiga me envió un correo en relación a los Indignados del 15 de mayo, que decía lo siguiente: “Qué alegría, se ha despertado la sociedad”. Y yo le respondí: “Qué suerte, vuelvo a creer que no todo está perdido. Una vez más la juventud es la que apuesta, la que arriesga, la que lucha por un futuro mejor”.
Pensé que ahora teníamos una gran oportunidad de explicar a los políticos, y no sólo a los que gobiernan ahora —que también—, si no a todos los que han estado y a los que vendrán, que no estamos de acuerdo con la manera de hacer política. Que no estamos de acuerdo en que se congelen las pensiones, o se rebaje el sueldo de los funcionarios, y se hagan recortes indiscriminados en Sanidad y en Educación, mientras que el sueldo de los políticos y los consejeros sigue creciendo, camuflado entre pluses y gastos por participar en comisiones, etc. Que no estamos de acuerdo en que se aumente la edad de jubilación a los 67 años, mientras que ellos con sólo dos legislaturas —y no hace falta acabarlas—, ya tienen derecho a una pensión vitalicia, que además no es incompatible con otros trabajos. Que la corrupción no sólo no perjudique a los políticos que la practican o la permitan, si no que los encumbra en mayorías absolutas que nada harán para que este tipo de actitudes dejen de perpetuarse en el tiempo. Y como estas, muchas cosas que este estado de derecho, lleva escribiendo en renglones cada día más torcidos.
Hoy, dos días después de las elecciones, y que conste que no tiene nada que ver con el resultado —que también—, mi parecer es otro. En vista de lo poco que han concretado, de lo poco que han propuesto, me temo que este movimiento inspirado en las revueltas de Egipto, o de Túnez, que tanto han conseguido para aquellos países, y para el resto del norte de África, se quedará en una foto como la de arriba, en blanco y negro, para la historia, para llenar otra página de los anuarios con lo que pudo haber sido otra revolución de mayo, pero que se quedó en tan sólo una acampada.
Que tengáis un buen día, viajeros.
Fran

sábado, 7 de mayo de 2011

La IX Fira Modernista de Terrassa

Foto: Un momento de la Fira Modernista. Terrassa, mayo de 2010

Parece que fue ayer, cuando mis compañeros de trabajo, los de la oficina del piso de abajo, empezaron a preparar la primera Fira Modernista. Nadie sabía qué era aquello, ni lo que iba a significar para la ciudad. “Una tontería más”—pensaban algunos. El tiempo pone las cosas en su sitio y esta feria se ha convertido en el acto más importante de primavera de toda la comarca y me atrevería a decir que ha desbancado a la Fiesta Mayor de la ciudad, en cuanto a participación popular.

Este fin de semana se celebra la novena edición. No dejes que te lo cuenten. Ven a verla. Hay muchas actividades y cada vez más gente prepara sus propios vestidos y se pasea por la ciudad con trajes de la época. Además está lleno de visitas guiadas dramatizadas por los edificios modernistas más emblemáticos de la ciudad.

Aquí os dejo el link por si queréis echarle un vistazo. Yo estaré por aquí. ¿Nos vemos?

Que tengáis un buen día, viajeros.

Fran

lunes, 2 de mayo de 2011

Vacío y sin brillo

«Los zapatos están un poco sucios —pensé. Tendría que haberles dado brillo antes de subirme; pero con la esponja no. No, no, con la esponja no, que reseca la piel, que me lo han dicho a mí. Mejor con la crema. Sí, sí, mucho mejor. Y luego una cepillada enérgica. Con fuerza, ahí. ¿Qué hago, bajo? No, no, mejor no. ¿Y si me caigo? No, no. Quita. Quita.»
El señor de los zapatos sin brillo llevaba un rato largo allí de pie, sin decir nada. Estaba agarrado de la barra que sujetaba la barandilla al techo. Siempre había pensado que aquella barra era innecesaria, que el arquitecto la había puesto allí más por ornamento que por otra causa, pero en aquel momento le vio la utilidad. Le ayudaba a permanecer allí, de pie, sin miedo a caer por error. A pesar de que sus intenciones eran claras, no quería caer al vacío por una ráfaga de viento, o por un temblor de rodillas sin que él lo hubiera decidido. Era él el que tenía que escoger el momento exacto para saltar.
La barandilla era muy estrecha. La parte de obra estaba acababa con un gres beige claro, casi blanco que imitaba la piedra y rematado con un tubo de acero brillante. La parte metálica aumentaba la sensación de seguridad desde el balcón, pero una vez subido encima, la hacía menos practicable, menos estable; claro que la barandilla no había sido diseñada para estar de pie encima de ella.
«¡Uf! Me empiezan a doler ya los talones —continué pensando. No hay demasiado espacio para poner los pies. No es demasiado cómodo estar aquí. Dirigí la vista hacia abajo. Una señora me estaba mirando desde la calle, mientras atravesaba el paso de cebra. Me empecé a poner nervioso. No quería que la desconocida empezara a gritar y echara por tierra mi pretensión de lanzarme al vacío. Por su mirada, no supe si tenía miedo de que resbalara, me cayera y me matara o de que le pudiera caer encima de ella. ¿Y si me bajo, limpio los zapatos y luego vuelvo a subir? Creo que sí. Mejor me bajo y ya luego, si eso…»
Se dio la vuelta para bajar, agarrándose cuidadosamente de la barra, pero el pie izquierdo se le había dormido y cuando levantó el derecho para girar, no consiguió sostener el equilibrio y se precipitó al vacío. La mujer empezó a gritar. Se quedó allí parada, en medio de la calle, ajena a los dos coches que esperaban a que ella pasara. Empezaban a pitar, porque sus dueños eran ajenos también a lo que pasaba en las alturas. La mujer tenía los ojos cerrados y en un gesto tan impulsivo como absurdo se había puesto las manos en la cabeza para protegerse. No se había percatado que el señor de los zapatos sucios había conseguido agarrarse del tubo de acero con las dos manos y que permanecía allí colgado.
El propietario del primer coche se bajó, se acercó a la señora y le preguntó si le pasaba algo. La señora señaló hacia el balcón, casi sin atreverse a mirar. Cuando el hombre volvió a preguntar si se encontraba bien, después de haber mirado hacia las alturas sin ver nada, ella miró hacia arriba. El señor de los zapatos sin brillo ya no estaba subido a la barandilla, ni colgando de ella. La señora del paso de cebra miró a su alrededor, intentando buscar a alguien que explicara por ella lo que había pasado, algún otro testigo, pero nadie parecía haber visto nada. Entendió entonces que iba a ser difícil que la creyeran y sin hacer más comentario que un «estoy bien, gracias» se dirigió hacia la acera y continuó camino a casa, medio aturdida. El señor la siguió con la vista y cuando giró la esquina se subió al coche y desapareció calle abajo. Mientras tanto, siete pisos más arriba, en el interior del apartamento, el señor de los zapatos sucios les daba brillo con un paño, enérgicamente.
Los últimos datos oficiales revelan que en 2008 hubo en España 3.457 suicidios, una cifra que por primera vez superó a los fallecidos en accidente de tráfico (3.021). Eso significa una media de nueve suicidios diarios. Llama la atención que de ese total, el 77,4% fueron hombres (2.676), frente al 22,6% de mujeres (781); pero todavía llama más la atención, o por lo menos a mí, que los medios de comunicación y los gobiernos pongan toda su atención en la violencia de género, o en los accidentes de tráfico y ninguna, absolutamente ninguna, en los temas relacionados con el suicidio.
Que tengáis un buen día, viajeros.
Fran

jueves, 14 de abril de 2011

A por la tercera

Hoy hace 80 años que se declaró la segunda República en España. Y yo me pregunto, ¿para cuándo la tercera? ¿No os parece que hace falta un revulsivo en nuestro país, otra revolución que cambie la mentalidad de las personas y nos lleve limpiar los gobiernos, la política y la convivencia? Ingenuo de mí, a lo mejor la cosa funciona al revés, primero se tiene que generar esa mentalidad revolucionaria para que se crea necesario el cambio. Mientras eso pasa, seguiremos soñando con la tercera.

Salud y fraternidad, viajeros.
Fran
Foto: Yo, en una manifestación por la III República. Madrid.

domingo, 27 de marzo de 2011

A los ratones maricas les gustan los musicales

El viernes, mientras desayunaba, cayó en mis manos un ejemplar de prensa gratuita del diario ADN. Entre los temas que tocaba hubo uno que llamó mi atención: ¿Gay por la falta de serotonina? Científicos chinos modifican la orientación sexual en ratones macho. En dicho artículo se argumentaba que, según un estudio de dos científicos del instituto Nacional de Ciencias Biológicas de Pekín, que fue publicado esta semana en la revista Nature, la serotonina tenía una incidencia directa en la orientación sexual de los ratones. Y se preguntaban si sería aplicable a los humanos.
Si bien los humanos con bajos niveles de serotonina pierden la libido, parece ser que los ratones macho privados de dicha substancia, tan sólo pierden el interés por las hembras. La fuerte libido se mantiene intacta, aunque se reconduce el objeto del deseo, o se diversifica.
Los ratones machos faltos de serotonina a los que se les introducía en la jaula otro ratón macho, tardaban poco más de ocho minutos en intentar tirárselos, mientras que los que tenían un nivel normal de serotonina, después de media hora seguían sin querer ligar con sus congéneres. Pero no sólo eso, si en la jaula se introducían machos y hembras, los ratones con poca serotonina trataban de montar a los machos en un 80% de las ocasiones, cuando en condiciones normales de serotonina el porcentaje era del 20%.
Los científicos concluyeron entonces que dicha substancia "es crucial para la preferencia sexual masculina en ratones". Pero todavía fueron más allá. Los ratones machos, que tienen como método de cortejo una especie de serenata, dirigían también las canciones a otros machos cerca de un 10% del tiempo. Lógico, también. Por todos es sabido el interés de los maricas por los musicales.
Después de leer el artículo tuve que recoger mis ojos del suelo, porque de abrirlos tanto ante la sorpresa de lo leído, se me habían salido de las cuencas.
Decir que si a los ratones les quitas la serotonina se vuelven maricas, es como decir que la homosexualidad tiene arreglo. Sería casi como decir que si a los rubios les hubiera llegado un mayor aporte de melanina, serían morenos. Y digo “casi”, porque mientras que si afirmamos esto para los rubios, no estaríamos diciendo que la “rubiez”, la calidad de rubio, se puede curar; porque nadie se plantea “curar” a un rubio, sin embargo esa misma afirmación sobre la serotonina en los gais sí apunta a esos derroteros. Sugiere que la “gayez”, la calidad de gay, se puede curar añadiendo tan sólo un chorrito de serotonina.
Y yo me pregunto: ¿por qué en un país donde oficialmente no hay homosexuales, se dedican a financiar con dinero público estudios como éste? ¿No sería mejor dedicar todos estos esfuerzos a paliar las desigualdades sanitarias que existen el país, donde el sistema nacional vigente es el fundado a principios de la década de 1950, y en el cual las zonas rurales quedan prácticamente desprotegidas? Por no hablar de derechos humanos, que no saben ni siquiera lo que son.
Que tengáis un buen día, viajeros.
Fran

domingo, 13 de marzo de 2011

Amigos y otras categorías

Foto: Manu y yo, con los amigos que hace más tiempo que conservo.

Hace años, cuando era niño, si conseguía hablar con otro chaval en el parque dos veces, ya era mi amigo. La cosa era así de fácil. En el colegio ya era un poco más difícil. Tenías muchos amigos y entre ellos tu mejor amigo. En esta categoría podían entrar dos o tres niños, pero sin que se enterasen entre ellos. Si por aquellas cosas de la vida se enteraba uno de que tú se lo habías dicho al otro, te preguntaba enfadado: «Me ha dicho Rodri que es tu mejor amigo. ¿Pero no era yo?» Y ahí tenías que inventarte una nueva categoría. «No, pero tú eres mi mejor-mejor amigo, pero no se lo digas a Rodri». Y se iba contento a pavonearse delante del otro niño con su nuevo estatus.
Hoy en día la cosa se ha complicado. O a lo mejor es que tenemos más tiempo vivido a nuestras espaldas y por tanto conocemos a más gente, y a esa gente hay que clasificarla en grupos. Así somos los seres humanos, todo lo tenemos que clasificar. Aparte de los amigos de toda la vida, los mejores amigos y los mejores-mejores amigos del colegio, se han introducido en nuestras vidas nuevas categorías: los ciberamigos, los follamigos, o los perramigos.
Los ciberamigos —todos los conocéis— son aquellas personas con las que hemos contactado principalmente por internet, ya sea en chats, en blogs, en el facebook, que parece que conocen mucho de nuestra vida porque tienen acceso a nuestras fotos, a nuestros perfiles, pero que en realidad con la mayoría nos une bien poco. Que uno tiene 500 amigos en facebook y piensa: «coño, el día que me case, como los tenga que invitar a todos, voy a tener que alquilar el Palau St. Jordi».
Los follamigos —no sé si es necesario explicarlo, porque su nombre es bastante explícito— son aquellas personas a las que sólo se llama cuando empieza a picarnos el gusanillo, y no me refiero al gusanillo del hambre. Son aquellos que cuando los llamas piensas, «ostras tengo que llamarlos más veces, para tomar un café, sin que haya sexo, para que no se note que sólo los llamo cuando me da un calentón», pero que cuando acabas, se queda sólo en un «bueno, si eso ya nos llamamos».
Y luego están los perramigos, que son esas personas que están al final de la correa que ata a los perros con los que se detiene el tuyo para olerles el culo. Si bien son personas a las que no hubieras saludado nunca al cruzártelas en la plaza, queda raro que mientras ellos se huelen el culo, el sexo e intentan montarse el uno al otro tu estés ahí parado y callado. Así que al final acabas saludándolos: «Hola. Cómo son estos perros, siempre pensando en los mismo, eh? Jaja. Qué directos» O acabas hablando de lo gordo que está el tuyo, o de lo nervioso que es el suyo. «No, no está gordo, es que es así la raza» Lo curioso es que si las ves por la calle sin el perro, te cuesta reconocerlas. «¿Quién era esa que nos ha saludado?»— preguntas a tu pareja, que también saca a tu perro de vez en cuando. «La dueña del Killer, que pareces tonto»— te responde, como si no tuvieran nombre.
Yo, la verdad, me quedo con mis amigos, los de siempre, los que me hacen feliz, y a los que no necesito ponerles etiquetas.
Que tengáis un buen día, viajeros.
Fran

viernes, 21 de enero de 2011

Re-conocimiento (I)

Cuando los amigos, la familia, o la gente que nos conoce dice de algo nuestro que “está bien”, que “es bueno”, tenemos la tendencia a relativizar su opinión. “Claro, lo dicen porque me quieren”. Ahora bien, si es el jurado de un premio literario el que dice que un relato nuestro es bueno, ya es otra cosa. Entonces la autoestima, que estaba escondida debajo de todos nuestros complejos y atrapada entre la vergüenza y el miedo al ridículo, empieza a dejarse ver. Entonces conocemos lo que otros ya re-conocían, que vamos por buen camino.
Todo esto para deciros que el 17 de diciembre de 2010, el jurado del II Concurso de Relatos breves del Diario de Terrassa, otorgó el tercer premio a mi relato “Calla que vienen”.
El relato es una versión reducida, las bases del concurso así lo requerían, del relato completo que pudisteis leer en mi blog hace un tiempo.
Que tengáis un buen día, viajeros.
Fran
Foto: Recorte del Diari de Terrassa

Re-conocimiento (II)

Re-conocimiento (y III)

sábado, 15 de enero de 2011

Zachari –Narciso- Logan

No, no soy crítico de arte, ni licenciado en bellas artes, ni siquiera tengo la mirada tan acostumbrada al arte como para estar lo suficientemente preparado para hacer una crítica de la obra de nadie. Pero siendo fiel a lo que hasta ahora ha sido este blog, me creo con el derecho de hablar de cualquier cosa que llame mi atención; y por eso dedico unas líneas a este curioso artista. Curioso no por su persona, que seguramente también lo debe ser —no lo sé, lo desconozco,— si no por su obra.
Zachari Logan —para los que no lo conozcan, lo de Narciso lo entenderán ahora,— es un artista canadiense que utiliza exclusivamente su cuerpo como motivo de sus obras. En su página web personal, —os aconsejo que le echéis un vistazo luego,— podréis ver cómo Logan insiste en decir que sus obras no son fotografías, y hace bien, ya que el hiper realismo al que “somete” su obra engaña a la vista, tanto que los lienzos de gran tamaño en los que “retrata” su cuerpo, parecen fotografías, auto retratos en este caso.
En esta misma página sitúan la inspiración de la obra de Logan en el Neoclásico, el Renacimiento o incluso el Barroco, por el heroísmo y el narcisismo que se puede encontrar en las escenas de género histórico. Ignorancia la mía aparte, creo que no hace falta llegar a esos niveles para justificar, ni entender la obra de Logan. Nos creemos en la obligación de justificar el narcisismo, como algo malo, como algo que entorpece en el normal desarrollo de la personalidad humana. Pero el narcisismo lo invade todo. O acaso, ¿no es narcisista escribir una entrada como la mía en el blog, pensando que mi opinión, lo que yo pienso, pueda interesar a alguien?
No negaré que es curiosa la manera que tiene Logan de relacionarse con el mundo, intentando comprenderlo a través de su propio cuerpo, a través de unas narraciones maricas auto-ansiosas, como él mismo define su obra, pero lo que sí os digo es que no hace falta entenderla, solo hace falta disfrutarla.
Que tengáis un buen día, viajeros.
Fran
Foto: Logan, delante de una de sus obras

jueves, 23 de septiembre de 2010

Primeros días de otoño

Ha llegado el otoño, avisan los diarios, pero los árboles­ -que no saben de calendarios- miran al sol que aparta las nubes y se empeña en seguir viniendo; los árboles con las hojas que todavía están en sus copas siguen protegiendo con su sombra al suelo y a la gente que se cobija bajo ellos. Más adelante, cuando el frio haya llegado y se fije dolorosamente en las cortezas de los troncos, como apretándolos, las dejarán caer para tapar el suelo, para protegerlo con una capa fina y frágil de hojas muertas, como si de una manta se tratara. Pero a pesar de que los árboles insistan en dejarlas caer, el viento y los hombres-jardineros se empecinarán en retirarlas, en dejar el suelo desprotegido, sin tener en cuenta lo que desde siempre han pactado los árboles y el suelo. Durante el buen tiempo los árboles tomarán de éste su alimento y cuando el frio empiece a dejarse caer lo protegerán con su manta de hojas, y cuando los primeros rayos de sol vuelvan a insistir, el suelo dejará que las hojas que se han ido pudriendo encima de él le penetren para servir a los árboles de alimento, otra vez. Ese es el pacto que los hombres y el viento han roto sin saberlo. Pero el suelo, sin embargo se conforma con las raíces de los árboles que lo retienen en un abrazo incesante, y se conforma también a pesar de que los árboles, por culpa del viento y de los hombres no hayan cumplido con su parte del pacto, a pesar del desgaste constante. Se conforma, pero no entiende por qué los hombres en un trabajo inútil le quitan las hojas en otoño y cuando vuelve a hacer buen tiempo, le regalan con nutrientes hechos a base de hojas muertas de otros árboles.

Que tengáis un buen día viajeros.

miércoles, 18 de agosto de 2010

Premios Darwin

Foto: El cura de los globos iniciando el “viaje”

(fuente: internet)

“Hay dos cosas infinitas, el universo y la estupidez humana y de la primera no estoy seguro”.
Así sentenciaba Albert Einstein la enorme capacidad del ser humano de cometer estupideces; pero a pesar de establecer una relación tan clara entre la estupidez y la raza humana, fue Charles Darwin quien en 1985 sirvió para dar nombre a estos curiosísimos premios, los Darwin Awards.
Los premios en forma irónica, se basan en la teoría que la humanidad mejora genéticamente cuando algunas personas sufren accidentes, muertes o esterilizaciones, ocasionados por la estupidez humana, o como ellos dicen “por un error absurdo”.
Destacable es uno de los premios de 2008, el del cura de los globos. Un sacerdote brasileño, que para recaudar fondos para una buena acción, se atavió con 1000 globos de los de fiestas infantiles, llenos de helio y empezó a surcar los aires. El cura desapareció y nunca más se supo de él. Días más tarde se encontraron restos de globos en alta mar y algunos por la playa. Seguramente se fue a visitar a su jefe.
Otro de mis favoritos es el llamado "The Enema Within", según la cual un hombre murió por intoxicación etílica después de haberse introducido dos botellas de 1.5 litros de jerez por vía anal. Creo que este hombre entendió mal lo de “ponerse hasta el culo de alcohol”.
Que tengáis un feliz día, viajeros.

domingo, 27 de junio de 2010

Un día de playa

Foto: Mi hermana y yo bañándonos en un rio, la Riereta, cuando todavía era posible hacerlo. Alrededor de 1970
—Todavía no, un rato más—intentaba decir desde la cama, pero en lugar de eso tan sólo era capaz de emitir un sonido prolongado, casi lastimoso, entre gruñido y quejido.
Levantarse a las cinco y media de la mañana hubiera sido terrible para un niño de seis años, si aquel madrugón no hubiera tenido como contraprestación lo que vendría después.
No entendía por qué había que levantarse tan pronto para ir a la playa.
«Si todavía es de noche» —pensaba mientras me quedaba unos segundos sentado en el borde de la cama, como atontado. Miraba al infinito, situado en la pared de enfrente, pintada de color verde, mitad de pintura de aceite, para evitar que se manchara con las manos sucias de mi hermana y mías, mitad de pintura plástica. Tal vez sí que pronunciaba aquellas palabras, pero eran tan ininteligibles que parecían un pensamiento.
Mis padres llevaban ya rato levantados, preparando todo lo necesario para que la jornada fuera lo más cómoda posible. En unas cestas tejidas con fibra de nylon, mi madre metía los platos, los vasos, los cubiertos y el resto de utensilios que íbamos a necesitar durante el día, y lo más importante: el menú, que casi siempre consistía en tortilla de patatas con cebolla de primero, y pollo con tomate frito de segundo. Un menú que aguantaba muy bien el calor y los inconvenientes que tiene el comer al aire libre, pues en el chiringuito —al que entonces llamábamos merendero— en el que alquilábamos una mesa con dos bancos de madera, no había dónde calentar la comida. Era a principios de los setenta y a pesar que el microondas ya estaba inventado, todavía no era de uso común en los hogares, y mucho menos en los chiringuitos de playa.
Aunque a veces estaba cocinando cuando me levantaba, mi madre casi siempre preparaba la comida el día anterior. A esas horas de la mañana, sólo se dedicaba a colocarla en fiambreras de plástico —lo que ahora llamaríamos tapers— para que aguantara lo mejor posible el trasporte. También preparaba la nevera con los refrescos recubiertos de hielo, que garantizaba el frescor hasta por lo menos la hora de la comida. A veces en la nevera había una botella de plástico llena de agua que mi madre había metido en el congelador el día anterior. Esa botella tenía doble función, pues con el hielo que se había formado en el interior las bebidas que la acompañaban se mantenían frescas y, cuando el contenido de la botella se había empezado a descongelar, teníamos agua fresca para el resto del día. Otras tareas importantes de las que también se encargaba sólo mi madre antes de salir de casa eran las de preparar las bolsas con las toallas y el flotador, hacer las camas, recoger el pequeño piso, y prepararnos la ropa que teníamos que ponernos mi hermana y yo.
Mi padre, mientras tanto, se asignaba como única tarea la de dar paseos por la casa, nervioso como un león enjaulado. Como mucho se dedicaba a mover de un sitio a otro las bolsas que mi madre iba dejando preparadas.
—Ya verás como llegamos tarde. Verás como perdemos el autocar— replicaba mi padre automáticamente, respondiera lo que respondiera mi madre a sus insistentes preguntas sobre la hora qué era.
Mi atontamiento duraba poco, enseguida dejaba paso a una actividad frenética y llena de ilusión. La energía aparecía de la nada en cuanto recordaba para qué nos levantábamos a esa hora. Me quitaba el pijama rapidísimamente y me enfundaba el bañador, y a continuación los pantalones cortos y la camiseta, y para terminar las sandalias de goma de color carne, que había dejado mi madre al lado de la ropa. Odiaba aquellas sandalias porque siempre acababan haciéndome rozaduras en la parte del empeine, donde la hebilla rozaba con la piel, pero a pesar de eso me las ponía con gusto, porque las asociaba a las alegrías que vendrían después. Mientras tanto mi hermana también hacía lo propio con su bañador, su vestido corto y unas chanclas de goma azul. Yo envidiaba aquellas chanclas, me gustaba el ruido que hacía mi hermana cuando caminaba y las chancletas le golpeaban el talón: cla, cla, cla. Pero aquel ruido y ese tipo de calzado estaban destinados sólo a las niñas. Para nosotros los niños, estaban reservadas las horribles cangrejeras de color beige.
Cuando llegábamos a la playa, el autocar nos dejaba cerca de un merendero. Acarreábamos los bártulos hasta allí, colocábamos las bolsas con la comida y la nevera encima de la mesa que nos habían asignado y lo cubríamos todo con un hule que hacía doble función, la de cubrir y proteger nuestras bolsas llenas de comida y la propia de un hule, la de hacer de mantel cuando llegaba la hora de comer. Nadie temía que nos robaran la comida, o que se llevaran la nevera llena de bebidas.
Reservábamos la mesa para que a la hora de la comida no nos encontráramos con la sorpresa de que estuviera todo ocupado. Esos momentos, que en realidad duraban tan sólo unos minutos, se me hacían eternos, porque las ganas de llegar a la arena habían esperado ya demasiado. Quería volver a sentir el frio inicial que atraviesa el cuerpo desde la planta de los pies hasta el cogote, recorriendo la espalda al pisar la arena húmeda a primera hora de la mañana, y volver a tener la piel de gallina durante unos segundos, y aquel olor a sal, que incluso cuando lo siento ahora, en la actualidad, me devuelve a aquellos momentos.
Me pasaba todo el día jugando y riendo con mi hermana, entrando y saliendo del agua, haciendo castillos, jugando con la arena y revolcándome, y cuando estaban a punto de cerrar la playa, o eso nos decía mi madre para que nos marcháramos sin replicar a la hora que habían acordado con el conductor del autocar, nos volvíamos a poner la ropa con el bañador todavía mojado. Casi siempre acabábamos con los talones y el bañador llenos de chapapote —al que nosotros llamábamos alquitrán—. No sabíamos siquiera que venía de la limpieza de los barcos petroleros que veíamos pasar por el horizonte. Luego, al llegar a casa, mi madre nos lo limpiaba con un trapo viejo empapado en aceite, y no pasaba nada.
Habíamos Jugado durante horas al sol, y qué más daba si al día siguiente se nos caía la piel a tiras, porque nadie nos había dicho que había que ponerse crema protectora, ¿qué era eso? Bueno, sí, era esa crema de color blanco que daban ganas de comérsela porque olía a coco, con la que se untaban el cuerpo las extranjeras. Tal vez por eso mismo, hasta años después no empezaríamos a utilizarlo con asiduidad.
Y al llegar a casa, no puedo olvidar aquel gustito que me quedaba en el cuerpo, la sensación del baño que nos daba mi madre, a mi hermana y a mí. Después nos untaba el cuerpo con un poco de crema Nivea. Nos la aplicaba directamente desde aquella caja de aluminio azul con letras blancas. Aquella crema, que era demasiado espesa y mientras nos la restregaba por la espalda enrojecida dolía un poco, era milagrosa. Servía para todo, para hidratarnos y para quitarnos las rojeces del sol. Luego nos ponía el pijama y nos metía en la cama.
Durante aquellos últimos minutos, la poca energía que me quedaba, la que no había consumido en la playa, se iba apagando y mientras me quedaba dormido, me sentía la persona más feliz del mundo, y el escozor que tenía en la espalda me lo iba recordando durante varios días.
Que tengáis un feliz comienzo de verano, viajeros.

miércoles, 14 de abril de 2010

La primera librería II

¿Alguien se acuerda de cuando hice un “fake” conforme mi libro se iba a presentar en una librería? Si alguien quiere leerlo que haga clic aquí, aunque la verdad es siempre más interesante. Sí, sí, sí. Este viernes presento mi libro en la librería “El Racó del Llibre” de Rubí. Aquí os paso la invitación por si estáis interesados en acudir al acto. Para los que sean de fuera y no lo entiendan, os traduzco a continuación. No hace falta que os diga que estáis todos invitados al acto. El Racó del Llibre os invita a la presentación del libro de Fran Rueda, licenciado en interpretación por el Institut del Teatrre de Barcelona.

Hora: 19:30 Fecha: 16-04-2010
Sala de Presentaciones del Racó del llibre Jove
(Av. Barcelona, 52 – 08191 Rubí - Barcelona)
Tel. 93 699 30 00
Email: racodelllibrejove@cambrescat.es

“Y MIRO EL MUNDO COMO RUEDA”
Libro de cuentos y fotografía. Fotografías que han sugerido una historia y cuentos que estaban escondidos dentro de las fotografías.
Nos presentará el libro Àngel Miguel, director de la compañía la Càmara Teatre Rubí i harán la lectura de cuentos el mismo autor i Manu Fuster, actores y miembros de la compañía de teatro.
Abajo tenéis un plano de la situación de la librería. Os espero.
Que tengáis un feliz día, viajeros.

sábado, 6 de marzo de 2010

La barandilla

Julia emitió un gemido pequeño y casi ahogado, mientras sentía que la piel se le erizaba. Los poros de todo su cuerpo se abrieron y por unos segundos, sólo las neuronas que recubrían su vientre, sus labios y sus pechos seguían transmitiendo a su cerebro sensaciones a toda velocidad. Había perdido durante ese lapso la funcionalidad del resto de los sentidos, sobretodo la del oído.
Miró a su marido, que yacía junto a ella con los ojos cerrados y una ligera sonrisa de tranquilidad en los labios. Notaba la suavidad de la seda de las sábanas sobre su cuerpo sudoroso, casi desnudo, especialmente sobre sus pezones durísimos y ligeramente doloridos. Reconocía en la humedad de sus nalgas que hacía tan sólo unos segundos acababa de tener un orgasmo. Como siempre que acababa, y de manera casi mecánica, como un tic, pero muy suavemente, con la mano se acariciaba la entrepierna, como el que acaricia a un cachorro que ha aprendido bien la lección, parecía que premiaba con esas caricias el rápido aprendizaje y el trabajo bien hecho.
Todavía sentía la sutil sordera del orgasmo, pero ya algo más debilitada. Entonces dio un suspiro más grande y le vinieron a la memoria los veranos en la casa de campo de los abuelos, cuando era niña, donde descubrió el sexo, casi por accidente.
La casa familiar estaba situada encima de una colina. Desde el porche se divisaban las tierras de labriego y el camino que las atravesaba, se perdía a lo lejos. Julia se sentaba allí muchas tardes, justo después de comer, mientras los abuelos y el personal que trabajaba habitualmente las tierras aprovechaban las horas de más calor, para dormir una siesta. Esperaba sin hacer demasiado ruido, como le habían advertido sus abuelos, la llegada de sus padres, o la de sus primos, o la de cualquier visita que hiciera menos aburridas aquellas tórridas tardes de verano.
Cuando los hijos gemelos de sus tíos llegaban a la finca, se había acabado el aburrimiento. Nada más aparecían por la puerta Carlos y Roberto, que eran un par de años mayores que Julia, un montón juegos parecían sugerirse de la nada, donde antes no había absolutamente nada que hacer, ahora había un montón de actividades, y a cuál de ellas más sugerente.
Solían jugar al escondite por los cobertizos de la parte trasera y el juego duraba horas porque la casa era grande y había muchos sitios donde esconderse. Otras veces, sencillamente corrían por las tierras segadas, recogiendo saltamontes o cualquier otro animalillo que tuviera la mala suerte de cruzarse en su camino.
En una de esas tardes Roberto, el mayor de los gemelos, entró en la casa, subió por la escalera principal y se deslizó por la barandilla de madera. Carlos esperaba abajo, junto a Julia, y reía mientras veía a su hermano gritar como un cowboy mientras se deslizaba barandilla abajo. Subió corriendo para continuar con el juego que había empezado su hermano y cuando acabó, Julia subió queriendo imitarlos, pero Roberto se lo impidió.
—Tú no, que eres muy pequeña y te puedes hacer daño.
—Pero si ya tengo nueve años. Además soy casi tan alta como vosotros — dijo Julia para justificar su petición.
— Ni hablar, que si te haces daño se nos caerá el pelo—, concluyó Carlos mientras salía hacia el exterior de la casa, proponiendo un nuevo juego.
Al día siguiente, después de comer, cuando sus primos ya se habían marchado, Julia bajó por la escalera para volver a sentarse y mirar desde el porche, sola y aburrida, el largo camino que separaba los sembrados. Pero antes de salir al exterior recordó cómo sus primos se habían divertido el día anterior mientras se deslizaban por la barandilla.
Julia subió la escalera, se colocó en posición, se sujetó fuerte y aflojo lentamente las manos mientras se deslizaba hacia la parte baja. Cuando llegó abajo se quedó un momento pensando en lo que había hecho. Una agradable sensación había recorrido todo su cuerpo, pero no sabía cómo había sucedido, qué la había provocado. Volvió a subir a la parte alta y se volvió a deslizar por la barandilla. Y volvió a sentir la misma sensación que partía de su bajo vientre y como un cosquilleo le recorría toda la espalda.
Durante todo aquel verano estuvo bajando y subiendo por la escalera. Ya no esperaba en el porche la llegada de nadie. Tan sólo esperaba la hora de la siesta, cuando nadie pudiera verla, para poder jugar sola al juego de la barandilla.
Julia seguía con la mano sobre su entrepierna y aunque ya no la acariciaba, sonreía mientras recordaba que tuvieron que pasar dos veranos más para descubrir que no hacía falta la barandilla de la casa de campo de sus abuelos, ni ninguna otra barandilla, para tener aquella sensación de placer. De la misma manera que su marido, a veces, tampoco era necesario. —pensó mientras contemplaba que todavía seguía durmiendo con la misma cara de tranquilidad y ajeno a sus juegos.
© Fran Rueda, febrero de 2010
Que tengáis un feliz día, viajeros.
Foto: Entrada a una casa de campo en Ortigosa de Cameros. Diciembre de 2006.

domingo, 31 de enero de 2010

Por eso

— Creo que no lo he llegado a entender bien. ¿Puede hacer el favor de explicármelo otra vez, como si yo fuera tonto? — dijo el gerente.
— No se preocupe, estoy acostumbrado a repetir las cosas mil veces, recuerde que soy licenciado en filología castellana, aunque en esta empresa me sirva de bien poco.
— No diga eso, aquí valoramos realmente toda la formación de nuestros empelados, aunque no tenga nada que ver con las funciones que desarrollen en esta empresa.
— Como usted bien sabe, Marta se sienta en la mesa que hay nada más salir de mi despacho — dije empezando la explicación de lo que había pasado esa mañana. — No es mi secretaria, ni tiene absolutamente nada que ver conmigo, laboralmente hablando, pero a veces, cuando mi secretaria no está, ella coge los recados que llegan para mí. Todos los días la escucho desde mi despacho hablar con su madre, un par de veces. Utiliza un tono bastante vulgar, con mucho desprecio, incluso lleno de agresividad, me atrevería a decir. No sé cuál es el motivo, pero algo me dice que la relación entre ellas no es demasiado buena.
Esta mañana, mientras salía de mi despacho para entregarle la máquina de triturar papel a mi secretaria para que la llevara a reparar, escuché el final de una conversación entre ellas dos.
— Susana me ha dicho que a partir de ahora las carpetas de firma las tendremos que llevar a primera hora de la mañana — comentaba Eva, mi secretaria, a Marta.
— Está cargada de tonterías, desde que es secretaria del gerente no hay quien la aguante. — dijo Marta con el mismo tono que utilizaba con su madre.
— No es eso, mujer — continuó Eva, — es para que el gerente las pueda firmar antes de marcharse.
— Por eso. — concluyó Marta.
— Perdone que la interrumpa —dije yo con la trituradora de papel en la mano—, no quisiera molestar, pero ahí no puede utilizar la expresión “por eso”. Es una expresión consecutiva. Es como si usted dijera que la frase que Eva ha dicho es consecuencia de la que usted ha dicho primero, y no es así.
—¿Cómo? — dijo Marta como si no entendiera nada de lo que le estaba explicando.
— Que es posible —intenté explicarle — que la nueva secretaria del gerente esté cargada de tonterías, pero que lo de llevar las carpetas a primera hora de la mañana no tiene nada que ver con su estupidez.
— Por eso. — volvió a decir Marta.
— Bien, hasta aquí lo he entendido — me interrumpió el gerente. — ¿Pero me podría explicar por qué soltó en ese momento de las manos la máquina de triturar papel encima de la colección de figuritas de vidrio que tiene la señora Marta en la mesa auxiliar?
— ¿Cómo que por qué? Está clarísimo, —dije yo para acabar — por eso.
Que tengáis un feliz día, viajeros.
Foto: Un cristal a la salida del Museo Reina Sofía. Madrid, diciembre de 2008

lunes, 28 de diciembre de 2009

Las leyes de Manu

Foto: Uno de los miembros de las castas bajas aseándose en la calle a la salida de Delhi. Septiembre de 2009
Según la mitología hindú, Manu fue el primer hombre, el equivalente a nuestro Adán, es el primer antepasado común de todo el universo, sólo que en su caso fue un sabio, fue el primer rey, y además dictó unos códigos de conducta, entre los cuales está el sistema de castas hinduista.
Este sistema de castas, que entre otras cosas obliga a tener una relación endogámica con personas de la misma casta, no sólo discrimina a las personas por el hecho de pertenecer a una u a otra, si no que impide que las personas se promocionen de una casta a otra con el esfuerzo de su trabajo; tan sólo con la reencarnación, es decir después de la muerte, se puede subir o bajar de una a otra, en función del buen o mal karma que se tenga; es decir, de lo “bueno o malo” que uno haya sido en la vida anterior. Una buena manera de tener a la gente de las castas inferiores “conforme” con la suerte que les ha tocado.
¿Alguien se imagina a los 1200 millones de indios que habitan el país empezando a reclamar “sus derechos”? Bueno, tal vez antes habría que explicarles lo que significa esa palabra, porque me parece que no tiene traducción al hindi ni a ninguna de las más de 2000 lenguas y dialectos que se hablan en la India, ni siquiera al inglés que también es lengua cooficial allí.
Que tengáis unas felices fiestas, viajeros.

viernes, 27 de noviembre de 2009

Aria de Carlota

Foto: Reinterpretación de una instantanea tomada en La Floresta, en abril de 2008
Al principio no me lo acababa de creer, pero me dejé llevar. Hacía tiempo que no estaba con nadie, y aquel día, cuando volvimos de aquella fiesta… Los dos habíamos bebido mucho, bastante como para estar un poco desinhibidos, pero no lo suficiente para no saber lo que hacíamos. Nada más entrar por la puerta de casa, Bernardo empezó a hacer tonterías, me cogió por las muñecas y empezamos a pelearnos, como si fuéramos dos niños, como si se tratara de un juego. Hubo un momento en que nos quedamos quietos, mirándonos fijamente a los ojos el uno al otro, sin saber qué decir, con la respiración alterada por la pelea. En ese momento le di un beso y él se dejó llevar. Al cabo de unos segundos fui yo quien paró. Sabía que aquello no podía llegar a ninguna parte, sabía que le gustaban los chicos. Pero entonces fue él quien continuó con los besos.
Me abrazó muy fuerte y me apretó entre sus brazos. Hacía tiempo que no sentía un cuerpo tan cerca y estaba muy a gusto con él. Y entonces fui yo quien se dejó llevar. Acabamos haciendo el amor. Fue todo muy lento. Él se entretenía en mirarme, en acariciarme por todas partes, como si descubriera por primera vez el cuerpo de una mujer, como un adolescente. Después supe que era yo la primera mujer con la que se había ido a la cama.
Por la mañana, cuando nos levantamos, desayunamos en silencio. Él me miraba y sonreía, y yo no sabía qué pensar. Me había gustado mucho, pero conocía a Bernardo, o eso me creía, y no sabía cómo podía acabar todo aquello. Pensé que tal vez sería sólo un polvo, que había sido muy bonito, pero que no había que darle más vueltas. Tal vez más adelante reiríamos los dos, recordando todo aquello con mucho cariño. Así lo esperaba yo y él también lo veía así. Dijo que no nos teníamos que obsesionar, que dejáramos pasar el tiempo, que las cosas se pondrían solas en su sitio. Y añadió una frase tan simple como contundente, con una serenidad que me hizo pensar que ya se habían pasado los efectos del alcohol y que aquella historia no iría más allá: “las cosas no tienen más importancia que la que uno les quiera dar”.
Al día siguiente se acercó mientras lavaba los platos y me empezó a dar besos en la oreja… Acabamos haciendo el amor. Y así, un día en la cocina, otro en el comedor, otro en el estudio, otro en la habitación… Hasta que un día me quedé a dormir en su cama. A la mañana siguiente, con mucho sarcasmo, Bernardo rebautizó mi habitación como la habitación de los invitados. Y me enterneció mucho, y así se ha quedado, la habitación de los invitados.
No hemos hecho planes, no nos hemos cuestionado si lo nuestro durará mucho o no, y me gusta, y me hace sentir bien. Creo que hace un año lo hubiera estropeado, intentando ponerle nombre a nuestra relación, para sentirme más segura. Ahora me da igual, estoy bien así con él y eso es lo que importa.
© Fran Rueda, 2004
Nota: Este texto es la traducción al castellano de un monólogo que pertenece a una obra de teatro que escribí hace unos años llamada "el corazón en domingo".

viernes, 20 de noviembre de 2009

¡Calla, que vienen!

Foto: Campo de Olivos. Granada, febrero de 2008
— Galindo, ¿te acuerdas de aquella noche en la Colonia?
— Pues claro, Fede, qué cosas dices, chacho, cómo no me voy a acordar.
— No me llames Fede, que sabes que no me gusta. ¿Qué pensaste tú? ¿Creíste que saldríamos de allí con vida?
— Te juro que no. Si me lo hubieran preguntado hubiera apostado la vida a que no saldríamos de aquella. Total, compadre, por lo que valía en aquellos momentos. ¿Y tú, qué pensaste?
— No sé Galindo, no sé… Cuando vi la mirada perdida de Cabezas y de Paco Galadí, pensé como tú. Aunque era verano, a aquellas horas ya no hacía calor. El viento silbaba a través de los juncos y los perros no dejaban de ladrar a las puertas del cortijo, por el trasiego de los falangistas. Te reirás, pero yo no tuve miedo hasta que vi la muerte en su mirada. No era perder la vida lo que temía, ni siquiera el sufrimiento. Temía por mi familia, porque ya nunca más los volvería a ver, porque ya nunca más me volverían a ver. Pensaba en mis hermanos, pero sobre todo en mi madre, en cómo su mirada rígida y severa se volvería húmeda y distante a causa del sufrimiento, como ya le había pasado con la muerte de mi abuelo.
— Pásame un cigarrillo… ¿Sabes, Galindo?
— ¿Qué?
— Que ahora ya no sé si quiero salir de aquí.
— ¿Y por qué no? Si antes no pensabas en otra cosa. Estabas deseando que llegara el día en que nos encontraran para salir corriendo de aquí.
—Corriendo, corriendo, no diría yo.
—Bueno, ya me entiendes, Federico.
—Por una parte sí que quiero, pero por otra ya me he acostumbrado a esto. Me gusta sentir el canto de los grillos en las noches de verano, y el crujir de los pasos sobre las hojas secas en otoño, pero sobre todo me gusta ver las caras de la gente que viene a vernos, esas caras con una mezcla de admiración y de rabia…
— Dirás que vienen a verte a ti.
— No digas eso, Galindo… Además, ¿a dónde voy a ir? ¿Te has enterado de lo que dice mi familia?
— No, ¿qué?
— Dicen que las circunstancias de mi muerte son lo suficientemente conocidas como para que no haya que remover mis huesos.
— No lo entiendo, Federico.
— Yo tampoco. No sé qué temen. Tal vez que no sea yo el que esté aquí enterrado y que el circo que tienen montado a mi costa se les vaya a tomar viento…
—Calla, Federico, que ahí vienen unos a visitarte con unas flores en la mano.
— Ya callo, ya callo, aunque hace mucho tiempo que no hago otra cosa que callar.
© Fran Rueda, noviembre de 2009
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Nota: este relato se lo dedico a Manel y a Monelle (leído Monel. ¡Anda! No había caído en lo gracioso de los dos nombres juntos). Se trataba de un juego en el que cada uno tenía que hacer un texto sobre el mismo tema, aunque por falta de tiempo no pudo ser, pero seguro que otro día será.

Nota 2 (añadida el 25-11-2009): Los textos de Manel y de Monelle llegaron, y también los de Andrés. Si tenéis tiempo echadles un vistazo, valen realmente la pena.

Nota 3: Este relato ganó el tercer premio del II Concurso de relatos breves del Diari de Terrassa (16-12-2010)