jueves, 19 de marzo de 2009

Con pies de barro

Foto: de izquierda a derecha un compañero de la mili, mi abuelo, mi abuela, mi madre y mi padre con un chaval en brazos.
Carlitos miraba con ilusión el paquete que envolvía aquello en lo que había estado trabajando durante muchos días en clase. Primero lo moldeó con sus manos, aunque bajo la supervisión de la “señorita”, lo cual había proporcionado calidad al trabajo y un cierto picor en la cabeza de Carlitos, cuando recibía algún que otro coscorrón, si la señorita lo sorprendía mirando al infinito, despistado. Luego lo había dejado secar en una estantería junto a la ventana, pintándolo después, y haciéndole un envoltorio digno de aquel día.
Aquella tarde había llegado a casa después de salir del colegio sin entretenerse a jugar, corriendo, pero con cuidado de no darle golpes a la cartera para no estropear el regalo. Lo colocó encima de la mesa del comedor, buscando el sitio adecuado para que fuera visto nada más entrar. Lo había cambiado ya tres veces mientras esperaba con alegría la llegada a casa de su padre, para hacerle entrega del magnífico cenicero de barro con su nombre pintado en rojo.
Cuando llegó, su padre ni se dio cuenta de que en la mesa había un paquete para él. Se sentó en el sofá, encendió un cigarrillo, y lo único que dijo fue “¿dónde está el cenicero, tengo que tirar la ceniza al suelo? Con mucha pena Carlitos recogió su paquete de la mesa y lo guardó en el armario del mueble del salón, esperando un momento mejor para dárselo, pero nunca llegó, porque a pesar de ser un niño, la relación con su padre hacía tiempo que se había perdido.
El cenicero se quedó allí, enterrado en aquel armario. Nadie, ni siquiera Carlitos, volvió a reparar en él y cayó en el olvido como tantos otros desprecios que había recibido de su padre.
Se quedó allí hasta que la casa se quemó, con su padre dentro. Se había dormido con un cigarrillo encendido, dijo el policía que había investigado el caso. Habían pasado ya muchos años des de aquel día del padre, y mientras Carlos removía lo poco que el fuego había dejado sin quemar, encontró el cenicero. Estaba entero, aunque completamente ennegrecido por el humo, todavía se podían leer las letras con el nombre de su padre. A Carlos se le escapó una lágrima.
- Es curioso, pero no llegamos a cocerlo en clase. No nos dio tiempo. – dijo con una sonrisa amarga, mientras su novio lo abrazaba por detrás.
Yo no tengo hoy un cenicero de barro preparado, porque tampoco tengo padre al que regalárselo, al mío también se lo llevaron las llamas.
Quiero dedicar mi actualización a mi padre, porque él tampoco supo valorar todos y cada uno de los “ceniceros” que yo le llevé. A él y a todos los padres. A todos menos a uno, que a pesar de llevar el nombre con mayúscula (el Papa de Roma) es el que menos se lo merece, por lo irresponsable, inconsciente, frívolo y dañino de sus recientes declaraciones sobre el uso del preservativo en África.
Al resto, que tengáis un buen día, viajeros.
Entrellat

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Los niños... Los mayores también rebimos desprecios, a veces; pero en los niños, éstos son muy tristes... Ellos, que son la alegría por naturaleza, y nosotros, que intentamos quitársela con estos "golpecitos".

podi-.

Anhermart dijo...

¿Cómo se puede ser tan desconsiderado con un niño?. Cuando sale a relucir este tema siempre trato de adivinar si la actitud de esos padres-y madres-es producto de la ignorancia o la crueldad mal entendida con la que tratan muchos de educar a los niños creyendo que así los hacen más fuertes, más realitas y por lo tanto con más posibilidades para sobrevivir en un mundo de adultos. Sea como sea no tienen razón. He visto madres en la puerta del colegio recoger un trabajo de su hijo distraídamente con una mano, mientras hablaba con otra mujer, y lo ha arrugado como suele hacerse cuando lo vas a echar a la papelera. Estoy harto de hablar con clientes míos y comprobar como no tienen ni idea del curso en el que están en ese momento sus hijos.
Esos pequeños detalles van calando hondo en la infancia y tarde o temprano se manifiestan en nuestra vida condicionándonos el carácter.
¡Cuánta ignorancia y pocas ganas de pararse un momento a pensar!
Buen texto, hace reflexionar.

Manel Aljama dijo...

Carlitos miraba con ilusión
Un excelente trabajo. Merece la pena esperar a que subas un texto porque no defraudas a quien te lee. Esto tiene un lado bueno, el elogio y otro malo, ahora estás obligado a mantener el nivel...
En aquel tiemo dar caricias a un niño de más de 6 años era considerado de afeminados...

Anónimo dijo...

No tengo palabras, chico siempre consigues emocionarme, y la foto...Un beset

chapeaux dijo...

gracias por tu comentario, la verdad que no eres el primero que opina esto, y bueno, yo en realidad pretendo hacer canciones, pero bueno...jejejej.
un besazo!

sirenovarado dijo...

Bello texto, lleno de humanidad y arcilla, dos terrenos delicados por los que pasar...
Bsssssssssssss