viernes, 20 de noviembre de 2009

¡Calla, que vienen!

Foto: Campo de Olivos. Granada, febrero de 2008
— Galindo, ¿te acuerdas de aquella noche en la Colonia?
— Pues claro, Fede, qué cosas dices, chacho, cómo no me voy a acordar.
— No me llames Fede, que sabes que no me gusta. ¿Qué pensaste tú? ¿Creíste que saldríamos de allí con vida?
— Te juro que no. Si me lo hubieran preguntado hubiera apostado la vida a que no saldríamos de aquella. Total, compadre, por lo que valía en aquellos momentos. ¿Y tú, qué pensaste?
— No sé Galindo, no sé… Cuando vi la mirada perdida de Cabezas y de Paco Galadí, pensé como tú. Aunque era verano, a aquellas horas ya no hacía calor. El viento silbaba a través de los juncos y los perros no dejaban de ladrar a las puertas del cortijo, por el trasiego de los falangistas. Te reirás, pero yo no tuve miedo hasta que vi la muerte en su mirada. No era perder la vida lo que temía, ni siquiera el sufrimiento. Temía por mi familia, porque ya nunca más los volvería a ver, porque ya nunca más me volverían a ver. Pensaba en mis hermanos, pero sobre todo en mi madre, en cómo su mirada rígida y severa se volvería húmeda y distante a causa del sufrimiento, como ya le había pasado con la muerte de mi abuelo.
— Pásame un cigarrillo… ¿Sabes, Galindo?
— ¿Qué?
— Que ahora ya no sé si quiero salir de aquí.
— ¿Y por qué no? Si antes no pensabas en otra cosa. Estabas deseando que llegara el día en que nos encontraran para salir corriendo de aquí.
—Corriendo, corriendo, no diría yo.
—Bueno, ya me entiendes, Federico.
—Por una parte sí que quiero, pero por otra ya me he acostumbrado a esto. Me gusta sentir el canto de los grillos en las noches de verano, y el crujir de los pasos sobre las hojas secas en otoño, pero sobre todo me gusta ver las caras de la gente que viene a vernos, esas caras con una mezcla de admiración y de rabia…
— Dirás que vienen a verte a ti.
— No digas eso, Galindo… Además, ¿a dónde voy a ir? ¿Te has enterado de lo que dice mi familia?
— No, ¿qué?
— Dicen que las circunstancias de mi muerte son lo suficientemente conocidas como para que no haya que remover mis huesos.
— No lo entiendo, Federico.
— Yo tampoco. No sé qué temen. Tal vez que no sea yo el que esté aquí enterrado y que el circo que tienen montado a mi costa se les vaya a tomar viento…
—Calla, Federico, que ahí vienen unos a visitarte con unas flores en la mano.
— Ya callo, ya callo, aunque hace mucho tiempo que no hago otra cosa que callar.
© Fran Rueda, noviembre de 2009
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Nota: este relato se lo dedico a Manel y a Monelle (leído Monel. ¡Anda! No había caído en lo gracioso de los dos nombres juntos). Se trataba de un juego en el que cada uno tenía que hacer un texto sobre el mismo tema, aunque por falta de tiempo no pudo ser, pero seguro que otro día será.

Nota 2 (añadida el 25-11-2009): Los textos de Manel y de Monelle llegaron, y también los de Andrés. Si tenéis tiempo echadles un vistazo, valen realmente la pena.

Nota 3: Este relato ganó el tercer premio del II Concurso de relatos breves del Diari de Terrassa (16-12-2010)

6 comentarios:

Manel Aljama dijo...

El crimen fue en Granada y no fueron ni cuatro ni cinco puñales. Fueron pistolas de fascista. Las voces de muerte sonaron entre Víznar y Alfácar. Varoniles no, cobardes sí. No era Antoñito, era Federico y le acompañaron Dióscoro Galindo, Francisco Galadí y Joaquín Argollas.
Por fortuna, la obra de Federico ha sobrevivido a sus asesinos, a su familia y a muchos que lo quisieron enterrar hondo muy hondo.

Un texto muy fino, muy sutil y muy bueno. Me ha encantado.

PS:
Monelle es una novela de Marcel Shwob y es el autor favorito de Monel (cuando lea estos comentarios ya verás...)

Manel Aljama dijo...

Andrés también quiso participar. Cuelgo aquí el enlace a su visión de Federico y Salvador:

Esa perturbadora ambigüedad

y que ya has tenido ocasión de leer.

Carmen Rosa Signes dijo...

Gracias por la dedicatoria Fran. También voy a participar, pero me faltaba la inspiración, siempre ando con la cabeza entre mis cosas jeje mis escritos, y me pierdo en ellos demasiado, en la concentración.
Me ha gustado mucho tu texto a modo de reprocho, imagino que así debería de ser, pues a nadie le gustaría pensar que la gente prefiere que las cosas se queden a mitad. Cierto es que es un texto delicado, tratado con tacto y lleno de poesía, entre olivos y hierbabuena. Me gustó.
Como dice Manel, mi autor preferido es Marcel Schwob, que tuvo como amante protegida a una niña prostituta que recogió de las calles de París, a la que bautizó como Monelle, y a la que dedicó un libro maravilloso, un canto a la mujer, llamado el Libro de Monelle, que es el título que le puse yo a mi blog, después de acoger como nick, ese nombre. Gracias de nuevo.
Besos.
Carmen

Anhermart dijo...

Muy acertado ese diálogo post morten en tono coloquial, entre el genio y su compañero de viaje, envuelto en una descripción poética del entorno que nos ubica en un tiempo y lugar geográfico certero.
Creo que hacemos bien aportando matices nuevos que hagan que no muera el recuerdo de personas tan insignes y que tanta desdicha tuvieron en vida. Reforzar la memoria colectiva de la historia es algo estimulante para el autor y enriquecedor para todos.

Monelle-Carmen-Monel:
Te esperamos impacientes.
Saludos a todos.

Miguel López dijo...

Miguel López (compañero de trabajo) dijo:
"Precioso homenaje el que le habéis hecho...
Un abrazo!!"

stella dijo...

Llego desde el blog de Mael Aljama, leí su realato y desde el enlace que deja en su blog,paso a leerte, interesante, me ha gustado visitarte
Seguiré con los siguientes relatos
Un abrazo
Stella