jueves, 3 de abril de 2008

El chico de la mirada dulce I

Foto: Un restaurante de Lima (Perú), noviembre de 2007
Cuando hice las otras actualizaciones sobre la gente de Perú, hablé de las personas de ese país en general, y aun sabiendo que igual que aquí había una historia detrás de cada una de aquellas personas, fui reduciéndolas a grupos sociales o étnicos. Sin embargo, hubo para nosotros una persona muy especial en aquel viaje, que aun estando también dentro de otro grupo social, la pequeña burguesía limeña, se merece una actualización a parte: el chico de la mirada dulce.
A Claudio, así llamaremos al chico de la mirada dulce, le conocimos el último día de estancia en el país. Se acercó a nosotros con toda la naturalidad del mundo, supongo que atraído por ese nosequé que tienen los turistas, que les hace más interesantes a los lugareños de algunos países.
Empezamos a hablar sobre lo que hacíamos en el país, sobre lo que habíamos visto y lo que todavía nos quedaba por ver. Enseguida se creó un clima de naturalidad y confianza, como si hiciera siglos que nos conocíamos. Después de pasar una tarde agradable, cuando ya se había oscurecido, nos ofreció ir a cenar juntos y enseñarnos la zona de marcha de la ciudad. Al ser nuestra última noche y no tener nada mejor que hacer, aceptamos.
Primero pasamos por su casa, para que se cambiara de ropa. Vivía en el barrio de Miraflores, uno de los barrios más exclusivos de Lima, relativamente cerca de donde estaba nuestro hotel. El edificio donde vivía y la zona en la que se hallaba dejaban claro que su nivel económico era mucho más alto que el de la mayoría de los peruanos que nos habíamos ido encontrando por el resto del país. Luego nos contó que era abogado, y que trabajaba en temas de Derechos Humanos.
Durante la cena en un lugar elegido por él, de los que aquí llamaríamos un excelente restaurante, seguimos hablando, pero ya de temas mucho más íntimos: de su familia, de lo mal que estaba Perú en temas sociales, de lo cerrada que era la sociedad, incluso en Lima, y de lo difícil que era ser gay en aquel país. Al acabar la cena, nos llevó a conocer Barranco, un precioso barrio donde había muchos locales de marcha, pero no entramos en ninguno, sino que seguimos caminando tranquilamente para disfrutar de la suave noche y bajar la copiosa cena que nos habían ofrecido en el espectacular restaurante.
Después de un agradabilísimo día y de una entrañable noche, intercambiamos nuestras direcciones de correo electrónico, para seguir en contacto, y mientras se marchaba volvió a regalarnos esa mirada dulce y esos ojos brillantes, que me habían encantado nada más verlo.
Al día siguiente después de un montón de horas de avión, regresábamos a casa, y todavía no recuperado del jet lag, añadí su dirección en el Messenger. Aquel mismo día coincidimos, y desde entonces hemos ido hablando cada vez que hemos coincidido, que ha sido bastante a menudo, y nos hemos ido contando nuestras cosas, porque a pesar de conocernos sólo de un día, se creó entre nosotros una gran complicidad, aunque pueda parecer raro.
Actualmente ya no está en Perú, pero ya eso es otra historia, que os contaré en la próxima actualización y posiblemente os ponga una foto suya.
Que tengáis un feliz día, viajeros.
Entrellat

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