sábado, 12 de abril de 2008

El chico de la mirada dulce II

Foto: Claudio. Lima (Perú), noviembre de 2007
Todavía no hace un mes que salió de Perú, camino de Bangkok, donde consiguió un empleo que le mantendrá ocupado durante unos meses, y que le servirá, pasado este tiempo, para volver a Sudamérica, pero esta vez a otro destino, seguramente Buenos Aires, un destino mucho mejor que Lima, según Claudio; un destino, que le servirá, dice, para volver a empezar.
Se marchó porque no le gustaba demasiado su país, ni su ciudad, ni su gente, porque no se entendía con su familia, porque su empleo había dejado de parecerle interesante, porque en Lima es imposible que un gay pueda vivir en pareja, como lo hacemos aquí.
A veces me he preguntado si realmente se gusta a si mismo. No logro entender cómo una persona que en comparación con la gente que le rodeaba tendría que sentirse afortunado y feliz, no lo es. ¿No debería sentirse feliz siendo licenciado en derecho en un país donde la mayoría de la población casi no tiene acceso a la educación? ¿No debería sentirse feliz teniendo un empleo que le permite tener un apartamento en uno de los barrios más exclusivos por la ciudad? ¡Qué tontería acabo de decir! No, por supuesto que no. Es como reducir la vida, y lo que nos hace feliz a algo tan sencillo como eso. Hay muchas otras cosas más importantes y más complejas en la vida que todo eso, y seguro que Claudio las andaba buscando.
Un día empezó a contarme una historia, su historia. La historia se remontaba incluso a antes de que él naciera. Me dijo que necesitaba dos o tres días para contármela, y que cuando la conociera entera sabría por qué quería marcharse de Lima. Quería que la escribiera para él, que la novelara, que le diera forma a su historia, esa era su ilusión. Y yo le dije que lo intentaría, que me encantaría probarlo, pero que creía que estaba poniendo demasiadas expectativas en mis posibilidades.
A parte de tener una mirada dulce, Claudio es un chico guapo, cariñoso, inteligente e inquieto, que se pasa la vida huyendo, todavía no sé de qué, o tal vez sólo buscando la felicidad, el problema es que aún no ha aprendido que la felicidad no la podrá encontrar nunca fuera, por mucho que viaje, por mucho que huya, que tiene que buscarla en su interior. Cuando sepa eso, ya podrá ser feliz en Bangkok, en Buenos Aires o incluso en Lima.
Que tengáis un feliz día, viajeros.
Entrellat
PS: Gracias a Albert, por haber entendido la mirada de Claudio y reflejarlo en los retoques de la foto.

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