jueves, 15 de enero de 2009

Batallitas

Después de mi última actualización, he pensado que lo mejor para hacerle un pequeño homenaje a mi antigua casa sería explicar algunas de las anécdotas que allí me han pasado.
Era viernes por la tarde, por aquel entonces se cubrían todas las tardes, pero no había casi nadie en el edificio, unas 8 o 10 personas. Hacía tan sólo una semana que trabajaba allí para substituir a una chica que acababa de ser madre, y ya me colocaron en la recepción, a recibir a la gente y derivarla hacia los diferentes departamentos que allí había.
La recepción estaba situada en la planta baja, en el hueco que dejaba la escalera que subía a las otras dos plantas, rodeada por dos pasillos que llevaban a los despachos del Centro de Asistencia Primaria en Salud Mental.
Curiosamente los viernes por la tarde no había nadie en ese servicio. Yo estaba solo en la recepción, leyendo, porque la centralita había sonado muy poco en lo que llevábamos de tarde. Se abrió la puerta que daba a la calle, y entraron dos mujeres, una de aproximadamente 1,75 m de altura, con obesidad mórbida, debía pesar más de 120 kg. Tendría unos 30 años. La otra era bajita, apenas sobrepasaba los 1,50, era muy delgada y aparentaba tener más de 70 años. La conversación fue así más o menos:
-Putaaaaa, puta, putaaaaaaa, puta, puta, puta, charnega, charnega, putaaaaaa, puta, puta, charnegaaaaa, putaaaaa, puuuta – decía la joven gritando a la más mayor.
-Hola, buenas tardes - dijo la señora mayor dirigiéndose a mí, mientras la joven seguía con el mismo discurso.
-Hoola - dije yo, con la cara a cuadros, sin saber cómo tomarme aquello, mientras pensaba “a mí, me ha tenido que tocar a mí”.
-Putaaaaa, puta, putaaaaa, charnega, charnega, putaaaaa – continuaba la joven.
-¿En qué puedo ayudarla? – pregunté yo todavía mirando con la cara descompuesta.
-Verá, querría hablar con el psiquiatra, para que le den una pastilla a mi hija – dijo la señora con toda naturalidad, pero un poco avergonzada.
-Ay la hostia – pensé yo – si es su hija.
-Es que el otro día vinimos, y el psiquiatra le dio una pastilla y ya no gritaba más – continuó la señora.
-Íiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii – empezó a gritar la hija sin parar, cambiando el “puta, charnega”, por un chillido que me dejó más sorprendido todavía, si cabe.
Yo no sé si fue por lo curioso del caso, o porque pensé que me estaban poniendo a prueba, o porque no sabía que decirle, o por lo nervioso que me estaba poniendo, que me entraron unas ganas de reírme que no podía aguantarme. A todo eso, los pocos trabajadores que había en la casa, ya habían salido de sus despachos y se habían puesto en los rellanos de los pisos superiores mirando desde arriba hacia el hueco de la escalera, donde estaba la recepción, como si un palco del Liceo se tratara, y yo no pude más.
-Un momento, por favor, que voy a mirar – le dije a la señora aguantándome la risa, saliendo de la recepción para entrar corriendo al lavabo. Allí me tranquilicé, solté un par de risillas entrecortadas, no fuera caso que me oyeran madre e hija, y volví a salir.
-No hay ningún psiquiatra hoy viernes por la tarde, pero si usted no puede esperar al lunes, puede ir a urgencias del Hospital que allí le atenderán muy amablemente.
-Y usted no tendrá ninguna pastilla por ahí – volvió a preguntar la señora mayor.
-No, lo siento, sólo los psiquiatras tienen acceso a la medicación- dije yo.
Después de darme las gracias, la madre y la hija, que ya había parado de chillar hacía unos segundos, salieron por la puerta, mientras yo me sentaba en la butaca de la recepción. En aquel momento pensé que tenía que cambiar de trabajo.
Que tengáis un feliz día, viajeros.
Entrellat
Foto 1: Yo, en la segunda fila y Eme en la cuarta, con algunas de las compañeras de trabajo en la escalera de al lado de la recepción. Foto 2: Unos cuantos compañeros en un fiesta “roja”. Terrassa, finales de los 80 principio de los 90

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Qué bueno! en mi trabajo siempre decimos que tendríamos que ir apuntándonos este tipo de situaciones y escribir un libro al jubilarnos.

Que vaya bien el cambio de edificio.

podi-.

Manel Aljama dijo...

Esa situación recuerdo haberla vivido, incluso el pánico de los despitados pidiendo metadona (no teníamos). Muy bien narrado y con las fotos impagabales.
Un abrazo