lunes, 22 de octubre de 2007

Incompatibilidades

Foto: Colonia de gatos. Venecia, junio de 2007
Se puede ser aficionado a la química, ser niño y tener un gato, pero cuando se juntan esas tres cosas, uno se da cuenta que son incompatibles, o al menos eso me pasó a mi de pequeño, cuando era un niño.
Siempre me han gustado los gatos y a mi madre también, y por eso siempre hemos tenido gatos en casa. Yo diría que más bien por lo segundo, si a mi madre no le hubieran gustado los gatos, nunca hubiera entrado ninguno en casa. Tuvimos una gata que se llamaba Naika, que en principio, aunque acabe en "a" es un nombre de niño. Naika era el protagonista de una serie Polaca que daban los sábados por la mañana en la televisión, en la "uachefe" - así le llamábamos en casa a la segunda cadena. Años después me enteré que esa palabra correspondía a las siglas UHF, ignorante que era uno.
Naika era buena y cariñosa, dentro de lo cariñoso y bueno que puede ser un gato. Solamente tenía un defecto, que coincidía además con su mejor virtud, que era gato, gata, vaya. Igual que yo tenía un defecto entonces, que era niño. Por suerte la niñez, igual que la juventud es un defecto que se cura con los años. Ya tenemos dos personajes con sus principales defectos, yo, que era niño, y Naika, que era gata. Me gustaba acariciarla, cogerla en brazos, tocarle las almohadillas de las patas, y de vez en cuando darle un apretón, así de cariñoso era yo. Ella por su parte tenía su otra gran virtud, la independencia, la autonomía, el no querer nada de nadie, a no ser que ella lo pidiera. En esos casos se dejaba hacer lo que quisiera, hasta que ella decía basta.
Por aquel entonces me gustaba experimentar. Pretendía inventar la fórmula de la tinta invisible, o el elixir de la eterna juventud, o la definitiva solución a la caída del cabello. Por su puesto, no tenía ninguna de esas preocupaciones, y ni siquiera me había fijado que a la gente le preocupaban todos esos problemas, así que con inventar la formula X1, la X2, o la X25 ya me conformaba. La utilidad que tuviera después tampoco me preocupaba demasiado. Cogía botes pequeños y le ponía dos gotitas de agua de colonia, una gotita de bálsamo de afeitar, una gotita de tomate frito, dos gotitas de leche, una de vinagre y así hasta aburrirme. Luego todo eso lo anotaba en un papel, por si acaso lograba algo con ello.
Un día, estaba acariciando a Naika y llegó el momento en que mi cariño era tanto, que le di un apretón mayor del que ella estaba dispuesta a soportar; así que después de darme un bufido de aviso, y viendo que no le hacía caso, me enseñó dos cosas - ella era muy pedagógica -, primera que los bufidos quieren decir “déjame en paz, que me estás tocando las pelotas”, y segundo que sus uñas eran capaces de dibujar en mi cara unos graciosos arañazos que escocían y duraban por lo menos 15 días. Perdón, perdón, también aprendí otra cosa, o bueno, tal vez eso lo haya aprendido ahora, aprendí que yo era un poco vengativo. Me levanté, fui hacia mi habitación, abrí la caja donde guardaba mis fórmulas mágicas y con un cuentagotas lleno de X1, me dirigí hacia Naika y se lo metí en la boca. Ahí se acabó todo, o al menos eso creía yo. A la mañana siguiente cuando me desperté, y me estaba preparando para ir al colegio, encontré a la gata, revolcándose en el sofá, gimiendo, y haciendo unos gruñidos, que no había oído nunca. La he matado - pensé. ¡Dios mío, por favor, que no le pase nada, que no le pase nada, que yo la quiero mucho! Si no le pasa nada, prometo dejar la química. Y con esa mi primera promesa al todopoderoso me fui al colegio. Menuda mañana pasé, sufriendo por si a la gata le pasaba algo, cuando volví, la gata estaba otra vez, en la misma posición, retorciéndose, estirándose, y gimiendo. Ay, que me la he cargado - volví a pensar.
En ese momento llegó mi madre, y yo miraba a la gata y a mi madre venir, simultáneamente, sin saber que decir. Hasta que se me ocurrió un “pobrecita, ¿qué le pasa?”. Mi madre le dio un azote en el culo a la gata, y la bajó del sofá, y dijo: “Pues no lo ves, que tiene ganas de gato, la marrana”. Lo de que tenía ganas de gato, no lo entendí demasiado, pero pensé “uffff, qué tranquilidad, no la he matado”. Con eso ya tuve bastante.
Más adelante entendí que la gata estaba cachonda como una “gata en celo”, valga el juego de palabras facilón. Supongo que no tuvo nada que ver mi casi inocua fórmula X1, aunque siempre me quedé con la duda de si inventé uno de los afrodisíacos más potentes que existen en el mercado. Nunca lo sabremos, en cuanto supe que la gata estaba bien, cumplí mi promesa y tiré a la basura todas mis fórmulas. Qué malo es tener palabra, cuando uno es niño.
Feliz día, viajeros
Entrellat

No hay comentarios: