viernes, 29 de agosto de 2008

Retratos turcos: Faruk y su pequeño negocio

Foto: Vendedor de té en el Gran Bazar. Estambul, agosto de 2008
Aquel olor a vainilla caliente cubrió mis sentidos y le dio al momento un aire como de cuento, como si la miseria de la situación se hubiera endulzado. Mis narices se habían inflado con aquel olor, y no en sentido figurado. Los agujeros de mi apéndice habían doblado su tamaño al reconocer aquella fragancia, que me transportaba a mi más tierna infancia, cuando mi madre, en algunas tardes de invierno llenaba la casa de ese aroma, mientras preparaba unos riquísimos flanecillos de sobre.
Como el mejor reclamo publicitario, aquel olor salía de un horno de pan en el que estaban preparando dulces. Un par de puertas más allá, estaba Faruk, sentado en un escalón, sobre una bolsa de plástico, para evitar mancharse y romperse aun más, su ya raido pantalón de algodón egipcio. A su lado tenía una báscula de baño; aunque para él no era tan sólo una báscula, era su manera de ganarse la vida, su pequeño negocio. Husnu, su hermano, que había conseguido de su vecino, un antiguo juego de té y el permiso para venderlo en el Gran Bazar, le había traspasado su anterior negocio hacía apenas unas semanas.
Faruk comía frutos secos, sentado cerca del Gran Bazar, tal y como le había dicho su hermano, esperando a que alguien quisiera comprobar su peso, y recibir así algunos kurus a cambio. El primer día había conseguido tan solo 2 liras, y llegó a casa muy decepcionado; pero poco a poco empezó a hablar con la gente que pasaba por delante de su escalón, y con los comerciantes de las paradas de la zona. La cantidad de horas que dedicaba y la confianza que había ido manteniendo con ellos, hicieron que su negocio empezara a funcionar. En apenas un mes ya estaba consiguiendo 10 liras diarias, suficiente para poder comer y pagarle a su hermano lo que le debía por el traspaso.
Faruk tenía miedo de que llegara el invierno, porque sabía que los turistas dejarían de venir masivamente. Si había menos turistas, los comerciantes de imitaciones estarían menos horas, y si encima llovía, ya nadie se pararía a pesarse en su báscula. Se metió otro puñado de piñones en la boca y pensó que todavía faltaba más de un mes, para que llegara el invierno, y que no valía la pena preocuparse a tan largo plazo.
Que tengáis un buen día, viajeros.
Entrellat

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