miércoles, 4 de junio de 2008

Cosas oxidadas

Foto: Puerta del Jardín Botánico. Barcelona, 20 de mayo de 2008
Colecciono cosas oxidadas, y aunque algunos dicen que tengo la casa llena de trastos, sobre todo mis tres hermanos, siempre me ha parecido que esos objetos cubiertos de herrumbre, son como algunos de los abuelos que hay en la residencia de al lado de mi casa, que parecen haber tenido una vida importante, llena de historias para contar, pero que ahora ya nadie se acuerda de ellos, y por eso están allí, en el desván, como las cosas sin valor, oxidándose cada día un poco más.
Empecé mi colección casi sin querer, con una llave que encontré en el desván de casa. Mi madre y yo estábamos vaciando un armario para desmontarlo, y apareció al retirar una cajonera. Estaba allí en el suelo del armario, con un trozo de cinta adhesiva pegado, que había dejado de tener su función adhesiva hacía ya muchos años. Parecía que la llave había estado enganchada a la parte de atrás de la cajonera durante mucho tiempo, porque una huella color ámbar del tamaño de la cinta y con el espacio justo de la llave había aparecido en la madera. Mi madre y yo nos miramos la una a la otra, sin decir ni una palabra, pero preguntándonos en nuestro interior qué puerta abriría esa llave; y lo más importante quién la habría puesto allí, ya que la cinta dejaba claro que la llave no había caído por error detrás de la cajonera.
Mi madre sin decir nada, le arrancó la cinta adhesiva y se la guardó en el bolsillo de la bata que llevaba para estar por casa. Nunca más volví a saber nada de aquella llave hasta que al cabo de unos meses, por casualidad, la encontré en le cubo de la basura. Supongo que mi madre la había tirado, cansada de darle vueltas a la cabeza y de no obtener ninguna respuesta.
La recogí, le quité los restos de fruta que tenía por encima y con un algodón que mi madre tenía para limpiar metales, le quité el oxido. Luego me arrepentí de haberlo hecho; porque el robín era lo que me gustaba de la llave, lo que le imprimía el carácter antiguo, y lo que luego me sirvió de acicate para coger de la calle cualquier objeto oxidado, que pudiera tener una historia que contar.
Me imaginaba que mi abuela la había puesto allí, para que nadie la viera, y que aquella llave abría una puerta que escondía algo muy secreto, en algún sitio desconocido; y eso le daba un carácter aventurero y misterioso a aquella señora que en sus últimos días había perdido la razón, y nos amenazaba diciendo que había sido espía de Franco, y que si no nos callábamos vendrían a buscarnos para llevarnos al cuartelillo. Y entonces mi madre y yo le dábamos la razón como a los locos, y le decíamos: sí, abuela, sí, ya callamos, y la abrazábamos con mucho cariño, agradeciéndole todo el sacrificio que había hecho por nosotros durante su vida, y nos manteníamos calladas hasta que la abuela se volvía a quedar dormida en su sillón.
Que tengáis un feliz día, viajeros.
Entrellat
PS: Gracias a Ruty por sus objetos oxidados. Si tenéis un momento, pasad por la página de esta gran fotógrafa Israelí, que siempre nos regala los sentidos con su experiencia y su trabajo.

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