sábado, 15 de septiembre de 2007

Allí donde la vida te lleve (I)

Foto: Una pareja a orillas del Sena. París, junio de 2007
Anabel era una chica llegada de provincias, hacía bastantes años. Su padre había llegado, unos meses antes a Terrassa, para ir buscando una vivienda donde alojar a sus tres hijos y a su mujer, ya que la vida en el pueblo hacía tiempo que había dejado de ser fácil, si es que alguna vez lo había sido.
En una aldea cercana al pueblo, Quico, el padre de Anabel, hacía su jornada de sol a sol, conduciendo un tractor y arando los campos, y cuando llegaba a casa, después de cenar, reunía a sus tres hijos alrededor de la mesa y empezaba a darles clases. Les enseñaba a leer, a escribir, a hacer cuentas y todo aquello que él había aprendido y que con el tiempo le fue de utilidad. Los niños no podían ir al colegio, porque en la aldea donde estaba la pequeña casa de Anabel, ni siquiera había colegio. De hecho no había nada, ni una tienda, ni una taberna, nada. Era un conjunto de pequeñas casas, construidas para albergar a las familias de los trabajadores del campo. El pueblo estaba a unos kilómetros de distancia y nadie podía permitirse llevar a los niños a la escuela, no había ni tiempo, ni medio de transporte. Quico era bastante estricto, porque la dura jornada de sol a sol, no le dejaba ánimos ni ganas de bromear ni de perder el tiempo, y quien sabe si la falta de recursos que esa vida le proporcionaba, le imprimió la amargura que le duró hasta el fin de sus días. A pesar de eso, cada día, después de cenar, dedicaba un rato a preparar a sus hijos para la vida, cosa que la mayoría de los que vivían en la aldea no hacían, pero él sabía que eso les ayudaría más adelante.
Algunos de los familiares de Quico, ya hacía un par de años que habían marchado del pueblo, unos a Francia, otros a Alicante, y algunos otros a una ciudad que ni siquiera había oído nombrar, Terrassa. Muy de vez en cuando recibían noticias por carta de esa ciudad. Les informaban que estaban bien de salud, a Dios gracias, que habían comprado una casa en las afueras de la ciudad, que cada día abrían más fábricas, y que pedían muchos trabajadores. Cada día llegaba gente a la pequeña ciudad procedente de todas partes de España para trabajar en las nuevas y prósperas fábricas. Por eso Quico, viendo que el futuro que les esperaba a sus hijos en el pueblo no era muy prometedor, decidió tomar un tren que le llevó a Terrassa después de muchas horas de trayecto, casi un día entero.
Al principio se alojó en casa de unos familiares y empezó a trabajar, en una fábrica textil por la mañana y de sereno por la noche. Intentaba ahorrar lo máximo posible para poder traer a su familia. En sus rondas nocturnas de sereno, se dedicaba a vigilar el barrio donde trabajaba, a encender las luces de las calles, ya que todavía no eran automáticas, y a abrir la puerta de las casas de las personas que llegaban tarde de sus fábricas. En esa época casi todo el mundo trabajaba en las fábricas. Empezaba el boom del textil en Terrassa. En realidad había muy poca gente por las calles, a esas horas, pero la figura del sereno, daba seguridad a los pocos que por allí andaban. En esos largos ratos, Quico tenía mucho tiempo para pensar en su familia, para cuestionarse si había hecho bien en dejarlos solos en el pueblo, pero enseguida pensaba que allí, en aquella pequeña, fea y gris ciudad, estarían mejor y tendrían muchas más oportunidades de salir adelante.
(Continuará…)
Feliz día, viajeros
Entrellat

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