sábado, 1 de septiembre de 2007

El contestador

Foto: Zapatos y mochila en la hierba. París, mayo 2007
Me resisto todavía a tirar mi viejo contestador, y eso que sé que el nuevo contestador digital de la compañía de teléfonos funciona mucho mejor, y que la calidad del sonido es mucho más buena, y sobre todo que ganaría un poco de espacio en la mesa de trabajo de mi casa, que últimamente está demasiado desordenada, y ya no admite ningún trasto más. Me resisto a tirarlo porque allí están guardados tu primer mensaje, y los tres últimos. He hecho copias de la cinta cassette por si se me estropeaba, la he pasado a CD en mi nuevo ordenador y he dejado copia en el disco duro. Tengo miedo que puedan desaparecer, es lo único que me queda de ti, eso y unos zapatos viejos que olvidaste en mi armario, justo antes de marcharte.
Creo que me equivoqué, que no debería haberlo hecho, pero el día después de que te marcharas los llevé al zapatero para que los arreglara, y aunque son tres números mayores que los míos, el empleado de la zapatería, que me conoce desde hace muchos años, no hizo ningún comentario, me miró, me dio el resguardo, y me dijo con la voz más suave de lo habitual: estarán para el martes. Y el martes pasé. Les habían cambiado las suelas, y puesto plantillas de piel en el interior, y habían sido limpiados con un esmero al que yo no estaba acostumbrado. Pensé que no eran los tuyos, que se habían equivocado, hasta tenían un color más oscuro por la crema que les había puesto, y no pude resistirme a acercármelos a la nariz, para ver si tenían tu olor, pero casi había desaparecido. Le pagué, sin decir nada, los cogí y me fui despacio con tus zapatos en la mano, mientras el dependiente me decía si quería una bolsa. No pude contestarle, me hubiera puesto a llorar. Llegué a casa, coloqué los zapatos en el armario y volví a poner los mensajes del contestador: Mensaje 1: “Hola, soy Ferran. ¿Te acuerdas de mí? Nos conocimos la semana pasada en la fiesta de Yolanda. Me diste tu número de teléfono por si quería llamarte… Oye, que me puse nervioso, y por eso dije aquella tontería. No te he llamado antes porque… no se, es que… bueno, que no se me da muy bien hablar con las máquinas, me siento tonto. Bueno, que quería decirte que si… que si te viene bien, y si te apetece, claro, que si querrías venir a casa a cenar hoy. No pienses mal, sólo a cenar, eh? Que no es que no me apetezca nada más, que sí, bueno, que quiero decir que… oye que me estoy liando, que me llames y que, bueno, que si tú quieres vamos a otro sitio. Bueno, llámame y hablamos…. Hasta luego… Adiós”
Mensaje 2: “Hola Carlos, soy Ferran, mira que… no se por donde empezar, ya sabes que escribir no se me da bien, y hablar tampoco, pero bueno, como sé que no me atrevería a decírtelo personalmente, pues te dejo un mensaje en el contestador. Ya sé que es de cobardes no dar la cara, pero no puedo, sé que te pondrías a llorar, y yo no… no podría soportarlo. Esta mañana, después de irte a trabajar, he cogido todas mis cosas, ya lo habrás visto. Bueno, pues… que me voy, que no te enfades pero es que en estos cuatro meses que he estado contigo, me he dado cuenta que no… bueno, que yo no te… vaya, que eres muy buen tío, que me gustas mucho, y todo eso, pero no siento cosquillas en el estómago, creo que no soy tu media naranja, como tú decías. Soy demasiado egoísta para querer a nadie, al menos como tú quieres que te quieran. No te… (piiiiiiiii).”
Mensaje 3: “Oye, que se ha cortado. Bueno, que me llevo todas mis cosas. Me voy a casa de mis padres. Preferiría que no me llamaras, necesito tiempo para organizarme. Yo tampoco me entiendo demasiado. Bueno, no se que más decir, que lo siento. Cuídate mucho, y suerte.”
Mensaje 4: “Hola, soy Alejandra, la hermana de Ferran, mira que no se quien eres, pero he visto que este número se repetía mucho en las llamadas de mi hermano, y por eso te llamo. Te llamo para darte una mala noticia. Ayer mientras, volvía a casa, mi hermano tuvo un accidente con el coche, y bueno, que… uy, lo siento, perdona es que no puedo parar de llorar… bueno, que murió en el accidente. Si quieres venir al entierro, o si me quieres decir algo te dejo mi teléfono…”
No llamé, no hubiera sabido explicar quien era yo en ese momento, y tampoco fui al entierro, en vez de eso cogí tus zapatos y los llevé al zapatero.
Feliz día, viajeros.
Entrellat
PS: Por supuesto que esta historia es inventada. Espero que aunque triste, os haya gustado. Es un punto de partida, para empezar a hablar sobre cómo afrontamos “los temas pendientes”, que espero abordar más adelante.

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