martes, 11 de septiembre de 2007

Descubriendo la vida

Foto: Un momento de la Fira Modernista. Terrassa, mayo de 2007
El domingo al medio día, vinieron a comer a casa dos de mis mejores y más viejos amigos. Y cuando digo viejos, no me refiero a que tengan ochenta años cada uno, no, que tienen mi misma edad, pero eso sí, somos amigos desde la más tierna infancia.
Uno vino con su mujer y su hijo de siete años, y la otra con su hija de cinco. Nosotros, los adultos, nos dedicamos a hablar de nuestras cosas, de nuestros trabajos, de nuestras alegrías, de nuestras penas, del sexo de los ángeles e intentamos arreglar el mundo, cosa que hacemos siempre, y que por comparación, nos ayuda a creer que, al fin y al cabo, no estamos tan mal.
Mientras tanto los niños jugaban, iban arriba y abajo, subían a la terraza, jugaban con los juguetes que el niño había traído, le hacían perrerías a Petra, mi perrita, y ella encantada; y de vez en cuando se acercaban a nuestro mundo para pedir complicidad en el juego, y después de ver que no les hacíamos demasiado caso, se volvían a marchar a seguir con sus juegos infantiles.
En un momento en el que los adultos estábamos hablando, apareció el niño para pedir permiso a sus padres para quitarse un aparato ortopédico que lleva para solucionar un problema óseo que tiene desde hace unos años. La madre le dijo que sí, que ningún problema, y el niño volvió a la habitación donde estaba jugando con la niña y cerró la puerta. La habitación da a un balcón al cual también da el salón, así que por mucho que cerraran la puerta, desde el balcón se puede acceder a la habitación, y los padres de vez en cuando iban a mirar para controlar que los niños estuvieran bien.
Notros ya estábamos riendo y sospechando lo que los niños estaban haciendo, así que en uno de esos momentos, la madre del niño fue a mirar ya que no se oía ruido, volvió con una sonrisa en los labios y nos dijo que la niña se había quitado la falda y las bragas, y que estaban cada uno sentado a un lado de la cama.
Nos reímos mucho, y pensamos en la frase tu me enseñas la tuya y yo te enseño la mía, y en el descubrimiento del cuerpo del otro, y por comparación del nuestro propio. La madre de la niña se levantó y fue en silencio a mirar lo que estaban haciendo. La niña se dio cuenta y se puso las braguitas. La madre volvió descojonándose de risa y empezamos a hablar de esos temas, de cómo habían cambiado las cosas, de si había que haberles regañado, y pensamos qué hubiera pasado si nuestros padres nos hubieran descubierto jugando desnudos con otro niño o niña. Todos estábamos de acuerdo en que si estos juegos se tratan de una manera natural, sin malicia, el descubrimiento de su cuerpo, y más adelante de su sexualidad, sería también natural, sin sentimiento de culpa.
Al cabo de un momento volvieron el niño y la niña al salón, ésta última con la falda puesta al revés y volvimos a reírnos mucho.
Me encantó el día que pasamos juntos, nuestras charlas, las risas de los niños, pero sobre todo, me encantó ver que temas como la sexualidad se empiezan a tratar con una gran naturalidad, y pensé que nuestra sociedad, aunque poco a poco, se estaba quitando el lastre de la culpa, de la carga del pecado.
Feliz día, viajeros.
Entrellat

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