miércoles, 20 de junio de 2007

El aprendiz de pintor

Foto: Un pintor en una repisa de la Loggia de la Signoria en la Plaza del mismo nombre. Florencia.
Este hubiera sido uno de los grandes días del viaje, y de hecho lo fue, aunque ensombrecido por una escena que nunca había presenciado y que me partió el alma.
Franco, un joven alumno de la academia de bellas artes de Florencia, pasa las horas antes del atardecer, sentado en la Loggia de la Signoria, dibujando cualquiera de las esculturas que allí hay. Hoy dibuja a la reproducción del David. Le hubiera gustado ir a la Galería de la Academia, donde está el original, pero su trabajo de camarero los fines de semana, a penas de la da para pagar la habitación que tiene alquilada a las afueras de Florencia, así que mucho menos para pagar la excesiva entrada que cobran por ver ese trozo de mármol, esculpido con genialidad por Miguel Ángel, que deja boquiabierto hasta al más insensible y al más escéptico.
Esta noche, por primera vez, toca la flauta en la esquina del Palacio Vecchio y la Galería de los Uffizi su compañero de piso, Lorenzo, aunque él lo llama Renzo, de forma cariñosa. Cuando se hace oscuro, y lo ve llegar a la plaza, recoge sus lápices y su cuaderno y lo mete con cuidado en su bolsa de loneta marrón, y se sienta en las escaleras que a modo gradas le harán disfrutar de la música de su amigo. El concierto empieza y poco a poco, va relajándose y dejándose llevar por la música. Mira alrededor suyo. Le gusta ver como la gente mira atentamente a su compañero, y le enorgullece ser parte de este momento. Justo al lado suyo hay una chica de unos 40 años, que llora de emoción, está cogida de la mano de su marido, como una adolescente, y al lado suyo dos chicos más, también emocionados, uno muy guapo, y el otro con una cámara de fotos colgada al cuello, pero que no se atreve a hacer fotos para no romper el momento.
Cuando llevaba apenas media hora de concierto, llega un señor con una camiseta de rallas, al más puro estilo de gondolero veneciano, y le dice a Renzo que tiene que dejar de tocar, porque ahora le toca al otro, al de la guitarra que ya hacía rato que esperaba. Además le pide su parte de las propinas que la gente ha ido dejando en la funda de su flauta. Renzo intenta regatear un poco más de tiempo, diciendo que todo ese público lo ha traído él, y que seguramente quieren escucharlo un poco más. El señor de la camiseta a rallas, a grito pelado, le va diciendo que no tiene que contradecir lo que él dice, que recoja sus cosas y que se vaya. En ese momento la gente que estaba sentada en la grada, empezaron a abuchear al mafioso señor de rallas. Uuuuuhhh, gritaban todos, incluido la chica que lloraba. Y el señor de rallas se fue con el rabo entre las piernas. La gente empezó a aplaudir al flautista, que ya había recogido sus cosas y dejado paso al de la guitarra.
Franco, estaba contento por el apoyo que su amigo había recibido, pero sabía que nunca más volvería a tocar en esa plaza, y seguramente, en ninguno de los rincones de las calles de Florencia. Se levantó y ayudó a su amigo a llevar sus cosas. Durante el trayecto hacia casa, Franco le sonrió un par de veces, pero ninguno de los dos dijo nada, aunque los dos pensaban lo mismo.
Esta historia, excepto por el personaje de Franco que es inventado, es completamente real, la presencié con mi cámara colgada al cuello, en uno de los rincones más bonitos de Florencia.
Que tengáis un buen día.
Saludos, viajeros.
Entrellat

1 comentario:

yo, la mamá dijo...

...llegue por casualidad, como viajera de este espacio... me llamó la atención el título... la imagen... sobre todo porque estoy comenzando a dibujar y amo los lápices, luego, tuve que leer la historia. Adorable!
un agrado encontrarme contigo desconocido que ya no lo eres tanto!
Claudia (Chile)