lunes, 23 de julio de 2007

La frutería de Mauro

Foto: Una frutería en una de las calles cercanas a la Plaza de la Signoria. Florencia, junio 2007

Donde ahora está la frutería de Mauro, su abuelo tenía una cerería. Aun recuerda aquel olor que hacía la tienda a velas, como los domingos al entrar en la iglesia, cuando iban a misa todos juntos. Cuando el abuelo Mauro murió, dos años antes que su padre, la madre de Mauro y su padre, que también se llamaba Mauro, decidieron cambiar el negocio por una frutería. Las velas habían dejado de dar dinero, y eso que en los alrededores de la tienda había bastantes iglesias, pero la gente ya no usaba las velas tanto como antes y el negocio apenas daba para mantener al abuelo, así que cerraron la cerería Mauro y abrieron el negocio que todavía hoy día funciona.

Cuando visitaban al abuelo, como no había demasiado trabajo, Mauro se sentaba con él en la puerta de la calle y miraban pasar a la gente. Un día el niño preguntó al abuelo:

- Abuelo, ¿quien es esa señora tan rara?

- No es rara, es que no es de aquí.

- ¿Cómo que no es de aquí?

- No, es de Japón. Muy lejos de aquí. – dijo el abuelo sin saber como explicarle dónde estaba Japón.

- Ah! Y, ¿a qué ha venido?

- A ver nuestra ciudad. Le han dicho que es muy bonita y por eso ha venido – dijo el abuelo sonriendo.

- Ah! ¿Y la suya no es bonita?

- Seguro que sí, – dijo el abuelo soltando una carcajada – pero ha venido porque la nuestra también lo es y quiere conocerla también.

- ¿Y si le gusta más se quedará?

- No, seguramente no. Volverá a su casa dentro de una semana o 15 días, más o menos, y mientras tanto irá visitando otras ciudades.

- ¿Y nosotros podemos ir a ver su ciudad?

- Pues claro, pero para eso se necesita dinero.

- Yo tengo un cerdito lleno de dinero. Lo podemos romper y vamos a ver su ciudad.

- No, por desgracia con tu hucha no podríamos llegar ni siquiera a Roma – dijo el abuelo, mientras abrazaba al niño con ternura.

- Vaya. – dijo el niño con un toque de tristeza en la voz - Pues cuando sea mayor yo quiero ir a visitar su ciudad, y a visitar muchas ciudades como las que salen en los libros.

- Claro que sí, pero para eso tienes que estudiar mucho, y sacar muy buenas notas, para poder tener un buen trabajo, y así poder viajar durante las vacaciones. Mira, el abuelo con lo que gana en la cerería, tampoco puede ir a visitar Japón. Pero tú, si eres aplicado, seguro que sí podrás.

- Y tú porqué no estudiaste, abuelo?

- Eran otros tiempos, Mauro, eran otros tiempos.

- Vale, pues estudiaré mucho e iremos juntos a Japón.

El abuelo murió mientras Mauro estudiaba ingeniería. Dos años después murió su padre; así que Mauro, tuvo que abandonar la carrera y ayudar a su madre en la frutería. Ella sola no podía mover las cajas, atender a la gente e ir a comprar al mercado central el género que luego pondrían en las estanterías. Hace dos años la madre de Mauro también murió, y ahora él sólo lleva la frutería.

Cuando no hay clientes, se sienta en el escalón a mirar a la gente pasar, como lo hacía con su abuelo, y recuerda aquellas conversaciones con él, y con mucha pena piensa que su cerdito no ha engordado lo suficiente para ir a visitar Japón. Aun así, cada día, con la misma ilusión que cuando era niño, saca una moneda y la mete en su cerdito.

Feliz día, viajeros.

Entrellat

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