sábado, 26 de enero de 2008

Un novio de temporada

Foto: Mujer mirando a un soldado. Detalle de un sarcófago romano. Tarragona, enero de 2008
Cuando leí aquella carta de Susana a los Reyes Magos, no llevaba demasiado tiempo divorciada. Aun así, me parecía que mi vida nunca había sido de otra manera; tal vez porque a lo bueno se acostumbra una fácilmente. Mi vida había ido a mejor desde entonces. Me sentía más relajada, más yo misma. No me importaba llorar y compartir con la gente que quería mis miedos, mis dudas y mis angustias, o mis ilusiones y mis proyectos. Hacía tiempo que sabía que tenía que dejar de hacer las cosas por obligación, por ese exagerado sentido del bien y del mal, de lo correcto y lo incorrecto, y de lo que se esperaba de mí, que mi educación me había impregnado hasta lo más profundo de mis entrañas. Sabía que tenía que buscar más mi parte hedonista, y, aunque poco a poco, veía que lo estaba consiguiendo.
Había hablado alguna vez de todo esto con mis amigas. Pensaba que aunque Susana estaba delante mientras hablábamos de todo eso, estaba a la suya, que su juego y su mundo interior no le permitía escuchar, y mucho menos procesar nuestras conversaciones, pero nada más lejos de la realidad. El tema “hombres”, o mejor dicho “cómo buscar un hombre sin morir en el intento”, era bastante recurrente; nada extraño, por otra parte, en un grupo de mujeres como nosotras, en el que ninguna tenía compañero fijo.
En una de nuestras conversaciones, mi amiga Ana se quejó porque los hombres, incluso para ligar en los chats, no pedían menos de una talla 100 de sujetador. Nos reímos mucho, con el comentario de Ana, que parecía sacado de una película de Almodóvar; y aunque lo creí exagerado, pensé que en el fondo era cierto, que cada vez era más difícil encontrar alguien con quien salir a cenar o sencillamente a tomar un café. Mi amiga, que no superaba la talla 100, parecía que no lleva bien lo de no tener compañero, y sin ser rubia, todavía seguía esperando de la vida otra oportunidad.
Yo me sentía bien, pero no negaré que alguna vez hubiera sentido el deseo de tener a alguien con quien jugar, con quien flirtear, alguien con el que sentirme deseada como mujer, porque la vida no sólo es sentirse bien profesionalmente, no sólo es sentirse bien como amiga, como madre, como hija, como hermana, no. También hay que sentirse bien como mujer, como hembra, pero en mi caso parecía que ya lo estaba olvidando.
Abrí la carta y me puse a leerla, pensando que tendría que comprar la mayoría de los juguetes que Susana pedía, a pesar de que no iba demasiado bien de dinero, pero no había ningún juguete en la lista, y sí algo para mí:
Queridos Reyes Magos:
Me haría ilusión pediros muchos juguetes, como un oso grande de peluche para mi cama, para no dormir sola, y un juego para la “pleiesteishon”, pero como sé que mi mamá no está muy bien de dinero, y no los puede pagar, dejaré los juguetes para el año que viene, y éste os pido un par de libros que necesito para el colegio, así mi mamá no tendrá que comprarlos luego. Ah! Y como la veo triste a veces, especialmente cuando me voy a dormir a casa de papá, y he oído que habla con sus amigas de hombres, y no estaría mal tener un nuevo papá, que nos ayude a colgar las cortinas y a cambiar los enchufes, pues os pido para ella un novio de temporada. No para siempre, porque a lo mejor me deja de querer si el novio le dura mucho, pero si que le dure una larga temporada, para que le devuelva esa sonrisa que tanto me gusta verle en la cara.
Susana
Me sequé las lágrimas y salí a la calle. Me pasé por la juguetería, a comprarle el oso grande y el juego de la play, y cuando volvía para casa, me di cuenta que a mis 40 años cumplidos no hacía mucho, había dejado de pensar en hombres de manera activa. Entonces miré a los que pasaban por mi lado, hasta me giré a mirar alguno, cuando me pareció interesante, y alguno incluso me devolvió la mirada, y pensé que conseguir “un novio de temporada” era sólo una cuestión de actitud.
Feliz día, viajeros.
Entrellat
A Marie.

jueves, 10 de enero de 2008

Adéu

Foto: Trabajadores. Aguas Calientes (Perú), noviembre de 2007
No, no me voy. A pesar de que cada vez se me complica más la cosa y dedico menos tiempo a este divertimento que es fotolog, no me voy, seguiré con vosotros.
El título de la actualización de hoy viene porque, cuando volvía a casa este mediodía, he escuchado una conversación entre dos chicos de unos 25-30 años, que estaban bastante lejos uno de otro y que hablaban en voz muy alta. No se qué idioma hablaban. Por su aspecto, aseguraría que no eran marroquíes, pero tampoco eran rubios, como los de la Europa del este, y aunque a primera vista me han parecido italianos, ya que he creído oír alguna palabra en este idioma, cuando he prestado un poco de atención, me he dado cuenta de que no lo eran; y como no era cuestión de preguntarles de donde venían, he seguido camino a casa con la impresión de que eran rumanos.
Lo curioso del hecho es que la única palabra que he entendido de toda la conversación, corta, todo hay que decirlo, ha sido “Adéu”, el Adiós que utilizamos los catalanes. Seguía caminando con una sonrisa en los labios, pensando en cómo habían hecho suya esta expresión tan catalana, como lo hicieron en su día todos los inmigrantes del resto de España que en los años sesenta, y antes, llegaron a Cataluña, con la misma intención que estos “rumanos”, la de tener una vida más digna, y me preguntaba si eso no era un síntoma de integración.
Un poco más tarde, casi llegando a casa, seguía pensando en eso, y me sentía desconcertado por las personas que rechazan la inmigración, por sistema, por los que se creen dueños de este país, y de lo mucho que hay para compartir. Tienen razón cuando dicen que la inmigración genera desorden, y algo de caos, pero también la generó aquella inmigración de los sesenta. Terrassa, mi ciudad, en aquellos años era un desastre urbanístico, a causa de las viviendas que los inmigrantes construían de manera desordenada, sin ningún tipo de planificación, pero hoy, unos años después, Terrassa es una ciudad cómoda para vivir, ordenada, es la segunda ciudad universitaria de Cataluña, con dos líneas de trenes, y un metro que ya está en construcción, que será la envidia de muchas ciudades de su tamaño, con una red de carreteras impresionante, con una oferta cultural muy grande, y sobre todo con una industria y una economía más que saneadas; y todo gracias a los que ya estaban en aquellos años e invirtieron su dinero y su saber hacer, pero también gracias a los que vinieron y con su mano de obra y sus ganas de sobrevivir, ayudaron a que toda esta remodelación fuera posible. La ciudad se transformó, y sigue transformándose, gracias a todos y cada uno de ellos, como lo seguirá haciendo con estas nuevas personas que vienen, no me cabe duda. Es cuestión de paciencia. Nadie se imagina hoy en día nuestra ciudad, sin todos esos inmigrantes españoles y sin lo que ellos aportan; de la misma manera que dentro de unos años, no nos la podremos imaginar sin todas estas personas que vienen ahora de Marruecos, de China, de Ecuador, de Rumanía, o de tantos y tantos países. En la última estadística había más de 220 nacionalidades diferentes en nuestra ciudad.
La integración sólo se hace con el tiempo; así que tengamos un poco paciencia, y sobretodo un poco de respeto. Si es cierto que el primer ser humano viene del África, ¿no tenemos todos sangre de inmigrante en alguna rama de nuestro árbol genealógico?
Feliz día, viajeros.
Entrellat