viernes, 27 de noviembre de 2009

Aria de Carlota

Foto: Reinterpretación de una instantanea tomada en La Floresta, en abril de 2008
Al principio no me lo acababa de creer, pero me dejé llevar. Hacía tiempo que no estaba con nadie, y aquel día, cuando volvimos de aquella fiesta… Los dos habíamos bebido mucho, bastante como para estar un poco desinhibidos, pero no lo suficiente para no saber lo que hacíamos. Nada más entrar por la puerta de casa, Bernardo empezó a hacer tonterías, me cogió por las muñecas y empezamos a pelearnos, como si fuéramos dos niños, como si se tratara de un juego. Hubo un momento en que nos quedamos quietos, mirándonos fijamente a los ojos el uno al otro, sin saber qué decir, con la respiración alterada por la pelea. En ese momento le di un beso y él se dejó llevar. Al cabo de unos segundos fui yo quien paró. Sabía que aquello no podía llegar a ninguna parte, sabía que le gustaban los chicos. Pero entonces fue él quien continuó con los besos.
Me abrazó muy fuerte y me apretó entre sus brazos. Hacía tiempo que no sentía un cuerpo tan cerca y estaba muy a gusto con él. Y entonces fui yo quien se dejó llevar. Acabamos haciendo el amor. Fue todo muy lento. Él se entretenía en mirarme, en acariciarme por todas partes, como si descubriera por primera vez el cuerpo de una mujer, como un adolescente. Después supe que era yo la primera mujer con la que se había ido a la cama.
Por la mañana, cuando nos levantamos, desayunamos en silencio. Él me miraba y sonreía, y yo no sabía qué pensar. Me había gustado mucho, pero conocía a Bernardo, o eso me creía, y no sabía cómo podía acabar todo aquello. Pensé que tal vez sería sólo un polvo, que había sido muy bonito, pero que no había que darle más vueltas. Tal vez más adelante reiríamos los dos, recordando todo aquello con mucho cariño. Así lo esperaba yo y él también lo veía así. Dijo que no nos teníamos que obsesionar, que dejáramos pasar el tiempo, que las cosas se pondrían solas en su sitio. Y añadió una frase tan simple como contundente, con una serenidad que me hizo pensar que ya se habían pasado los efectos del alcohol y que aquella historia no iría más allá: “las cosas no tienen más importancia que la que uno les quiera dar”.
Al día siguiente se acercó mientras lavaba los platos y me empezó a dar besos en la oreja… Acabamos haciendo el amor. Y así, un día en la cocina, otro en el comedor, otro en el estudio, otro en la habitación… Hasta que un día me quedé a dormir en su cama. A la mañana siguiente, con mucho sarcasmo, Bernardo rebautizó mi habitación como la habitación de los invitados. Y me enterneció mucho, y así se ha quedado, la habitación de los invitados.
No hemos hecho planes, no nos hemos cuestionado si lo nuestro durará mucho o no, y me gusta, y me hace sentir bien. Creo que hace un año lo hubiera estropeado, intentando ponerle nombre a nuestra relación, para sentirme más segura. Ahora me da igual, estoy bien así con él y eso es lo que importa.
© Fran Rueda, 2004
Nota: Este texto es la traducción al castellano de un monólogo que pertenece a una obra de teatro que escribí hace unos años llamada "el corazón en domingo".

viernes, 20 de noviembre de 2009

¡Calla, que vienen!

Foto: Campo de Olivos. Granada, febrero de 2008
— Galindo, ¿te acuerdas de aquella noche en la Colonia?
— Pues claro, Fede, qué cosas dices, chacho, cómo no me voy a acordar.
— No me llames Fede, que sabes que no me gusta. ¿Qué pensaste tú? ¿Creíste que saldríamos de allí con vida?
— Te juro que no. Si me lo hubieran preguntado hubiera apostado la vida a que no saldríamos de aquella. Total, compadre, por lo que valía en aquellos momentos. ¿Y tú, qué pensaste?
— No sé Galindo, no sé… Cuando vi la mirada perdida de Cabezas y de Paco Galadí, pensé como tú. Aunque era verano, a aquellas horas ya no hacía calor. El viento silbaba a través de los juncos y los perros no dejaban de ladrar a las puertas del cortijo, por el trasiego de los falangistas. Te reirás, pero yo no tuve miedo hasta que vi la muerte en su mirada. No era perder la vida lo que temía, ni siquiera el sufrimiento. Temía por mi familia, porque ya nunca más los volvería a ver, porque ya nunca más me volverían a ver. Pensaba en mis hermanos, pero sobre todo en mi madre, en cómo su mirada rígida y severa se volvería húmeda y distante a causa del sufrimiento, como ya le había pasado con la muerte de mi abuelo.
— Pásame un cigarrillo… ¿Sabes, Galindo?
— ¿Qué?
— Que ahora ya no sé si quiero salir de aquí.
— ¿Y por qué no? Si antes no pensabas en otra cosa. Estabas deseando que llegara el día en que nos encontraran para salir corriendo de aquí.
—Corriendo, corriendo, no diría yo.
—Bueno, ya me entiendes, Federico.
—Por una parte sí que quiero, pero por otra ya me he acostumbrado a esto. Me gusta sentir el canto de los grillos en las noches de verano, y el crujir de los pasos sobre las hojas secas en otoño, pero sobre todo me gusta ver las caras de la gente que viene a vernos, esas caras con una mezcla de admiración y de rabia…
— Dirás que vienen a verte a ti.
— No digas eso, Galindo… Además, ¿a dónde voy a ir? ¿Te has enterado de lo que dice mi familia?
— No, ¿qué?
— Dicen que las circunstancias de mi muerte son lo suficientemente conocidas como para que no haya que remover mis huesos.
— No lo entiendo, Federico.
— Yo tampoco. No sé qué temen. Tal vez que no sea yo el que esté aquí enterrado y que el circo que tienen montado a mi costa se les vaya a tomar viento…
—Calla, Federico, que ahí vienen unos a visitarte con unas flores en la mano.
— Ya callo, ya callo, aunque hace mucho tiempo que no hago otra cosa que callar.
© Fran Rueda, noviembre de 2009
.
Nota: este relato se lo dedico a Manel y a Monelle (leído Monel. ¡Anda! No había caído en lo gracioso de los dos nombres juntos). Se trataba de un juego en el que cada uno tenía que hacer un texto sobre el mismo tema, aunque por falta de tiempo no pudo ser, pero seguro que otro día será.

Nota 2 (añadida el 25-11-2009): Los textos de Manel y de Monelle llegaron, y también los de Andrés. Si tenéis tiempo echadles un vistazo, valen realmente la pena.

Nota 3: Este relato ganó el tercer premio del II Concurso de relatos breves del Diari de Terrassa (16-12-2010)