lunes, 24 de septiembre de 2007

Allí donde la vida te lleve (y III)

Foto: La fábrica de Anabel, ahora transformada en una zona residencial y de ocio. Terrassa, mayo de 2007
(Viene de la foto del día 19-09-2007)
Poco a poco Anabel se fue enamorando de Johny, -así le llamaban sus amigos- su andaluz de ojos azules, pelo rizado y mirada socarrona. Cambiaron sus tardes de baile por paseos, disfrutando de momentos tranquilos por la ciudad, a veces sentados en un banco de alguno de los pocos parques que entonces había, otras disfrutando del sol de las tardes de domingo, o de alguna que otra tarde entre semana, pero siempre, antes que oscureciera, Johny la acompañaba a casa. El invierno era un suplicio, ya que los días tan cortos y el frío no permitían muchas de las diversiones a las que se habían acostumbrado; así que cambiaron los paseos por tardes de cine, y de refrescos en algún bar.
Quico, el padre de Anabel, ya había coincidido en la puerta de su casa con el chico andaluz, y sin tener motivo alguno, le dijo a Anabel que no le gustaba, que aquel chico no era bueno para ella; y le prohibió que lo volviera a ver nunca más.
No se si el creciente amor que sentían el uno por el otro, o tal vez la prohibición, hizo que sus citas fueran cada vez más frecuentes. Anabel tuvo que recurrir a la mentira, diciendo que salía con amigas a pasear, para poder verlo. Poco a poco, como a la mayoría de los enamorados, ya no les bastaba con los paseos por el parque, o con las tardes de refrescos, ni con sentarse en las filas de atrás de los cines, querían dar un paso adelante.
Un día, de regreso a casa, Quico los sorprendió sentados en un escalón. No les dijo nada, sólo hizo una mirada a Anabel, que hubiera sido capaz de fundir un trozo de acero. Sin retrasarlo mucho, Anabel volvió a casa, sabiendo que le iba a caer una buena bronca. Y así fue. No sólo le prohibió que lo viera, si no que le prohibió también que saliera de casa, a no ser que fuera para ir al trabajo.
Había llegado el momento de tomar una decisión. Lo estuvieron pensando, y por supuesto, ir a pedir la mano de Anabel, no era una salida que Johny pudiera barajar; así que Johny le ofreció la posibilidad de ir a vivir a casa de sus padres, en una casa de campo a las afueras de la ciudad. Después de pensarlo mucho, y sin otra solución aparente, Anabel aprovechó la salida de sus padres y sus hermanos al cine, un domingo por la tarde, en el que actuaba Emilio el Moro, un humorista que estaba muy de moda entonces, para fugarse.
Anabel cogió sus cosas, las pocas que pudo llevarse, y emprendió camino hacia una nueva vida. Quico, nunca le perdonó esa "traición", y le prohibió acercase a su casa, ni siquiera para visitar a sus hermanos y a su madre.
Pasaron un par de años y Anabel tuvo una preciosa niña, hermosa como los ángeles, y eso la hizo sentirse muy feliz, pero en su interior no dejaba de pensar en su familia, en su madre, en sus hermanos, y en su padre, a los que hacía tiempo que no veía. Aunque a su madre y a sus hermanos los había visto en alguna ocasión, a escondidas, pero su padre había dejado muy clara su postura.
En ese tiempo Quico había entrado ya en un hospital, aquejado de una grabe enfermedad, cáncer de estómago. Anabel aprovechó la ocasión para ir a visitarlo, con la excusa de presentarle a su nieta. Pensó que tal vez no la perdonara, pero que con la niña, olvidaría y la relación se relajaría un poco y tal vez pudieran recuperar lo que tenían antes.
Anabel entró en la habitación del hospital. Su temor era tan grande como las ganas de recuperar a su familia. Hola, papa - le dijo Anabel - he venido para que conozcas a tu nieta, y se la dejó en los brazos. Quico estaba sentado en una butaca. Se levantó, e hizo el amago de abrir la ventana, como para tirar a la niña. Anabel, le arrebató a la criatura y salió corriendo y llorando del hospital. Por supuesto que Quico no hubiera arrojado a la niña por la ventana, pero aquella fue la manera de decirle que nunca la perdonaría. No hicieron falta palabras.
Nunca más volvieron a hablar. Al cabo de muy poco tiempo, Quico murió. Y Anabel fue al entierro, acompañada de su andaluz de ojos azules y de su angelito. Al cabo de un año nació su segundo hijo, y le llamó Francisco.
Anabel siguió su vida, tiene hoy más de sesenta años, y es una madre y una abuela ejemplar, moderna, sensible, respetuosa, y llena de cariño para con los suyos. Aun así, sigue arrastrando aquel dolor de no saberse perdonada por su padre.
Feliz día, viajeros
Entrellat
PS: Esta historia es completamente real, algunos de los nombres están cambiados por respeto. La he escrito porque quería hablar de esa situación en la que se queda uno cuando tiene temas pendientes de solucionar. A mi me pasó algo parecido con mi padre, él murió mientras nuestra relación se había deteriorado tanto que ya no nos veíamos. Fui a su entierro, con rabia, porque no sabía lo que sentía por él. Y lloré, como no había llorado nunca en mi vida. No se si por que se había muerto mi padre, o porque con esa muerte ya no podría recuperar lo perdido, ya nunca podría solucionar mis temas pendientes con él. Con el tiempo he aprendido a no juzgarle, a no juzgarme a mí mismo, y a pensar que la vida es así, y que muchas veces no somos culpables de nuestros sentimientos, de nuestros valores, y que tal vez él no sabía actuar de otra manera. Y desde que he aprendido eso, me siento más tranquilo, más en paz conmigo mismo. Gracias por vuestra paciencia.

viernes, 21 de septiembre de 2007

La estupidez no tiene límite

Foto: Un caballo en la plaza de España. Roma, junio de 2007
Me había propuesto acabar la historia de Anabel, pero hoy ha llegado a mis manos una noticia que me ha dejado a cuadros y no quería dejar de compartirla con vosotros.
Normalmente, intento no generalizar, creo que no es justo, aunque no siempre lo consigo. No me gusta decir que los españoles somos bajitos, o que los franceses son impertinentes, o que los americanos son estúpidos; pero en este último caso, se empeñan terriblemente en disimularlo muy bien. Aquí os paso la noticia y no voy a hacer ningún comentario. Habla por si sola.
”Un senador estadounidense demanda a Dios por causar 'catástrofes' en el mundo
El senador estatal de Nebraska, Ernie Chambers, presentó una demanda judicial contra Dios, al que acusa de haber causado "nefastas catástrofes" en el mundo, que han provocado muerte y destrucción sin misericordia.
El escrito fue admitido a trámite el pasado 14 de septiembre por la Corte del distrito de Douglas, en Nebraska, en una prueba más de que en Estados Unidos las demandas pueden prosperar pese a lo extravagante que sea su contenido.
La demanda reconoce que el "demandado" es conocido con varios "alias, títulos, nombres y designaciones".
Ante la imposibilidad de que Dios se presente en el proceso, se cita a los representantes de "varios religiones, denominaciones, y cultos que, de manera notoria, reconocen ser agentes del demandado y hablan en su representación.
El demandante reconoce que ha hecho "razonables esfuerzos" para invocar al demandado, con llamados de "manifiéstate, manifiéstate, donde quiera que estés", aunque sin éxito.
En la demanda, el senador lanza en lenguaje bíblico varias acusaciones contra Dios, como que ha causado "espantosas inundaciones, egregios terremotos, horrendos huracanes, terroríficos tornados, perniciosas plagas, feroces hambrunas, devastadoras sequías, y guerras genocidas". Todas estas "nefastas catástrofes" han provocado "muertes generalizadas, destrucciones y ha aterrorizado a millones y millones de habitantes de la tierra, incluidos bebés inocentes, niños, ancianos y enfermos, sin ninguna distinción".
Con todo ello, "el demandado no ha mostrado ni compasión ni remordimiento", y no contento con esto, incluso ha proclamado que "reirá cuando las calamidades ocurran".
Para Chambers, que ocupa un asiento en el Senado de Nebraska desde 1970, "la conducta pasada y la historia del demandado hace ver que sus amenazas terroríficas son creíbles".
Por ello, pide al juez que someta a Dios a un proceso judicial, no sin antes pedirle que le haga un requerimiento permanente para que cese en sus "acciones destructivas y sus amenazas terroríficas".
Feliz día, viajeros
Entrellat

miércoles, 19 de septiembre de 2007

Allí donde la vida te lleve (II)

Foto: Eme y su hermana mirando al Gran Canal. Venecia, junio de 2007
(Viene de la foto anterior)
Al cabo de unos meses, vendieron la casa del pueblo, y con lo imprescindible, Anabel, sus dos hermanos menores y su madre, emprendieron el camino hacia Terrassa, para reunirse con su padre.
El padre, con el dinero que había conseguido ahorrar, y lo que habían conseguido con la venta de la casa del pueblo, compró una casa en un incipiente barrio de la ciudad, un barrio de casas auto construidas, que estaba principalmente habitado por inmigrantes gallegos, andaluces, extremeños y de muchas otras partes de España, en las cuales también se hacía difícil sobrevivir.
La madre de Anabel, cuando llegó a la casa que había comprado su marido, no pudo reprimir sus ganas de llorar, y un par de lágrimas cayeron de sus ojos. No es que la del pueblo fuera mucho mejor, pero con los años habían conseguido hacer de aquel espacio su hogar. La nueva era mucho más pequeña, y estaba en unas condiciones que dejaban mucho que desear. El marido, intentó consolarla, diciéndole que aquello era el comienzo, que sólo estarían allí hasta que ahorraran lo suficiente para conseguir algo mejor.
Y pasaron los años, y cambiaron de una casa a otra dos o tres veces. Con las ilusiones ya recuperadas, y viendo que la nueva ciudad les ofrecía muchas posibilidades de mejorar, ya que todos podían trabajar, continuaron con su vida, trabajando mucho, eso sí.
En aquel tiempo Anabel, que como la mayoría de las chicas de su edad, trabajaba en una fábrica textil, empezó a salir, a pasear con las amigas, y a fijarse en los chicos que encontraba en los sitios donde iban a bailar, a escondidas de sus padres, claro, ya que no estaba bien visto en aquella época que una chica fuera al baile. En una de esas escapadas, conoció a un chico andaluz, unos tres años mayor que ella, de pelo negro, ojos azules y sonrisa socarrona. Aquel chico y lo que con él pasó, marcaría, para siempre, el resto de su vida.
(Continuará…)
Feliz día, viajeros
Entrellat

sábado, 15 de septiembre de 2007

Allí donde la vida te lleve (I)

Foto: Una pareja a orillas del Sena. París, junio de 2007
Anabel era una chica llegada de provincias, hacía bastantes años. Su padre había llegado, unos meses antes a Terrassa, para ir buscando una vivienda donde alojar a sus tres hijos y a su mujer, ya que la vida en el pueblo hacía tiempo que había dejado de ser fácil, si es que alguna vez lo había sido.
En una aldea cercana al pueblo, Quico, el padre de Anabel, hacía su jornada de sol a sol, conduciendo un tractor y arando los campos, y cuando llegaba a casa, después de cenar, reunía a sus tres hijos alrededor de la mesa y empezaba a darles clases. Les enseñaba a leer, a escribir, a hacer cuentas y todo aquello que él había aprendido y que con el tiempo le fue de utilidad. Los niños no podían ir al colegio, porque en la aldea donde estaba la pequeña casa de Anabel, ni siquiera había colegio. De hecho no había nada, ni una tienda, ni una taberna, nada. Era un conjunto de pequeñas casas, construidas para albergar a las familias de los trabajadores del campo. El pueblo estaba a unos kilómetros de distancia y nadie podía permitirse llevar a los niños a la escuela, no había ni tiempo, ni medio de transporte. Quico era bastante estricto, porque la dura jornada de sol a sol, no le dejaba ánimos ni ganas de bromear ni de perder el tiempo, y quien sabe si la falta de recursos que esa vida le proporcionaba, le imprimió la amargura que le duró hasta el fin de sus días. A pesar de eso, cada día, después de cenar, dedicaba un rato a preparar a sus hijos para la vida, cosa que la mayoría de los que vivían en la aldea no hacían, pero él sabía que eso les ayudaría más adelante.
Algunos de los familiares de Quico, ya hacía un par de años que habían marchado del pueblo, unos a Francia, otros a Alicante, y algunos otros a una ciudad que ni siquiera había oído nombrar, Terrassa. Muy de vez en cuando recibían noticias por carta de esa ciudad. Les informaban que estaban bien de salud, a Dios gracias, que habían comprado una casa en las afueras de la ciudad, que cada día abrían más fábricas, y que pedían muchos trabajadores. Cada día llegaba gente a la pequeña ciudad procedente de todas partes de España para trabajar en las nuevas y prósperas fábricas. Por eso Quico, viendo que el futuro que les esperaba a sus hijos en el pueblo no era muy prometedor, decidió tomar un tren que le llevó a Terrassa después de muchas horas de trayecto, casi un día entero.
Al principio se alojó en casa de unos familiares y empezó a trabajar, en una fábrica textil por la mañana y de sereno por la noche. Intentaba ahorrar lo máximo posible para poder traer a su familia. En sus rondas nocturnas de sereno, se dedicaba a vigilar el barrio donde trabajaba, a encender las luces de las calles, ya que todavía no eran automáticas, y a abrir la puerta de las casas de las personas que llegaban tarde de sus fábricas. En esa época casi todo el mundo trabajaba en las fábricas. Empezaba el boom del textil en Terrassa. En realidad había muy poca gente por las calles, a esas horas, pero la figura del sereno, daba seguridad a los pocos que por allí andaban. En esos largos ratos, Quico tenía mucho tiempo para pensar en su familia, para cuestionarse si había hecho bien en dejarlos solos en el pueblo, pero enseguida pensaba que allí, en aquella pequeña, fea y gris ciudad, estarían mejor y tendrían muchas más oportunidades de salir adelante.
(Continuará…)
Feliz día, viajeros
Entrellat

martes, 11 de septiembre de 2007

Descubriendo la vida

Foto: Un momento de la Fira Modernista. Terrassa, mayo de 2007
El domingo al medio día, vinieron a comer a casa dos de mis mejores y más viejos amigos. Y cuando digo viejos, no me refiero a que tengan ochenta años cada uno, no, que tienen mi misma edad, pero eso sí, somos amigos desde la más tierna infancia.
Uno vino con su mujer y su hijo de siete años, y la otra con su hija de cinco. Nosotros, los adultos, nos dedicamos a hablar de nuestras cosas, de nuestros trabajos, de nuestras alegrías, de nuestras penas, del sexo de los ángeles e intentamos arreglar el mundo, cosa que hacemos siempre, y que por comparación, nos ayuda a creer que, al fin y al cabo, no estamos tan mal.
Mientras tanto los niños jugaban, iban arriba y abajo, subían a la terraza, jugaban con los juguetes que el niño había traído, le hacían perrerías a Petra, mi perrita, y ella encantada; y de vez en cuando se acercaban a nuestro mundo para pedir complicidad en el juego, y después de ver que no les hacíamos demasiado caso, se volvían a marchar a seguir con sus juegos infantiles.
En un momento en el que los adultos estábamos hablando, apareció el niño para pedir permiso a sus padres para quitarse un aparato ortopédico que lleva para solucionar un problema óseo que tiene desde hace unos años. La madre le dijo que sí, que ningún problema, y el niño volvió a la habitación donde estaba jugando con la niña y cerró la puerta. La habitación da a un balcón al cual también da el salón, así que por mucho que cerraran la puerta, desde el balcón se puede acceder a la habitación, y los padres de vez en cuando iban a mirar para controlar que los niños estuvieran bien.
Notros ya estábamos riendo y sospechando lo que los niños estaban haciendo, así que en uno de esos momentos, la madre del niño fue a mirar ya que no se oía ruido, volvió con una sonrisa en los labios y nos dijo que la niña se había quitado la falda y las bragas, y que estaban cada uno sentado a un lado de la cama.
Nos reímos mucho, y pensamos en la frase tu me enseñas la tuya y yo te enseño la mía, y en el descubrimiento del cuerpo del otro, y por comparación del nuestro propio. La madre de la niña se levantó y fue en silencio a mirar lo que estaban haciendo. La niña se dio cuenta y se puso las braguitas. La madre volvió descojonándose de risa y empezamos a hablar de esos temas, de cómo habían cambiado las cosas, de si había que haberles regañado, y pensamos qué hubiera pasado si nuestros padres nos hubieran descubierto jugando desnudos con otro niño o niña. Todos estábamos de acuerdo en que si estos juegos se tratan de una manera natural, sin malicia, el descubrimiento de su cuerpo, y más adelante de su sexualidad, sería también natural, sin sentimiento de culpa.
Al cabo de un momento volvieron el niño y la niña al salón, ésta última con la falda puesta al revés y volvimos a reírnos mucho.
Me encantó el día que pasamos juntos, nuestras charlas, las risas de los niños, pero sobre todo, me encantó ver que temas como la sexualidad se empiezan a tratar con una gran naturalidad, y pensé que nuestra sociedad, aunque poco a poco, se estaba quitando el lastre de la culpa, de la carga del pecado.
Feliz día, viajeros.
Entrellat

viernes, 7 de septiembre de 2007

la calle de los chicos malos

Foto: Cartel de una calle del bario de Le Marais. París, mayo de 2007
Me llamó la atención el nombre de la calle y como estaba cansado de arrastrar literalmente mi maleta por los rincones de París, ya que en el aeropuerto le habían roto una de las ruedas, al ver en el numero 8 el cartel del Hotel du Loiret, entré a probar suerte. Les quedaba sólo una habitación libre, de las que ellos llaman económica, y como estaba dentro de mi presupuesto, sin dudar la acepté. No era muy grande, tenía el techo abuhardillado, dos camas individuales, con unos edredones azules, un baño pequeño pero limpio y una ventana desde las que se veían los tejados del edificio de enfrente y si arriesgabas un poco y te colgabas de la ventana, hasta se podía ver la calle.
Hacía mucho calor, así que me di una ducha fría. Retiré el edredón y con la toalla mojada, me tumbé en la cama a descansar y a organizar lo que quedaba del día. Cogí la guía pero en seguida sentí hambre, así que me vestí y bajé a la calle. Caminé un poco y en la acera de enfrente, a unos cuantos metros del hotel, encontré un restaurante lionés con un nombre curioso “Mmmm!!! Les Mauvais Garçons”. No podía parar de sonreir mientras entraba en el restaurante, así que la persona que me atendió me preguntó porqué sonreía tanto, y le dije que me parecía curioso el nombre del restaurante y el de la misma calle. Me explicó que era una calle antigua, que ya existía en el siglo XIII, y cuyo nombre era Calle Chartron, pero que todo el mundo la conocía por la Calle de los chicos malos, por la población “turbulenta” que allí se encontraba.
No se si fue por la conversación que tuvimos, pero me ofreció una mesa en un rincón privilegiado, así que le di las gracias y miré la carta. Elegí un entrecot, una ensalada de la casa y una copa de vino de Burdeos. Mientras cenaba me puse a mirar a los clientes del restaurante, dos mesas más allá había un chico de mi estatura más o menos, sentado en una mesa. Estaba solo, pero la mesa estaba preparada para dos, pensé que estaba esperando a alguien. Acabé de cenar, y el chico todavía estaba solo. Le han dado plantón, pensé.
Mientras pagaba mi cuenta, el chico hizo una llamada, y salió del restaurante, dejando en la mesa un sobre y unas llaves. Cogí sus cosas, y salí detrás de él para devolvérselas, pero al girar la esquina ya no lo ví. Me metí el sobre y las llaves en el bolsillo y seguí caminando. Al cabo de unos minutos lo encontré sentado en el escalón de un portal, mirando hacia el suelo. No se por qué, pero no me acerqué a devolverle sus cosas, en vez de eso me senté a unos metros de él en un banco. Al cabo de un momento, se levantó y empezó a andar. Le seguí. Intenté que no se diera cuenta de mi presencia, así que de vez en cuando me paraba para mantener una cierta distancia. Llegó hasta el Sena, y se sentó en uno de los muelles. Estaba solo, no había nadie a su alrededor. Yo lo miraba desde arriba, y sentía como un subidón de adrenalina. No había hecho nunca nada parecido, además no sabía dónde me iba a llevar todo aquello. Mientras pensaba que no estaba bien lo que estaba haciendo, y había decidido marcharme, el chico sacó del pantalón una pistola y empezó a jugar con ella. Me asusté, pero fui incapaz de moverme. Tenía miedo que si me descubría, me disparara. El chico pegó un grito ahogado, se metió la pistola en la boca y disparó. Sin saber porqué, salí corriendo, asustado, sin dirección.
Estuve caminando por las calles de París, dando vueltas durante un par de horas, con la mente en blanco y sin saber qué hacer. Sin saber cómo, me encontré en la calle de los chicos malos, me dirigí al hotel y subí a la habitación. Me desnudé, y me volví a duchar, estaba muy alterado y no sabía qué tenía que hacer. Me volví a tumbar en la cama con la toalla mojada, seguía haciendo calor. En ese momento me acordé de la carta y de las llaves. Me levanté y cogí la ropa de la cama de al lado, donde la había dejado y busqué en los bolsillos de la chaqueta. Cogí la carta y empecé a leer:
Querida Berthe,
Cuando leas esto estarás sola en el restaurante, te habré devuelto tus llaves y te habré dejado esta carta. Perdona que no haya sido capaz de hablar contigo, pero ya sabes que no soy bueno para eso. No te pido perdón por haberte pegado, se que eso no se puede perdonar. Es mi castigo. Soy celoso, y no puedo controlar mis impulsos. Sé que no es la primera vez que te he pegado, ni creo que hubiera sido la última, pero si te sirve de consuelo, luego me arrepiento y sufro mucho. Se que no es excusa, pero no se cómo solucionarlo, y por eso me voy. Soy un chico malo, como tu dijiste en nuestra primera cena, en este mismo restaurante, por eso te he traído aquí. Tengo muchas cosas que pensar, y no se por donde empezar.
Espero que algún día, con el tiempo, llegues a olvidarme y a olvidar todo esto.
Lo siento. Adiós.
Thierry
Me quedé dormido al cabo de mucho rato. Por la mañana me desperté con frío en el cuerpo, la toalla, pensé, y con una resaca espantosa. Me volví a duchar, esta vez con agua caliente, me vestí y bajé a desayunar. Busqué en el diario de la mañana, pero no había nada, ninguna noticia. Y cuando dejé de buscar, justo cuando iba a cerrar el diario, encontré un pequeño artículo que decía:
Aparece muerto a orillas del Sena un joven sin identificar, de unos 25 años. Todo parece indicar que se trata de un suicidio.
Subí a la habitación, rompí la carta y al bajar a la calle mientras paseaba la tiré a una papelera, junto con las llaves.
En todas las veces que he vuelto a París, nunca más he ido a ese hotel, ni he vuelto a pasar por esa calle. Tal vez sea porque yo después de todo aquello, también me siento un chico malo. Todavía pienso qué hubiera sido del chico si le hubiera devuelto la carta y las llaves.
Feliz día, viajeros.
Entrellat
PS: Esta historia, también es inventada, excepto los lugares, que son totalmente reales, incluidos sus nombres.

martes, 4 de septiembre de 2007

Qué extraño es lo cotidiano

Foto: Momento del partido entre el Ontinyent y el Sabadell. Sabadell, septiembre de 2007
El domingo pasado fui a ver el partido del Ontinyent con el Sabadell, que juegan en la segunda división B. Cuando entré en el campo tuve una sensación que fue creciendo a medida que se desarrollaba el partido. Me parecía estar en el Coliseo de Roma, y no porque el estadio de Sabadell sea bonito, ni espectacular, que no, más bien todo lo contrario, si no porque como el fútbol me cuesta digerir, en los momentos en los que el partido no conseguía engancharme, a parte de hacer fotos, me fijaba en lo curioso que es este espectáculo. Ver el público cómo grita, cómo insulta, cómo descarga sus tensiones en esos 90 minutos que dura “el torneo”, cómo los “gladiadores” se juegan el físico literalmente por una pelota, resulta curioso, y si lo miras con una cierta distancia, recuerda incluso al “pan y circus” de los romanos, pero sin el pan.
Ayer me decía Jota, el marido de una de mis mejores amigas, que en el poco tiempo que lleva en España, ha visto muchas cosas que le sorprenden, que son completamente diferentes a como son en su país, la República Dominicana. Cosas que para nosotros son completamente cotidianas, que están integradas dentro de nuestro día a día y que ni siquiera paramos a pensar en ellas. Lo que más le llamaba la atención es que la gente no se saludara por la calle. Explicaba que si en su país pasas por un parque y hay alguien sentado en un banco, ellos le saludan; si alguien está en la puerta de su casa, y pasan por al lado, le saludan; cuando suben al autobús, no sólo saludan al conductor, sino a toda la gente que va dentro. No penséis que antes de venir vivía en un pueblecito, no, vivía en una ciudad que es una de las más grandes del país. Y a pesar de eso, la gente sigue saludándose por la calle y los vecinos llevan comida a casa de los otros vecinos, y se conocen todos, y saben si un vecino está enfermo, y le ayudan. La mayoría de nosotros no sabemos ni siquiera cómo se llama el vecino del piso de abajo.
El otro día, me contaba, pasó por una calle en la que había unos abuelitos sentados en un banco, y se cambió de acera para no tener que pasar delante de ellos sin saludarlos, porque sabía que si les saludaba sin que lo conocieran de nada, lo iban a mirar mal, o por lo menos pensarían, ¿quién es este tío tan raro?
Jota es una persona cariñosa, sensible, lleno de energía, de vida, y lleno de curiosidad. Espero que la vida le de suficiente cariño como para que no eche de menos su país, y no se quiera marchar; suficientes “viajes” y suficiente experiencia para saber que esas pequeñas diferencias no nos hacen mejores ni peores, si no que son las que conforman nuestra idiosincrasia, y que llegamos a ellas por pura y dura evolución, ¿o tal vez sea involución?
Feliz día, viajeros.
Entrellat
PS: Por cierto, que el partido acabó 3-2 a favor del Sabadell y que el jugador del Ontinyent que lleva el número 4 en la camiseta es mi sobrino.

sábado, 1 de septiembre de 2007

El contestador

Foto: Zapatos y mochila en la hierba. París, mayo 2007
Me resisto todavía a tirar mi viejo contestador, y eso que sé que el nuevo contestador digital de la compañía de teléfonos funciona mucho mejor, y que la calidad del sonido es mucho más buena, y sobre todo que ganaría un poco de espacio en la mesa de trabajo de mi casa, que últimamente está demasiado desordenada, y ya no admite ningún trasto más. Me resisto a tirarlo porque allí están guardados tu primer mensaje, y los tres últimos. He hecho copias de la cinta cassette por si se me estropeaba, la he pasado a CD en mi nuevo ordenador y he dejado copia en el disco duro. Tengo miedo que puedan desaparecer, es lo único que me queda de ti, eso y unos zapatos viejos que olvidaste en mi armario, justo antes de marcharte.
Creo que me equivoqué, que no debería haberlo hecho, pero el día después de que te marcharas los llevé al zapatero para que los arreglara, y aunque son tres números mayores que los míos, el empleado de la zapatería, que me conoce desde hace muchos años, no hizo ningún comentario, me miró, me dio el resguardo, y me dijo con la voz más suave de lo habitual: estarán para el martes. Y el martes pasé. Les habían cambiado las suelas, y puesto plantillas de piel en el interior, y habían sido limpiados con un esmero al que yo no estaba acostumbrado. Pensé que no eran los tuyos, que se habían equivocado, hasta tenían un color más oscuro por la crema que les había puesto, y no pude resistirme a acercármelos a la nariz, para ver si tenían tu olor, pero casi había desaparecido. Le pagué, sin decir nada, los cogí y me fui despacio con tus zapatos en la mano, mientras el dependiente me decía si quería una bolsa. No pude contestarle, me hubiera puesto a llorar. Llegué a casa, coloqué los zapatos en el armario y volví a poner los mensajes del contestador: Mensaje 1: “Hola, soy Ferran. ¿Te acuerdas de mí? Nos conocimos la semana pasada en la fiesta de Yolanda. Me diste tu número de teléfono por si quería llamarte… Oye, que me puse nervioso, y por eso dije aquella tontería. No te he llamado antes porque… no se, es que… bueno, que no se me da muy bien hablar con las máquinas, me siento tonto. Bueno, que quería decirte que si… que si te viene bien, y si te apetece, claro, que si querrías venir a casa a cenar hoy. No pienses mal, sólo a cenar, eh? Que no es que no me apetezca nada más, que sí, bueno, que quiero decir que… oye que me estoy liando, que me llames y que, bueno, que si tú quieres vamos a otro sitio. Bueno, llámame y hablamos…. Hasta luego… Adiós”
Mensaje 2: “Hola Carlos, soy Ferran, mira que… no se por donde empezar, ya sabes que escribir no se me da bien, y hablar tampoco, pero bueno, como sé que no me atrevería a decírtelo personalmente, pues te dejo un mensaje en el contestador. Ya sé que es de cobardes no dar la cara, pero no puedo, sé que te pondrías a llorar, y yo no… no podría soportarlo. Esta mañana, después de irte a trabajar, he cogido todas mis cosas, ya lo habrás visto. Bueno, pues… que me voy, que no te enfades pero es que en estos cuatro meses que he estado contigo, me he dado cuenta que no… bueno, que yo no te… vaya, que eres muy buen tío, que me gustas mucho, y todo eso, pero no siento cosquillas en el estómago, creo que no soy tu media naranja, como tú decías. Soy demasiado egoísta para querer a nadie, al menos como tú quieres que te quieran. No te… (piiiiiiiii).”
Mensaje 3: “Oye, que se ha cortado. Bueno, que me llevo todas mis cosas. Me voy a casa de mis padres. Preferiría que no me llamaras, necesito tiempo para organizarme. Yo tampoco me entiendo demasiado. Bueno, no se que más decir, que lo siento. Cuídate mucho, y suerte.”
Mensaje 4: “Hola, soy Alejandra, la hermana de Ferran, mira que no se quien eres, pero he visto que este número se repetía mucho en las llamadas de mi hermano, y por eso te llamo. Te llamo para darte una mala noticia. Ayer mientras, volvía a casa, mi hermano tuvo un accidente con el coche, y bueno, que… uy, lo siento, perdona es que no puedo parar de llorar… bueno, que murió en el accidente. Si quieres venir al entierro, o si me quieres decir algo te dejo mi teléfono…”
No llamé, no hubiera sabido explicar quien era yo en ese momento, y tampoco fui al entierro, en vez de eso cogí tus zapatos y los llevé al zapatero.
Feliz día, viajeros.
Entrellat
PS: Por supuesto que esta historia es inventada. Espero que aunque triste, os haya gustado. Es un punto de partida, para empezar a hablar sobre cómo afrontamos “los temas pendientes”, que espero abordar más adelante.