viernes, 7 de septiembre de 2007

la calle de los chicos malos

Foto: Cartel de una calle del bario de Le Marais. París, mayo de 2007
Me llamó la atención el nombre de la calle y como estaba cansado de arrastrar literalmente mi maleta por los rincones de París, ya que en el aeropuerto le habían roto una de las ruedas, al ver en el numero 8 el cartel del Hotel du Loiret, entré a probar suerte. Les quedaba sólo una habitación libre, de las que ellos llaman económica, y como estaba dentro de mi presupuesto, sin dudar la acepté. No era muy grande, tenía el techo abuhardillado, dos camas individuales, con unos edredones azules, un baño pequeño pero limpio y una ventana desde las que se veían los tejados del edificio de enfrente y si arriesgabas un poco y te colgabas de la ventana, hasta se podía ver la calle.
Hacía mucho calor, así que me di una ducha fría. Retiré el edredón y con la toalla mojada, me tumbé en la cama a descansar y a organizar lo que quedaba del día. Cogí la guía pero en seguida sentí hambre, así que me vestí y bajé a la calle. Caminé un poco y en la acera de enfrente, a unos cuantos metros del hotel, encontré un restaurante lionés con un nombre curioso “Mmmm!!! Les Mauvais Garçons”. No podía parar de sonreir mientras entraba en el restaurante, así que la persona que me atendió me preguntó porqué sonreía tanto, y le dije que me parecía curioso el nombre del restaurante y el de la misma calle. Me explicó que era una calle antigua, que ya existía en el siglo XIII, y cuyo nombre era Calle Chartron, pero que todo el mundo la conocía por la Calle de los chicos malos, por la población “turbulenta” que allí se encontraba.
No se si fue por la conversación que tuvimos, pero me ofreció una mesa en un rincón privilegiado, así que le di las gracias y miré la carta. Elegí un entrecot, una ensalada de la casa y una copa de vino de Burdeos. Mientras cenaba me puse a mirar a los clientes del restaurante, dos mesas más allá había un chico de mi estatura más o menos, sentado en una mesa. Estaba solo, pero la mesa estaba preparada para dos, pensé que estaba esperando a alguien. Acabé de cenar, y el chico todavía estaba solo. Le han dado plantón, pensé.
Mientras pagaba mi cuenta, el chico hizo una llamada, y salió del restaurante, dejando en la mesa un sobre y unas llaves. Cogí sus cosas, y salí detrás de él para devolvérselas, pero al girar la esquina ya no lo ví. Me metí el sobre y las llaves en el bolsillo y seguí caminando. Al cabo de unos minutos lo encontré sentado en el escalón de un portal, mirando hacia el suelo. No se por qué, pero no me acerqué a devolverle sus cosas, en vez de eso me senté a unos metros de él en un banco. Al cabo de un momento, se levantó y empezó a andar. Le seguí. Intenté que no se diera cuenta de mi presencia, así que de vez en cuando me paraba para mantener una cierta distancia. Llegó hasta el Sena, y se sentó en uno de los muelles. Estaba solo, no había nadie a su alrededor. Yo lo miraba desde arriba, y sentía como un subidón de adrenalina. No había hecho nunca nada parecido, además no sabía dónde me iba a llevar todo aquello. Mientras pensaba que no estaba bien lo que estaba haciendo, y había decidido marcharme, el chico sacó del pantalón una pistola y empezó a jugar con ella. Me asusté, pero fui incapaz de moverme. Tenía miedo que si me descubría, me disparara. El chico pegó un grito ahogado, se metió la pistola en la boca y disparó. Sin saber porqué, salí corriendo, asustado, sin dirección.
Estuve caminando por las calles de París, dando vueltas durante un par de horas, con la mente en blanco y sin saber qué hacer. Sin saber cómo, me encontré en la calle de los chicos malos, me dirigí al hotel y subí a la habitación. Me desnudé, y me volví a duchar, estaba muy alterado y no sabía qué tenía que hacer. Me volví a tumbar en la cama con la toalla mojada, seguía haciendo calor. En ese momento me acordé de la carta y de las llaves. Me levanté y cogí la ropa de la cama de al lado, donde la había dejado y busqué en los bolsillos de la chaqueta. Cogí la carta y empecé a leer:
Querida Berthe,
Cuando leas esto estarás sola en el restaurante, te habré devuelto tus llaves y te habré dejado esta carta. Perdona que no haya sido capaz de hablar contigo, pero ya sabes que no soy bueno para eso. No te pido perdón por haberte pegado, se que eso no se puede perdonar. Es mi castigo. Soy celoso, y no puedo controlar mis impulsos. Sé que no es la primera vez que te he pegado, ni creo que hubiera sido la última, pero si te sirve de consuelo, luego me arrepiento y sufro mucho. Se que no es excusa, pero no se cómo solucionarlo, y por eso me voy. Soy un chico malo, como tu dijiste en nuestra primera cena, en este mismo restaurante, por eso te he traído aquí. Tengo muchas cosas que pensar, y no se por donde empezar.
Espero que algún día, con el tiempo, llegues a olvidarme y a olvidar todo esto.
Lo siento. Adiós.
Thierry
Me quedé dormido al cabo de mucho rato. Por la mañana me desperté con frío en el cuerpo, la toalla, pensé, y con una resaca espantosa. Me volví a duchar, esta vez con agua caliente, me vestí y bajé a desayunar. Busqué en el diario de la mañana, pero no había nada, ninguna noticia. Y cuando dejé de buscar, justo cuando iba a cerrar el diario, encontré un pequeño artículo que decía:
Aparece muerto a orillas del Sena un joven sin identificar, de unos 25 años. Todo parece indicar que se trata de un suicidio.
Subí a la habitación, rompí la carta y al bajar a la calle mientras paseaba la tiré a una papelera, junto con las llaves.
En todas las veces que he vuelto a París, nunca más he ido a ese hotel, ni he vuelto a pasar por esa calle. Tal vez sea porque yo después de todo aquello, también me siento un chico malo. Todavía pienso qué hubiera sido del chico si le hubiera devuelto la carta y las llaves.
Feliz día, viajeros.
Entrellat
PS: Esta historia, también es inventada, excepto los lugares, que son totalmente reales, incluidos sus nombres.

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