lunes, 28 de diciembre de 2009

Las leyes de Manu

Foto: Uno de los miembros de las castas bajas aseándose en la calle a la salida de Delhi. Septiembre de 2009
Según la mitología hindú, Manu fue el primer hombre, el equivalente a nuestro Adán, es el primer antepasado común de todo el universo, sólo que en su caso fue un sabio, fue el primer rey, y además dictó unos códigos de conducta, entre los cuales está el sistema de castas hinduista.
Este sistema de castas, que entre otras cosas obliga a tener una relación endogámica con personas de la misma casta, no sólo discrimina a las personas por el hecho de pertenecer a una u a otra, si no que impide que las personas se promocionen de una casta a otra con el esfuerzo de su trabajo; tan sólo con la reencarnación, es decir después de la muerte, se puede subir o bajar de una a otra, en función del buen o mal karma que se tenga; es decir, de lo “bueno o malo” que uno haya sido en la vida anterior. Una buena manera de tener a la gente de las castas inferiores “conforme” con la suerte que les ha tocado.
¿Alguien se imagina a los 1200 millones de indios que habitan el país empezando a reclamar “sus derechos”? Bueno, tal vez antes habría que explicarles lo que significa esa palabra, porque me parece que no tiene traducción al hindi ni a ninguna de las más de 2000 lenguas y dialectos que se hablan en la India, ni siquiera al inglés que también es lengua cooficial allí.
Que tengáis unas felices fiestas, viajeros.

viernes, 27 de noviembre de 2009

Aria de Carlota

Foto: Reinterpretación de una instantanea tomada en La Floresta, en abril de 2008
Al principio no me lo acababa de creer, pero me dejé llevar. Hacía tiempo que no estaba con nadie, y aquel día, cuando volvimos de aquella fiesta… Los dos habíamos bebido mucho, bastante como para estar un poco desinhibidos, pero no lo suficiente para no saber lo que hacíamos. Nada más entrar por la puerta de casa, Bernardo empezó a hacer tonterías, me cogió por las muñecas y empezamos a pelearnos, como si fuéramos dos niños, como si se tratara de un juego. Hubo un momento en que nos quedamos quietos, mirándonos fijamente a los ojos el uno al otro, sin saber qué decir, con la respiración alterada por la pelea. En ese momento le di un beso y él se dejó llevar. Al cabo de unos segundos fui yo quien paró. Sabía que aquello no podía llegar a ninguna parte, sabía que le gustaban los chicos. Pero entonces fue él quien continuó con los besos.
Me abrazó muy fuerte y me apretó entre sus brazos. Hacía tiempo que no sentía un cuerpo tan cerca y estaba muy a gusto con él. Y entonces fui yo quien se dejó llevar. Acabamos haciendo el amor. Fue todo muy lento. Él se entretenía en mirarme, en acariciarme por todas partes, como si descubriera por primera vez el cuerpo de una mujer, como un adolescente. Después supe que era yo la primera mujer con la que se había ido a la cama.
Por la mañana, cuando nos levantamos, desayunamos en silencio. Él me miraba y sonreía, y yo no sabía qué pensar. Me había gustado mucho, pero conocía a Bernardo, o eso me creía, y no sabía cómo podía acabar todo aquello. Pensé que tal vez sería sólo un polvo, que había sido muy bonito, pero que no había que darle más vueltas. Tal vez más adelante reiríamos los dos, recordando todo aquello con mucho cariño. Así lo esperaba yo y él también lo veía así. Dijo que no nos teníamos que obsesionar, que dejáramos pasar el tiempo, que las cosas se pondrían solas en su sitio. Y añadió una frase tan simple como contundente, con una serenidad que me hizo pensar que ya se habían pasado los efectos del alcohol y que aquella historia no iría más allá: “las cosas no tienen más importancia que la que uno les quiera dar”.
Al día siguiente se acercó mientras lavaba los platos y me empezó a dar besos en la oreja… Acabamos haciendo el amor. Y así, un día en la cocina, otro en el comedor, otro en el estudio, otro en la habitación… Hasta que un día me quedé a dormir en su cama. A la mañana siguiente, con mucho sarcasmo, Bernardo rebautizó mi habitación como la habitación de los invitados. Y me enterneció mucho, y así se ha quedado, la habitación de los invitados.
No hemos hecho planes, no nos hemos cuestionado si lo nuestro durará mucho o no, y me gusta, y me hace sentir bien. Creo que hace un año lo hubiera estropeado, intentando ponerle nombre a nuestra relación, para sentirme más segura. Ahora me da igual, estoy bien así con él y eso es lo que importa.
© Fran Rueda, 2004
Nota: Este texto es la traducción al castellano de un monólogo que pertenece a una obra de teatro que escribí hace unos años llamada "el corazón en domingo".

viernes, 20 de noviembre de 2009

¡Calla, que vienen!

Foto: Campo de Olivos. Granada, febrero de 2008
— Galindo, ¿te acuerdas de aquella noche en la Colonia?
— Pues claro, Fede, qué cosas dices, chacho, cómo no me voy a acordar.
— No me llames Fede, que sabes que no me gusta. ¿Qué pensaste tú? ¿Creíste que saldríamos de allí con vida?
— Te juro que no. Si me lo hubieran preguntado hubiera apostado la vida a que no saldríamos de aquella. Total, compadre, por lo que valía en aquellos momentos. ¿Y tú, qué pensaste?
— No sé Galindo, no sé… Cuando vi la mirada perdida de Cabezas y de Paco Galadí, pensé como tú. Aunque era verano, a aquellas horas ya no hacía calor. El viento silbaba a través de los juncos y los perros no dejaban de ladrar a las puertas del cortijo, por el trasiego de los falangistas. Te reirás, pero yo no tuve miedo hasta que vi la muerte en su mirada. No era perder la vida lo que temía, ni siquiera el sufrimiento. Temía por mi familia, porque ya nunca más los volvería a ver, porque ya nunca más me volverían a ver. Pensaba en mis hermanos, pero sobre todo en mi madre, en cómo su mirada rígida y severa se volvería húmeda y distante a causa del sufrimiento, como ya le había pasado con la muerte de mi abuelo.
— Pásame un cigarrillo… ¿Sabes, Galindo?
— ¿Qué?
— Que ahora ya no sé si quiero salir de aquí.
— ¿Y por qué no? Si antes no pensabas en otra cosa. Estabas deseando que llegara el día en que nos encontraran para salir corriendo de aquí.
—Corriendo, corriendo, no diría yo.
—Bueno, ya me entiendes, Federico.
—Por una parte sí que quiero, pero por otra ya me he acostumbrado a esto. Me gusta sentir el canto de los grillos en las noches de verano, y el crujir de los pasos sobre las hojas secas en otoño, pero sobre todo me gusta ver las caras de la gente que viene a vernos, esas caras con una mezcla de admiración y de rabia…
— Dirás que vienen a verte a ti.
— No digas eso, Galindo… Además, ¿a dónde voy a ir? ¿Te has enterado de lo que dice mi familia?
— No, ¿qué?
— Dicen que las circunstancias de mi muerte son lo suficientemente conocidas como para que no haya que remover mis huesos.
— No lo entiendo, Federico.
— Yo tampoco. No sé qué temen. Tal vez que no sea yo el que esté aquí enterrado y que el circo que tienen montado a mi costa se les vaya a tomar viento…
—Calla, Federico, que ahí vienen unos a visitarte con unas flores en la mano.
— Ya callo, ya callo, aunque hace mucho tiempo que no hago otra cosa que callar.
© Fran Rueda, noviembre de 2009
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Nota: este relato se lo dedico a Manel y a Monelle (leído Monel. ¡Anda! No había caído en lo gracioso de los dos nombres juntos). Se trataba de un juego en el que cada uno tenía que hacer un texto sobre el mismo tema, aunque por falta de tiempo no pudo ser, pero seguro que otro día será.

Nota 2 (añadida el 25-11-2009): Los textos de Manel y de Monelle llegaron, y también los de Andrés. Si tenéis tiempo echadles un vistazo, valen realmente la pena.

Nota 3: Este relato ganó el tercer premio del II Concurso de relatos breves del Diari de Terrassa (16-12-2010)

miércoles, 14 de octubre de 2009

Manjulika y el señor de las montañas

Foto: Trabajadores hindús en la parte trasera de un camión. Salida de Delhi, 17 de septiembre de 2009
Manjulika cortaba el viento que azotaba su cara con un sari color turquesa. Iba sentada en la parte de atrás del camión, como todos los demás trabajadores que habían estado aquel día en el patio trasero del almacén de Yamir, separando envases de plástico, que otros habían recogido en días anteriores de las basuras y que luego irían a parar, una vez clasificados, a la fundición de dos calles más arriba, donde otros tantos trabajadores harían con aquellos desechos nuevas botellas, o cualquier otro objeto de plástico para el uso de los numerosísimos turistas que llegaban cada día a la ciudad.
A las cuatro de la mañana, cuando casi estaba a punto de amanecer, había sonado un claxon en la puerta de su casa. Manjulika dio un respingo por el estrepitoso ruido del camión y con un solo gesto tiró de los raidos pantalones de su hijo Rasul, que dormía en el camastro de al lado. Sin pensárselo dos veces y a pesar de su corta edad, Rasul se levantó y como todas las mañanas, desde hacía siete días, ofreció la primera comida del día a la vaca de sus padres, tal y como mandaba la costumbre, mientras su madre ponía unos granos de arroz en el altar de Lakshmi, su diosa familiar.
— Tata — leyó Rasul en el frontal del camión, mientras subía a la parte de atrás. Su madre sonreía porque con tan corta edad ya sabía leer la marca del vehículo, aunque era consciente de que con esa palabra y un par más que había aprendido de alguno de sus compañeros de trabajo, mientras circulaban por la autopista en la parte de atrás del camión, poco iba adelantar.
Después de la jornada de doce horas de trabajo, Manjulika y su hijo regresaban a la aldea. Desde su asiento en el suelo del camión, ella lo miraba y daba gracias a Lakshmi, su diosa familiar y de la fortuna, porque hacía una semana que ella y Rasul tenían trabajo. Si Lakshmi les seguía sonriendo, tal vez en unos meses tuvieran dinero para comprar un par de cabras, para que Girisha, su hijo mayor, pudiera ocuparse de ellas y no tuviera que volver a la ciudad.
Manjulika, recordaba cuando su madre le había explicado el significado de su nombre, dulce niña, y la importancia que para ellos había tenido la elección del nombre de todos sus hijos. De la misma manera recordaba cuando unos seis años atrás había nacido su segundo hijo en el camastro de su casa.
— Tiene cara de ángel — dijo la señora que le ayudó en el parto.
— Se llamará Rasul, que significa ángel — dijo Manjulika sin dudarlo.
También recordaba cómo su hijo mayor, el primero, había nacido una noche de fuerte viento y tormenta, y que su marido no pudo ir a buscar a la partera al poblado de al lado. En lugar de eso se quedó nervioso, dando vueltas como un león enjaulado en el porche de su cabaña, mientras miraba a lo lejos las ennegrecidas montañas por si las nubes dejaban paso a los claros. Pero su hijo decidió venir al mundo sólo, sin ayuda de nadie, y por eso el padre decidió llamarlo Girisha, que significa el señor de las montañas.
Girisha había marchado hacía unos seis meses a la ciudad a probar fortuna, porque el pequeño sembrado de su padre y la vaca familiar no daban para alimentar a los cuatro miembros de la familia y a los abuelos paternos, que también vivían en la casa.
A pesar de la corta distancia que había entre el poblado y la gran ciudad, Girisha todavía no había vuelto a visitarlos. Tan sólo habían tenido noticias de él a través de un vecino que había ido a comprar a la ciudad.
— ¿Cómo está mi Girisha? ¿Está bien? — preguntó Manjulika al vecino cuando le dijo que lo había visto.
— Bien, bien. Estaba trabajando en un puesto de frutos secos. Estaba muy guapo. Dice que pronto vendrá a visitaros — mintió para no hacer daño a su buena y generosa vecina.
— ¿De verdad? ¿No me mientes? — volvió a preguntar la madre preocupada, mientras le caía una lágrima por la mejilla y se la lamía con la lengua.
— No, no, ¿por qué te iba a mentir? — decía el vecino intentando disimular su vergüenza, mientras se marchaba con la mirada fijada en el suelo. En realidad lo había visto durmiendo en la calle, encima de la acera, entre una larguísima fila de mendigos, con la cara sucia y con la misma ropa que llevaba el día que se marchó del poblado.
Los pitidos de los vehículos de la autopista y un frenazo del camión donde viajaban, devolvieron a Manjulika a la realidad. Su hijo Rasul la estaba llamando mientras miraba sorprendido a un autobús blanco lleno de turistas, y en especial a un señor que le hacía fotos desde la ventanilla.
— ¿Mamá, quiénes son esas personas que huelen tan bien y vienen en esos bonitos autobuses? — preguntó Rasul, recordando el olor que había sentido de algunos turistas, cuando se habían acercado a ellos por casualidad.
— Gente, Rasul, gente de fuera — decía Manjulika, preocupada porque su pequeño con cara de ángel estaba empezando a tener las mismas inquietudes que su hermano Girisha.
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Este cuento se lo dedico a María José y a Joan unos amigos a los que la fortuna hizo que nos encontramos en Benarés y que, como nosotros, todavía sienten rabia por lo que vivieron en su viaje a la India.
Y al resto, que tengáis un buen día, viajeros.

Entrellat

domingo, 11 de octubre de 2009

El país de las sensaciones

Foto: Niños pidiendo regalos a los turistas. Jaipur, 19 de septiembre de 2009
Han pasado casi quince días desde que volví de la India y me he sentado casi cada día para comentar algo del viaje, para deciros por lo menos por qué no continué con lo que me había propuesto, hacer un relato in situ de las vivencias del viaje. Pues bien, pasado ese tiempo todavía no sé qué contar, no sé qué impresión me ha causado la India y su gente, no sé si me ha gustado, si me ha encantado o si por el contrario me ha horrorizado.
Manel, un compañero en el difícil pero gratificante camino de la escritura, calificaba mi viaje en la anterior entrada con un: “horror, estáis haciendo de turistas”. Lógica su apreciación después de alguno de mis comentarios. En mi defensa diré, aunque creo haberlo dicho ya, y si no ahora es buen momento, que para mí la diferencia entre hacer turismo y viajar no está en la cantidad de estrellas del hotel donde uno se aloje, o en lo más o menos organizado que esté el viaje, si no en la actitud y la mirada que tiene uno ante lo que ve.
Yo me considero viajero y no turista, porque intento — difícil tarea, lo sé— interferir lo mínimo posible ante lo que pasa por delante de mis ojos. Considero que hacer regalos a los niños, darles caramelos, bolígrafos, los jabones de los hoteles, monedas, o lo que sea, es abocarlos a la mendicidad; es enseñarles que no hace falta ir a la escuela, ni trabajar porque es más fácil conseguirlo pidiendo. Creo que si uno tiene algo que dar, es mejor que lo haga a través de una escuela, de una organización que se encargue de repartirlo de manera más o menos justa, para no crear en los niños la falsa idea de que mendigando se puede vivir cómodamente. Alguien dijo alguna vez “Dale un pez a un hombre y comerá un día. Enséñale a pescar y comerá todos los días.”
Intento también no juzgar con mi occidental y aburguesada mirada su manera de vivir, aunque a veces, en el intento de entender lo que está pasando, aparezca la cruel e injusta figura de la comparación.
Por cierto, que no continué con el relato in situ del viaje, porque había tantas y tantas cosas para ver, porque eran tantas y tan duras las sensaciones que me quedaban al final de la jornada que me veía incapaz de organizarlo en mi cabeza y ponerlo en palabras. Supongo que poco a poco empezaré a darles forma.
Que tengáis un buen día, viajeros.
Entrellat

miércoles, 16 de septiembre de 2009

Dia 2 - Delhicioso

Foto: Señora musulmana haciendo sus abluciones. Delhi, 16 de septiembre de 2009
¿Y dónde quedó el día 1, os preguntaréis? Pues en el aeropuerto de Londres. Los señores que organizaron el viaje y nos vendieron los vuelos enlazados no tuvieron en cuenta que para llegar de la terminal 1 a la terminal 5 de London - Heathrow se necesitan más de 60 minutos, y encima nuestro vuelo se retrasó 20 minutos. Así que hagamos cuentas: aunque no hubiera pasado nada, si el tiempo entre vuelos era de 90 minutos y nos teníamos que trasladar de terminal lo que suponía unos 60 minutos, nos quedan 30 minutos, y si el vuelo se cierra 40 minutos antes de la partida, nos hubieran faltado 10 minutos en condiciones normales. Aun así hubo gente que llegó, parece ser que montaron un pollo y llegaron. Nosotros no tuvimos esa suerte. Sea como sea, bien está lo que bien acaba. Llegamos esta mañaña a las 6 de la mañana nosotros y nuestras maletas, nos duchamos tranquilamente, nos cambiamos de ropa y desayunamos por segunda vez, esta vez con el fabuloso desayuno bufet del hotel. Luego nos añadimos al grupo y a empezar el dia rellenito de excursiones.
A pesar de las dimensiones despatarrantes de Delhi, de la cantidad de tráfico, de lo poco que se puede uno hacer una idea de cómo es la ciudad en tan poco tiempo, hemos visto bastantes cosas, entre ellas el fuerte rojo -copia del que veremos más adelante-, la puerta de Delhi, un complejo arquitectónico donde está situado el minarete más elevado de la India, el monumento a Gandi, y un templo siq maravilloso, pero sobre todo, lleno de una gran variedad de personas.
Y si me tengo que quedar con algo es con eso, con el variadísimo paisaje humano que hay en esta ciudad.
Ahora me voy a la cama que aquí ya son más de las 10 y media de la noche, y después de estar sin dormir dos noches como Dios manda, ya nos toca. Uy perdón, como Shiva manda, bueno, mejor lo dejamos que podría estar enumerando meses y meses todos los dioses que aquí se veneran, y no es el caso, así que a la cama para estar mañana fresco.
Que tengáis un buen día, viajeros.
Entrellat

lunes, 14 de septiembre de 2009

Los preparativos

Foto: Estatua de Buda que me recibe en un restaurante al que suelo ir a menudo. Terrassa, agosto de 2009
Lo que más me fastidia cuando me voy de viaje es hacer las maletas. Sobre todo porque tengo que pensar lo que me apetecerá ponerme allí donde vaya, porque tengo que prever el tiempo que hará y lo peor de todo porque siempre me queda aquella sensación rara de que algo importantísimo se quedará en casa, y no me refiero a la perra, no, me refiero a alguna cosa que necesitaré durante el viaje.
Aunque todo sea dicho, la verdad es que con algo de ropa, calzado cómodo y el cepillo de dientes ya hay suficiente, el resto se puede ir consiguiendo. Uy, perdón, no, no, que me olvidaba añadir a la lista, que no a la maleta, una cosa importantísima: el FORTASEC. Sí, sí, en mayúscula, porque cuando viajo para mí es como el scotch brite, yo no puedo estar sin él —para los que no lo sepan el fortasec, es un medicamento contra la diarrea muy práctico para los que como yo tienen el intestino flojo cuando salen de casa.
Por suerte esta vez he tenido tiempo de repasarlo todo, de comprobar que no me deje nada y encima me ha sobrado tiempo para actualizar antes de irme. Es lo que tiene disponer de un par de días anteriores al viaje.
Mañana me voy a la India y a Nepal, si puedo igual actualizo desde allí, pero si las circunstancias no me dejan lo haré a la vuelta, prometo traer historias nuevas que contar.
Que tengáis un buen día, viajeros.
Entrellat

lunes, 24 de agosto de 2009

Carlota y el verano

Foto: Mi prima Carlota degustando una fresquísima taza de café con hielo. Terrassa, agosto de 2009
Mi prima Carlota tiene muchos truquillos para temas diversos, porque se ve todos los programas de la mañana en los que dan consejos para todo. Yo sabía alguno, pero el otro día me dejó helado, y nunca mejor dicho, con algunos de sus consejos de cómo sacar partido al congelador y a la nevera.
Quedamos a cenar y nada más verme me dijo que mi polo nuevo tenía bolillas, sí, de esas bolas que hace la ropa barata, pero a mí me había costado un riñón de la cara, como dice mi vecina del tercero. Ahí empezó ella con sus consejos, me dijo que si metías la ropa en el congelador durante un día antes de ponértela ya no te haría esas incomodísimas bolillas.
Y a partir de aquel día soy otro. No, no he metido ningún jersey en la nevera, pero lo que sí hago es meter todas las noches los calzoncillos que me voy a poner al día siguiente, así consigo dos cosas: una, que no me hagan bolillas y dos, que estén fresquitos por la mañana. No veas cómo llego todos los días al trabajo, que ríete tú de los anuncios de compresas.
Sólo un consejo, especialmente para las chicas, que si lo hacéis con las bragas, no las pongáis al lado de la merluza, por si luego hacen un poquito de olor, que si no luego explícale tú a tus compañeros de trabajo que las has metido en la nevera para ir fresca y segura.
Mi prima Carlota todavía va más allá, ella mete también los preservativos en la nevera y dice que cuando tiene sexo con su novio se siente como una niña, sobre todo cuando utiliza los de sabor a fresa, dice que es como si se comiera un polo de esos de hielo. Lo único es que dice que se le quitan las ganas de follar y le vienen unas ganas terribles de meterse en la piscina y de comerse una paella. Yo como estoy a plan para perder unos quilos, mejor no lo pruebo.
Bueno si alguien tiene algún consejillo más para combatir esta ola de calor que lo diga, que bastante tenemos ya con ir con les jerséis llenos de bolillas, como para encima ir con la mancha de sudor en los sobacos.
Que tengáis un buen día, viajeros.
Entrellat

lunes, 10 de agosto de 2009

La primera librería

Foto: El escaparate de la librería Rieder. Barcelona, agosto de 2009

A pesar de que las cuerdas le dan un aire que no sé si me llega a gustar demasiado, lo importante es que mi libro está ahí, en el escaparate de una librería de Barcelona. Vale, de acuerdo, el escaparate es el de la fachada lateral del establecimiento, por el que casi nadie pasa, pero bueno ahí está y lo mejor es que los libros están en el interior a disposición del que quiera comprarlos.
Hace apenas cuatro semanas, los propietarios de la nuevísima Librería Rieder de Barcelona me enviaron un correo electrónico en el que me decían que estaban a punto de abrir su local de la capital catalana y que habían pensado dedicar mensualmente un escaparate a nuevos escritores. Habían encontrado mi libro por internet y les había parecido interesante. Me proponían participar en su proyecto. Por supuesto que dije que sí, aunque fuera para sustituir a un escritor que a última hora les había dicho que no, aunque fuera durante el mes de agosto, mes en el que todo el mundo está de vacaciones y no puede ver mi sueño hecho realidad. No importa, porque con sólo imaginarlo, ya me pone la piel de gallina.
Me gustaría poneos la dirección de esta fantástica librería, para que os dierais una vuelta, pero desgraciadamente no puedo, por eso mismo, porque es fantástica, producto de mi fantasía, quiero decir. No existe, ni tampoco el escaparate de la fachada lateral, pero ¿a que suena bien?
Que tengáis un buen día, viajeros.
Entrellat

martes, 4 de agosto de 2009

Me estoy quitando

Foto: Yo, justo antes de la bajada a Sa Calobra. Mallorca, julio 2009
Sí, a pesar de lo que diga mi camiseta, me estoy quitando —“ambicia’t”, en catalán, juego de palabras intraducible que vendría a ser algo así como “envíciate” y “con bici”, para promocionar el uso de las bicicletas en mi ciudad, burda copia, aunque con buenas intenciones, pero sin presupuesto, del magnífico Bicing barcelonés. — Digo que me estoy quitando y por eso aparezco con los ojos tapados como un toxicómano en rehabilitación, y eso era lo que yo pensaba esta mañana, que me estaba quitando de viajar, porque hacía tiempo que no salía por ahí a recorrer el mundo, aparte de los viajecitos cortos a Mallorca, a Valladolid, a Valencia o a Alicante a visitar amigos y familia; pero me he dado cuenta de que no, de que la apatía que llenaba mis días, se ha visto alterada cuando mi hombre ha puesto en mis manos la posibilidad, todavía por concretar, de viajar en nuestras vacaciones al sudeste asiático o al sur de África.

Y es que ésa es mi droga, viajar, y empaparme de todo lo que veo, sólo contemplando y aprehendiendo. Prometo que en el próximo viaje me quitaré la venda y volveré a mirar el mundo como rueda. Ah! Y si puedo os lo cuento.

Que tengáis un buen día, viajeros.

Entrellat
Por cierto, ¿habéis visto mi libro? Si queréis echarle un vistazo aquí está el link http://franrueda.bubok.com/

domingo, 19 de julio de 2009

Nana sentida

Foto: Los preciosos pies de Triana. Tordesillas, mayo de 2009

Sandra estaba tranquilamente apoyada en el mármol de la cocina, mientras pelaba patatas para hacer una tortilla. El perro salió rápidamente de la cesta donde estaba durmiendo y empezó a ladrar respondiendo al sonido del reloj de cuco del salón, como hacía cada vez que el pájaro salía de su guarida, a las horas en punto. El animal de madera pintada parecía desafiar la inteligencia del perro con su canto mecánico y lo conseguía, porque a pesar de que duraba tan solo unos segundos, el perro seguía ladrando hasta que su dueña lo hacía callar o hasta que se cansaba de mirar hacia el reloj sin obtener respuesta.

Los ladridos del perro despertaron a Aran, que hasta aquel momento dormía tranquilo en su cuna, mientras su madre preparaba la cena. Sandra soltó el cuchillo que tenía entre las manos, tiró la patata a medio pelar a la fregadera y salió corriendo hacia la cuna. Una sonrisa iba apareciendo en su cara mientras oía llorar al bebé, como si aquel llanto fuera la prueba que había estado esperando aquellos últimos meses. No podía creer que el sonido del ladrido del perro hubiera despertado a la criatura.

«Lo sabía, lo sabía», pensaba Sandra mientras corría por el pasillo que llevaba desde la cocina a la habitación donde estaba la cuna de Arán. Aquel recorrido que normalmente hacía en menos de tres segundos, en esta ocasión se hizo eterno hasta llegar al lado del bebé.

Sin embargo, aquel llanto volvió a llenar de ilusión la ya resignada esperanza de que su hijo pudiera disfrutar como ella lo hacía de la música, o del sonido que hacía una gota de agua al caer en un vaso, o de la voz de su madre, o de la risa de los otros niños, o de tantos y tantos sonidos que hay en nuestro día a día y que nos pasan desapercibidos, pero que desde que nació Aran, Sandra tenía más presentes.

Al llegar a la cuna miró al bebé sin cogerlo, tan sólo lo miraba y le hablaba, le decía cosas en un tono muy dulce para tranquilizarlo, pero el bebé seguía llorando y aunque tenía los ojos abiertos, parecía no verla, ni escucharla, parecía que no reaccionaba a sus estímulos.

La sonrisa de Sandra se torció, se sentó en una silla al lado de la cuna cogió la manita de Aran, se la puso en el pecho y empezó a cantarle una nana, la misma que su hermana cantaba a sus sobrinos, la misma que había escuchado tantas y tantas veces de los labios de su madre.

— Vendrá la noche con su polvo de estrellas, vendrá la noche… — cantaba suavemente, mientras caían unas lágrimas de sus ojos.

Sabía que no podía oírla, ni verla, que la sordera y la ceguera congénitas que tenía desde su nacimiento le impedían ver y percibir cualquier sonido, pero también sabía que las vibraciones que su cuerpo emitía al cantarla dibujaban un mapa que Aran era capaz de interpretar a la perfección y que provocaban en él la misma sensación de tranquilidad que habían provocado en ella y en su hermana cuando habían sido niñas. Y consiguió así que se quedara dormido, como todos los días.

Que tengáis un buen día, viajeros.

Entrellat

domingo, 12 de julio de 2009

Rompiendo reglas

Foto: Ninot de Obama en una “Fogurera”. Alicante, junio de 2009
Cuando era pequeño, mi prima carlota que era muy lista y había estudiado hasta el final, me decía a mí, que si yo te decía a ti algo así como me voy a acostarme, era reiterativo y una falta gramatical, porque acostarme ya incluía el pronombre me. Sin embargo, parece ser que ahora ya no, ahora ya no es reiterativo utilizar frases como los ciudadanos y las ciudadanas, a pesar de que el genérico los ciudadanos ya incluya también a las ciudadanas. De pequeño cuando se utilizaba un genérico entendíamos que era eso, un genérico y no una persona de un sexo determinado. Cuando el profesor de lengua, que sabía mucho y que también había estudiado hasta el final, como mi prima Carlota decía los alumnos tendrán que hacer los deberes, sabíamos que los teníamos que hacer todos, tanto los niños como las niñas, y a nadie le creaba dudas, bueno, excepto a los del final de la clase, los repetidores, que estos tenían dudas entre no hacerlos o copiarlos a última hora de algún empollón.
Más adelante cuando era adolescente y alguien decía apagad el porrete, que viene la policía no nos planteábamos si ese miembro o miembra del cuerpo era hombre o mujer, sencillamente lo apagábamos y ya está. ¡Ah! y que conste que yo no fumaba porros, eran los otros, siempre eran los otros (Es por si lo lee mi madre).
Hoy en día, los políticos y las políticas han creado la inseguridad en todos los ciudadanos y las ciudadanas, porque cuando alguno de nosotros o alguna de nosotras habla y dice cualquier cosa, no puede estar tranquilo o tranquila pensando si ofenderá a aquellos o aquellas que le o la estén escuchando.
Han llegado a crear una sensación de incorrección en todos nosotros, porque utilizar el genérico que hasta ahora utilizábamos ya no es políticamente correcto, porque la lengua — dicen — es machista. O porque nuestra hipersensibilidad ha hecho que así lo sintamos.
Como en muchas otras ocasiones, han creado el problema sin tener la solución. Han creado la duda en muchos de nosotros proponiéndonos algo tan poco práctico como los nuevos y milagrosos genéricos: decir el alumnado en vez de los alumnos y las alumnas, el profesorado por profesores y profesoras, etc.
Después de crear este caos, todavía somos capaces de juzgar a los adolescentes que utilizan "xq" en vez de "por qué", o porque cambian las "q" por las "k". Al fin y al cabo, ¿no es lo mismo? ¿No es intentar modificar la lengua para que se adapte más a sus nuevas necesidades de hacerlo todo más fácil y asequible?
Que tengáis un buen día, viajeros. Entrellat

viernes, 12 de junio de 2009

El vacío de Marina

Foto: Los casetes sobre los buzones. Terrassa, abril de 2009
Tenía prisa. Se acercaba la hora de ir al trabajo y todavía tenía que pasear a la perra. Salí del ascensor corriendo con Petra a mi lado, mientras ella sacudía sus orejas para quitarse el sueño de encima y gemía porque divisaba ya la calle. Nuestra impaciencia era igual de grande, pero por causas diferentes. Yo quería a toda costa llegar pronto al trabajo y ella quería llegar al parque para jugar a su rutinario juego de los olores. En todos y cada uno de los rincones del parque Petra encontraba información sobre los perros que habían pasado antes que ella. Había tanta información que no podía levantar la cabeza del suelo desde que salía de casa hasta que volvía a entrar, a no ser que en el camino se cruzara con algún otro ejemplar de su especie. En ese caso dejaba el juego para más tarde y se dedicaba a inspeccionar a su congénere, entonces ella perdía toda la prisa que la había llevado corriendo hasta allí, era yo con un pequeño tirón de correa quien tenía que recordarle que el paseo matutino era tan sólo para vaciar depósitos.
La prisa no impidió que antes de salir a la calle me fijara en los buzones de correo, o mejor dicho, en lo que había en la parte superior de éstos. Alguien había dejado unas cintas de casete. Estaban expuestas como si de una tienda de segunda mano se tratara. Pensé que alguien las había olvidado encima de los buzones y que otra persona las había colocado de forma visible para que el olvidadizo vecino las recuperara. Pero no fue así. Al regresar del trabajo me volví a fijar en la improvisada tienda y vi que de las tres cintas que había en un principio ya sólo quedaban dos, y cuando volví a salir para pasear a la perra ya sólo quedaba una. Alguien se las va llevando, pensé. La sorpresa fue que al día siguiente las habían vuelto a reponer. Las estanterías de la tienda volvían a estar llenas de género como el primer día y así lo estuvieron durante varios días.
Hacía una semana tan sólo que Marina había enterrado a su compañero, a su segundo marido del que tan orgullosa estaba y al que se había dedicado en cuerpo y alma en los últimos años, sobre todo al final de sus días. Estaba tan orgullosa que en cuanto tenía ocasión y se cruzaba con alguno de los vecinos del inmueble, enumeraba sin complejos y sin falsa modestia las virtudes de su marido. Hasta tiene la cruz de Sant Jordi —decía poniendo la guinda en el pastel. Jaime, su marido, había perdido la vista hacía tiempo, tan sólo divisaba las formas que pasaban a su alrededor, pero era incapaz de reconocer a nadie a no ser que se dirigiera a él, hablándole. A pesar de eso, no había perdido el sentido del humor. Todos los días salían a primera hora de la mañana a dar un paseo y a comprar la prensa, que Marina leía para su compañero con todo el cariño y dedicación que era capaz de darle.
Sin embargo ahora ya no tenía para quien leer, aunque igualmente salía todas las mañanas a la misma hora a hacer su paseo. Cuando volvía se dedicaba a deshacer la casa, a revisar todas y cada una de las cosas que Jaime y ella habían ido atesorando durante todos estos años, y al ver en un cajón unas cintas de casete que hacía años que no habían puesto, pensó que tal vez alguno de los vecinos las pudiera aprovechar y las bajó al portal, colocándolas cuidadosamente encima de los buzones.
Que tengáis un buen día, viajeros.
Entrellat

martes, 26 de mayo de 2009

Perdiendo el miedo

Foto: La portada del libro
Hace tiempo que todo el mundo me dice que debería hacer algo con mis cuentos, que es una pena que se que queden sólo en un blog, que a lo mejor algún día cierran aunque sea por error. Pues bien, me he liado la manta a la cabeza, he sacado al campo la vergüenza y se la he echado de comer a un conejo, porque como dice mi madre la vergüenza es verde; y con ese plantel me he propuesto seguir el camino de los grandes: el de Jordi Tello, que parece ser que está preparando su libro; o el de Rasoir electrique, que este Sant Jordi ya estuvo firmando en Paseig de Gràcia su libro, y que por cierto estará muy pronto en la librería Antinous de Barcelona por si a alguien se le escapó; o el de Manel Aljama, un antiguo compañero de trabajo al que hace poco reencontré y que escribe también como un maestro —ya lleva dos libros de relatos y está trabajando en una novela—; o el de Andrés el Barbero, que conocí a través de Manel, y que tiene en su haber tres libros de relatos.
Igual que lo es mi prosa, mi trabajo también es más modesto que los suyos, pero aquí lo tenéis, ya está calentito y disponible en una de estas editoriales de autoedición, de las de yo me lo guiso yo me lo como. He recopilado algunos de los cuentos que había escrito y publicado durante todo este tiempo en el blog, los he revisado y al final ha salido lo que podéis ver en la foto.
Si alguien tiene curiosidad aquí tenéis el link
Me hará feliz ver en las librerías el libro de Jordi Tello, no hace falta que diga por qué, todos sabéis lo grande que es. Lo que me haría muy feliz también es que su libro estuviera cerca, muy cerca, del libro de alguien que hace mucho, mucho que debería haber estado allí, verdad Conxo?
Que tengáis un buen día, viajeros.
Entrellat

domingo, 17 de mayo de 2009

Years ago

Foto: Alexander Rybak, ganador del Festival de Eurovisión 2009.
Years ago, when I was younger…
Así empieza la canción que Alexander Rybak defendía para Noruega en el Festival de eurovisión, que tuvo lugar ayer por la noche en Moscú. Y como casi todos los cuentos éste también ha tenido un final feliz, le ha dado la victoria con una abrumadora diferencia de puntuación.
Hace años, cuando era más joven — digo parafraseando la canción de Alexander— me grababa el festival de eurovisión en un radiocasete que ponía al lado de la televisión, porque todavía no se habían inventado los videos, ni los DVD grabadores, ni mucho menos las televisiones con disco duro, y si se había inventado alguno de esos aparatos, en casa no teníamos suficiente dinero para comprarlos.
Hacía callar a toda la familia, mientras cantaban los países que participaban, cada uno en su idioma, no como ahora que casi todos cantan en inglés. No participaban 42 países, porque Europa no tenía entonces tantos. Yugoslavia era un solo país y no siete y la Unión Soviética (URSS) mantenía todavía bajo su protección a muchos de los países que ayer participaron en el festival, incluida Bielorusia, la patria natal del ganador Alexander Rybak. Por cierto, la URSS tampoco participaba por aquel entonces.
Con aquella grabación iba a casa de un amigo mío y escuchábamos las cintas, y nos peleábamos por defender cual de las dos era de mejor calidad, la suya o la mía. Incluso intentábamos transcribir las letras de la canción ganadora de cada año, a pesar de que no sabíamos sueco, ni alemán, ni siquiera francés o inglés, pero nos divertía cantarlas en el lenguaje que nosotros habíamos sido capaces de transcribir.
No sé si entonces era igual, pero en aquel momento yo no era consciente que la política lo impregnaba todo, incluso las votaciones. Da igual la canción que lleves, porque los que te votan, te votarán siempre. ¿Alguien duda que llevemos la canción que llevemos Andorra nos dará los 12 puntos?
De la misma manera, y a pesar de que los países de la antigua Yugoslavia no han tenido la tolerancia suficiente para convivir en un mismo territorio, se siguen comiendo los mocos y hace años que se votan entre ellos, lleven las canciones que lleven. Lo mismo pasa con los países nórdicos y los de la zona del Báltico o con las exrepúblicas soviéticas.
A pesar de que me da pena que la diversidad lingüística de este continente se empiece a perder, en detrimento del inglés; a pesar que la calidad artística y musical no sea el criterio principal a la hora de votar una canción; a pesar de que bodrios como la canción de Chiquilicuatre queden en mejor posición que la de Soraya; a pesar de todo eso —digo— ayer vi el festival sentado en mi sofá y me gustó cómo lo hizo Soraya y me gustó también la canción ganadora.
Por cierto, una pregunta que nunca nadie me he ha sabido responder. ¿Qué hace Israel en el festival de Eurovisión si geográficamente y políticamente pertenece a Asia? Otro por cierto, mis felicitaciones a Noa, por cantar su canción junto a una palestina, ¿pero no es eso también mezclar música y política?
Que tengáis un buen día, viajeros.
Entrellat
PS: Aquí tenéis el link de la canción, por si no lo visteis ayer.

sábado, 2 de mayo de 2009

Retales de una vida

Foto: Paquita en el puerto de Barcelona, a finales de los años 60

Corría el año 1944, cuando en la mañana del 28 de abril, en un pequeño pueblo de Albacete llamado La Gineta, María Eugenia, hija de Emilio el del agua, daba a luz a su segunda hija. Le pusieron el nombre de Francisca, o Paquita, como luego vinieron a bien llamarla, porque su padre Paco el de Colín, al ver que su segundo hijo era otra niña había perdido la esperanza de tener un hijo varón al que llamar Francisco, como él. Sin embargo siete años más tarde, la cigüeña volvió a picotear a su puerta y les dejó a su tercer hijo. Éste sí era varón y por supuesto, recibió también el nombre de Francisco.
Paquita nació en la casa de su Abuela Isabel, en la calle de la Balsa, como su hermana mayor, a la que en un alarde de originalidad también llamaron Isabel. Nació como casi todos los niños nacían en aquella época, en casa, sin la ayuda de un médico, ni siquiera de una matrona. María Eugenia explicaba que ese día, cuando le llegaron los dolores del parto, estaba haciendo pis en el orinal y por muy poco Paquita no nació en semejante cuna.
Con este texto empieza la película que hemos preparado para el celebrar el 65 aniversario de mi tía. Hoy queremos que sea su gran día y le hemos preparado una fiesta sorpresa. Esperemos que se lo pase bien y que se sienta como una reina.
Que tengáis un buen día, viajeros.
Entrellat

sábado, 25 de abril de 2009

Silencios

Foto: Petra con cara de circunstancias. Terrassa, octubre de 2008
En la música, en el cine y en el teatro los silencios tienen un papel muy importante. En la vida cotidiana también lo tienen y además están llenos de información.
Cuando uno hace una pregunta del tipo “¿yo no bailo tan mal, verdad?”, uno espera una respuesta a la altura; espera oír del otro algo como “nooooo, claro que no, tu bailas mucho mejor, donde va a parar. Eso que dicen de ti que eres arrítmico es por la envidia que te tienen". El problema viene cuando lo que uno recibe por respuesta a esa pregunta es un silencio sepulcral, o un “¿vamos a tomar algo a la barra?” Entonces es que algo está pasando y el interlocutor no se atreve a decir lo que piensa de tu forma de bailar.
Algo parecido me pasó a mí cuando le hice una pregunta a una compañera de trabajo con la que antes nos unía una relación de amistad, y con la que ahora tan sólo una simple pero cordial relación de compañeros.
— ¿Verdad que yo no tengo tan mal carácter? ¿A que yo no soy una persona difícil de tratar, a que no? — Le pregunté después de comentarle los motivos por los cuales me había discutido telefónicamente con otra compañera de trabajo.
Esperaba un “nooooo” por respuesta, pero viendo que no llegaba, las alarmas empezaron a sonar en mi conciencia y me di cuenta que ese no saber qué decir decía más que muchas de las palabras que hasta ese momento habíamos mantenido.
— Soy una mala persona. — pensé, y sin escuchar lo que me dijo a continuación, me dirigí a mi despacho.
Una frase dicha por una especie de oráculo resonaba en mi cabeza: “No preguntes lo que no quieras saber”. Pero yo sí que quería saberlo.
Reconozco que tengo un carácter fuerte, y sobre todo una dosis de paciencia bastante limitada, pero me ha costado mucho aprender a decir lo que pienso sin ponerme colorado; porque cuesta mucho esfuerzo llegar a no necesitar caer bien a todo el mundo para sentirse bien, y creo que yo lo he conseguido. No quiero decir con ello que vaya por la vida machacando al resto de los mortales, pero ya no necesito caer bien a las personas que no me importan, a las personas que no quiero, aunque no es menos cierto que todavía me conmueven esos silencios. A lo mejor debería hacer caso al oráculo y no preguntar lo que no quiera saber.
Que tengáis un buen día, viajeros.
Entrellat

lunes, 30 de marzo de 2009

Los aplausos rotos

Con una foto como esta, Almodóvar empezó a gestar el guión de su última película “Los abrazos rotos”; eso sí, a diferencia de la mía, en la suya aparecía una pareja desconocida abrazándose.
Ayer fui a ver esta película al cine. Antes que nada diré que había leído y escuchado muchas críticas —no de críticos profesionales, que nunca las leo porque no me parecen objetivos, si no de personas de la calle y en otros blogs— y la mayoría eran negativas, así que mis expectativas no eran demasiado buenas.
Reconozco que tal vez ésta sea su historia más compleja y la más difícil de entender, pero en contra de lo que dicen otros creo que Almodóvar es cada vez más Almodóvar; si algo hay que echarle en cara es que tiene todavía demasiadas cosas que contar y que las quiera meter todas en una película, y que como siempre, sean necesarios quince visionados para quedarse con la mitad de las cosas que el manchego nos quiere mostrar.
Ayer me interesó la historia porque si bien en algunas de sus películas Almodóvar no explica grandes argumentos, más bien se dedica a retratar a los personajes —majestosamente, todo hay que decirlo— en esta película sí hay historia; aunque yo de momento, y siendo el primer visionado, de ésta me quedo con las interpretaciones y con algunas sublimes tomas.
La historia no la voy a desvelar. Repito, eso sí, que es la más compleja que haya hecho, y tal vez el juego temporal despiste un poco. En mi caso creo que lo que me despistó fueron las grandes interpretaciones. Me daban pellizcos y me sacaban de la historia, para que no perdiera detalle. Reconozco mi deformación, soy incapaz de ver una película por primera vez pensando sólo en la historia propiamente dicha. En esta ocasión tuvo mucho la culpa Penélope, que está grande, que se sale, como últimamente nos tiene acostumbrados; Lluís Homar, más que creíble, incluso interesante y con muchos matices por momentos, y eso que no es santo de mi devoción; Ángela Molina, dolorosamente real, desbordando saber hacer y experiencia por los cuatro costados —bravísima Ángela—; Blanca Portillo, genial también con ese dominio de la voz y esos cambios de tono que tanto me gustan, y Carmen Machi, divertida, genial, no esperaba menos de ella.
Hubo también unas cuantas secuencias, que tal vez por egocentrismo mío, por haber estado recientemente en la isla me interesaron sobremanera: la toma del coche atravesando la Geria, la laguna del Golfo, pero sobretodo la increíble y ventosa playa de Famara. Reconocí también unas imágenes que parecían pintadas por Edward Hopper, la de la cafetería en la que Blanca Portillo se confiesa con su hijo y el personaje interpretado por Homar, exquisita allí la dirección artística y la fotografía.
Si he titulado esta actualización los aplausos rotos, es porque aplaudir en el cine no está bien visto, porque yo sí lo hubiera hecho, aunque reconozco que tal vez me hagan falta un par de visionados más para poder aplaudir con ganas, sin tener que fijarme en todas esas cosas de las que he hablado.
Una recomendación para los que quieran ir a verla, obviad todo lo que os he dicho y todo lo que hayáis escuchado, y disfrutadla, merece la pena.
Que tengáis un buen día, viajeros.
Foto: Arriba la laguna de El Golfo. Abajo el paisaje de la Geria (Lanzarote). Octubre de 2008

jueves, 19 de marzo de 2009

Con pies de barro

Foto: de izquierda a derecha un compañero de la mili, mi abuelo, mi abuela, mi madre y mi padre con un chaval en brazos.
Carlitos miraba con ilusión el paquete que envolvía aquello en lo que había estado trabajando durante muchos días en clase. Primero lo moldeó con sus manos, aunque bajo la supervisión de la “señorita”, lo cual había proporcionado calidad al trabajo y un cierto picor en la cabeza de Carlitos, cuando recibía algún que otro coscorrón, si la señorita lo sorprendía mirando al infinito, despistado. Luego lo había dejado secar en una estantería junto a la ventana, pintándolo después, y haciéndole un envoltorio digno de aquel día.
Aquella tarde había llegado a casa después de salir del colegio sin entretenerse a jugar, corriendo, pero con cuidado de no darle golpes a la cartera para no estropear el regalo. Lo colocó encima de la mesa del comedor, buscando el sitio adecuado para que fuera visto nada más entrar. Lo había cambiado ya tres veces mientras esperaba con alegría la llegada a casa de su padre, para hacerle entrega del magnífico cenicero de barro con su nombre pintado en rojo.
Cuando llegó, su padre ni se dio cuenta de que en la mesa había un paquete para él. Se sentó en el sofá, encendió un cigarrillo, y lo único que dijo fue “¿dónde está el cenicero, tengo que tirar la ceniza al suelo? Con mucha pena Carlitos recogió su paquete de la mesa y lo guardó en el armario del mueble del salón, esperando un momento mejor para dárselo, pero nunca llegó, porque a pesar de ser un niño, la relación con su padre hacía tiempo que se había perdido.
El cenicero se quedó allí, enterrado en aquel armario. Nadie, ni siquiera Carlitos, volvió a reparar en él y cayó en el olvido como tantos otros desprecios que había recibido de su padre.
Se quedó allí hasta que la casa se quemó, con su padre dentro. Se había dormido con un cigarrillo encendido, dijo el policía que había investigado el caso. Habían pasado ya muchos años des de aquel día del padre, y mientras Carlos removía lo poco que el fuego había dejado sin quemar, encontró el cenicero. Estaba entero, aunque completamente ennegrecido por el humo, todavía se podían leer las letras con el nombre de su padre. A Carlos se le escapó una lágrima.
- Es curioso, pero no llegamos a cocerlo en clase. No nos dio tiempo. – dijo con una sonrisa amarga, mientras su novio lo abrazaba por detrás.
Yo no tengo hoy un cenicero de barro preparado, porque tampoco tengo padre al que regalárselo, al mío también se lo llevaron las llamas.
Quiero dedicar mi actualización a mi padre, porque él tampoco supo valorar todos y cada uno de los “ceniceros” que yo le llevé. A él y a todos los padres. A todos menos a uno, que a pesar de llevar el nombre con mayúscula (el Papa de Roma) es el que menos se lo merece, por lo irresponsable, inconsciente, frívolo y dañino de sus recientes declaraciones sobre el uso del preservativo en África.
Al resto, que tengáis un buen día, viajeros.
Entrellat

martes, 10 de marzo de 2009

Un despacho de cine

Fotos: ventanas en semisótano del despacho y fotos de la compañera con “personalidad”. Terrassa, marzo de 2009

Podría fardar con los mitómanos diciendo que en el edificio donde está situado mi nuevo despacho Javier Bardem ha rodado algunas escenas de la última película de Alejandro González Iñárritu, “Biutiful”, pero mentiría si dijera que asistí al rodaje o que lo he visto si quiera de refilón. Ahora bien, no mentiría si dijera que mi jefa me recuerda un poco a la Becky del Páramo de “Tacones lejanos”, la película de Almodóvar, por lo elegante, por esa belleza serena, pero sobre todo porque desde su mesa, el único contacto que tiene con el exterior, igual que yo, es una ventana en semisótano, a través de la cual sólo se ven las piernas de la gente que pasa por la calle.
Con todo esto, podría decir incluso que el nuestro es un despacho de cine, pero “¿qué adelantamos con eso?” La cruda realidad es que, si miro hacia la derecha veo dos de esas ventanas de las que hablaba, pero si miro hacia el frente, desde mi mesa que está estratégicamente situada en lo que sirve de paso hacia los servicios y el ascensor, a veces se pueden ver algunas cosas divertidas.
No, las dos fotos de abajo no son un retrato de Andy Warhol en el que hemos reinterpretado los colores, no. Son dos retratos completamente diferentes, tomados en días diferentes, pero de la misma persona. Y la de arriba es de esta misma mañana. Lástima que no la he podido pillar con el bolso de ganchillo tricolor que llevaba a juego. Las tres fotos son de una de las compañeras con más “personalidad” a la hora de vestir, o por lo menos eso dicen algunas otras. Seguro que con lo malas que son nadie le ha dicho que en el manual del buen gusto, mezclar más de tres colores es una falta grave. En fin, como diría mi madre, como hay gustos hay colores, y si no que se lo digan a mi compañera, que los tiene todos.
Tengo también de compañera una bailarina sexy, muy guapa, que se pasea por el despacho con ropa ajustada, y cuando se agacha a coger expedientes en los archivos de delante de mi mesa, no puedo dejar de mirarle el culo, igual que cuando pasa corriendo, me sorprenden esas tetas tan bien operadas... Me tiene descolocado. Yo que me creía homo 100%, y no puedo dejar de mirarla, ¿me estaré volviendo o será que los del género masculinos del despacho son más feos que un pie?
Distraídos estamos, y mientras me acostumbro a mi nuevo espacio voy viendo todo este percal. Aunque todavía hoy, después de casi dos meses se me hace raro estar en un despacho con personas de las que apenas sé su nombre. Eso sí, sé que es cuestión de tiempo. Todo llegará.
Por hoy ya está bien, que para hacer más de un mes que no escribo, esto se parece a alguna de las reuniones de “sólo mujeres” que organizan las chicas del servicio. Recordadme que os cuente alguno de los secretitos que allí se explican (tengo un topo).
Que tengáis un buen día, viajeros.
Entrellat

lunes, 9 de febrero de 2009

Sobre las Ilusiones

Foto: Mis dos compañeras de trabajo en diciembre de 2004
Hace unos años, cuando se acababan las vacaciones, el día que tocaba volver al trabajo, bajaba ilusionado avenida abajo hasta llegar al despacho; porque sabía que allí, me encontraría a “mis niñas”, y que pasaríamos los siguientes días contándonos nuestras cosas, entre risas y anécdotas, y entre largos ratos de trabajo, como no, que para eso nos pagaban.
Por aquel entonces compartía despacho con tres chicas, una muy discreta y reservada de la que también guardo muy buenos recuerdos y con la que he trabajado muy a gusto, y las otras dos, las de la foto, más jóvenes que nosotros dos, con las que reíamos mucho y con las que he conseguido mantener una gran amistad.
Me gustaba llegar al trabajo, sentarme en mi silla y tenerlas ahí. En los momentos de descanso, escuchaban las anécdotas de mis vacaciones, mis aventurillas, y yo las suyas. Nos contábamos además nuestras alegrías y nuestras penas; y mientras tanto yo iba aprendiendo a trabajar en equipo con ellas. Aprendí a establecer criterios, a escuchar sugerencias de los demás, a que no me importara equivocarme, a corregir… Y a todo eso me enseñaron ellas, directa e indirectamente, y fuimos aprendiendo juntos. Y eso me llenaba de ilusión.
Pero las alegrías no duran para siempre. Llegaron momentos de reestructuración, primero dividieron el servicio en dos y luego nos separaron en edificios diferentes. Yo me quedé con Montse, la de la izquierda, y Laura se fue a un edificio nuevo. Nos dejó un vacío difícil de llenar para las excesivas horas que dedicamos a ganarnos el “pan nuestro de cada día”; pero fuera del trabajo lo intentamos rellenar, siempre que la vida nos deja.
Montse y yo seguimos trabajando en el mismo departamento, y con ella sigo aprendiendo más cosas, cada día y no solamente de trabajo. Ella me escucha, me entiende, sabe lo que decirme cuando necesito oír alguna palabra de apoyo, y sabe también cuando mantenerse al margen cuando no necesito nada de eso.
Hoy Montse ha sido mamá, ha traído al mundo un deseadísimo niño al que Loren su marido y ella han llamado Joaquín. Hasta ahora no lo habían decidido, porque ella es así, porque ellos son así, prefieren disfrutar de las cosas y tomarse su tiempo para las grandes decisiones. Y esta era muy importante, porque acompañará a Joaquín durante toda su vida.
A los dos - a Montse y a Loren - muchas felicidades, todo mi cariño, y mucha suerte para salir adelante en esta nueva y difícil etapa de su vida.
Y a todos vosotros, que tengáis un buen día, viajeros.
Entrellat

jueves, 5 de febrero de 2009

Donde yacen los recuerdos

Foto: Collage con fondo de cielo de Madrid. Febrero de 2008

La noche anterior, mientras cenaba y disfrutaba de la compañía de aquellos dos amigos a los que hacía meses que no veía, Salvador había escuchado con atención la anécdota que Ícaro y Arturo le habían explicado, pero a pesar de que la habían vivido juntos fue incapaz de recordarla. En ocasiones le había pasado algo parecido, y si bien al principio no recordaba aquellas historias compartidas, luego las revivía con todo lujo de detalles; pero esta vez había sido diferente. Esta vez no había sido capaz de recordar nada.
Al principio pensó que el vino ingerido durante la cena había sido el culpable de su olvido, pero al día siguiente tampoco logró recordar aquella historia que sus amigos le habían explicado. Se había esforzado en escarbar entre sus recuerdos para encontrar aquel momento al que se habían referido, aquella visita a la casa que compartían en la playa, acompañados de todos los miembros del grupo de teatro, pero nada. Conocía aquellas personas, a todos los protagonistas de aquella historia, pero era incapaz de ubicarlos en algún momento concreto de aquel fin de semana, en alguna acción concreta que le llevara a desenredar la madeja. Conocía el sitio, había sido su segunda residencia durante bastantes meses; pero al día siguiente, tan sólo tenía en la memoria lo que le habían contado sus amigos la noche anterior, no podía recrear ninguna de las imágenes de aquel entonces.
Aquel vacío había entristecido mucho a Salvador, porque veía perdida parte de su vida, de sus recuerdos. Siempre había pensado que lo único que realmente uno tiene son esos recuerdos y las vivencias que ha tenido. El resto - lo material - podía ir y venir, unas veces se podía tener más y otras menos, pero los recuerdos, siempre serían nuestros, al menos eso creía Salvador, al menos hasta aquella noche.
Salvador los había reunido en su casa para contarles que el Alzheimer se había ido a vivir con él, que se había instalado en su pequeño rincón, como él le llamaba, pero no quiso que la alegría que había sentido al volverlos a ver de nuevo, se emborronara con una noticia triste, y se olvidó también de contárselo. Pensó que había tenido suerte, porque Arturo e Ícaro le habían regalado, a parte de su cariño y su compañía, un viejo recuerdo que había podido recuperar del olvido; pero estaba triste, porque sabía que muchos de aquellos momentos desaparecerían de su mente para siempre, que irían a parar allí donde yacen los recuerdos que no tienen dueño.
Que tengáis un buen día, viajeros.
Entrellat

sábado, 31 de enero de 2009

Conxo

Foto: Conxo, Dim, La triche, Nekobcn y las piernas de Eme, en una cena fotologuera. Terrassa, noviembre de 2008
De la calidad de tus fotomontajes no hablo, porque es indiscutible. Se ve a simple vista. En ellos a modo de broma dibujas parte de una sátira del día a día, de tu día a día; aunque “si me das a elegir, ay amor, me quedo contigo”, como dirían dando estopa aquellos chiquitos de Cornellà en su remasterizada versión de la canción de los Chichos. Y cuando digo que me quedo contigo, no quiero decir que te tomo el pelo, no, que el castellano es muy rico y muy puñetero, también. Digo que me quedo contigo, que te prefiero a ti, a tus trocitos de realidad, a esas historias que como la de Carol, duele tanto leer pero que me enganchan tanto, porque aunque te conozco menos de lo que quisiera para saber en qué grado son ciertas, te conozco lo suficiente para saber que traspiran realidad. ¡ Qué coño! “Transpiran” es demasiado suave. Sería mejor decir que sudan realidad. Son historias de lágrimas de dolor, pero también de lágrimas de alegría. ¿Y hay algo que le haga a uno ser más consciente de estar vivo que el dolor y la alegría? No. Por tanto tus historias están llenas de vida.
Hoy he leído la tercera parte, el final, de la historia de Carol, y cuando la he leído he tenido la necesidad de volverla a leer entera, desde el principio, a pesar de que ya la había leído.
Y cuando he acabado he tenido la necesidad también de dejarle un mensaje a su autor, a Conxo, o mejor dicho a Jorge, y me he puesto a escribirle, pero a medida que he ido escribiendo me he dado cuenta que tenía demasiadas cosas que decirle como para que se quedaran escondidas ahí, en un posteo discreto, y he pensado que hoy le dedicaría mi pequeño espacio.
No voy a decíos nada más sobre él, seguro que muchos ya lo conocéis incluso en persona, y lo seguís como yo, pero para los pocos que todavía no lo hacéis, empezad con esa historia, la de Carol.
La historia de Carol I
Nada más.
Y nada menos.
Gracias Conxo. Muchas gracias Jorge, por estos momentos tan preciosos y tan llenos de realidad.
Besotes, bonic.
Y al resto, que tengáis un buen fin de semana.
Entrellat

sábado, 24 de enero de 2009

El último café

Foto: El último café. Terrassa, noviembre de 2008

Sole rondaba los 60 años. Era una mujer guapa, y elegante, incluso cuando abría la puerta con la bata de estar por casa, guardaba ese aire de discreta elegancia. Con sólo mirar sus ojos, su sonrisa, su cuidado pelo, y a pesar de que las arrugas se habían instalado ya en su cara hacía unos años, uno se daba cuenta que la belleza había sido una de sus grandes armas.
Aquella noche el viento había alcanzado velocidades a las que no estábamos acostumbrados, y si a nosotros nos había mantenido despiertos e inquietos toda la noche, en casa de Sole realmente había dejado huella. El toldo que protegía su pequeño balcón se había hecho girones, y había estado ondeando al viento, como si se tratara de la bandera de su pequeño castillo.
A primera hora de la mañana, llamó a nuestra puerta para preguntarnos si el seguro cubriría semejante destrozo. Vino sin ningún papel en la mano, tan solo con su bata larga y un poco despeinada. Aun así, era capaz de coquetear con su mirada; sin embargo, al cabo de unas pocas frases entendí que lo del seguro le preocupaba, pero no era ese el objetivo principal de su visita.
Casi siempre pasaba los fines de semana en casa de su novio, con el que llevaba más de veinte años de relación, más tiempo incluso del que había pasado con su marido; el padre de sus dos hijos, pero hacía un par de semanas que coincidíamos en el ascensor los fines de semana, la cual cosa nos hizo pensar que algo pasaba.
Su pareja era un poco mayor que ella, y hacía unos meses se había beneficiado de una prejubilación en la empresa donde trabajaba. Sole había pensado que aquella nueva situación, supondría una nueva etapa en su vida, que el ir y venir a la casa de la playa donde vivía su novio, se reduciría a un par de visitas al mes, porque él se trasladaría a casa de ella. Pero la cosa no fue así, no sólo no se mudó a su casa, si no que el ostracismo de él iba creciendo con los meses. Tan sólo le apetecía quedarse en su casa, y las salidas a cenar, a casa de los amigos, o al cine, se habían quedado en meros recuerdos del pasado.
Aquel viento le había traído a la memoria que ahora estaba sola, y tenía necesidad de contarnos, y ese era el verdadero motivo de su visita, que las noches de invierno parecían más frías, que el viento se hacía más insoportable y que lo que era tan sólo un toldo roto se hacía ahora todo un mundo sin él; porque hacía 15 días tras prepararle una taza de café, le había dicho que ella todavía tenía ilusión por la vida, que quería hacer cosas, salir, viajar, vivir, mientras que él hacía años que había tirado la toalla. Después de dar un último sorbo, Sole dejó la taza sobre la mesa. Él ni siquiera había probado el suyo, estaba demasiado enfrascado mirando la televisión mientras ella le hablaba. Sole abrió su llavero y dejó la llave de la casa de la playa sobre la mesa, al lado de la taza, y comprendió entonces que aquel era el último café que le preparaba.
Esta madrugada, el viento ha alcanzado ráfagas de 150 km/h según las noticias, y después de estar toda la noche sin dormir, esta mañana hemos recibido la visita de la vecina.
Que tengáis un buen día, viajeros.
Entrellat

lunes, 19 de enero de 2009

Super posición

Foto: Collage: Coronación con fondo de víctimas anónimas
Bonaventura de Sousa Santos, un catedrático de la Universidad de Coímbra y profesor de la Universidad de Madison-Wisconsin, dijo que la de Obama era la victoria de las minorías cuando descubren que juntas son una mayoría. Esa afirmación me hizo pensar que el pueblo americano había madurado, y que habían sabido unir lo que tenían en común todas esas minorías, en vez de echarse en cara sus diferencias.
Mañana tendrá lugar la investidura de Obama. Sin duda, un gran logro para la democracia y para la tolerancia en el mundo. Mañana será el gran día para el mundo entero, porque gracias a las locuras del señor Bush y al fantasma de la globalización, cualquier cosa que se haga en ese país afectará a todo el mundo. Como muestra, véase la repercusión y la difusión mediática que en nuestro país tuvieron por primera vez en la historia unas elecciones de los EEUU. Todo el mundo estará pendiente de lo que allí pase. Apaguemos pues, las llamas que hemos encendido a nuestros muertos, a los muertos del conflicto palestino-israelí, dejemos de abrazar a las víctimas que sobreviven a ese y otros cientos de conflictos armados que hay en el mundo, porque las trompetas de la gloria sonarán sólo para Obama, y nada puede ensombrecer ese momento.
Hágase un alto el fuego unilateral por parte de Israel, no sea que los misiles hagan demasiado ruido, no sea que el estreno mundial de esa gran película titulada “la coronación de un presidente” quede deslucida. Hagamos que la alfombra roja por donde desfilan las 50 estrellas de esta película sea roja por el glamur y no a causa de la sangre derramada.
Creo en Obama, y me alegro del alto el fuego en Gaza, y de la retirada de las tropas israelís, pero incluso a riesgo de parecer un desencantado de la vida y de la política, todo esto me suena a un mutis por el foro, para dejar el escenario vació, para que la gran actuación de Obama, el estreno mundial de su gran película tenga una mayor audiencia, sin que nada le haga sombra.
Que tengáis un buen día, viajeros.
Entrellat
PS: Gracias a todos por vuestras felicitaciones a Eme. Él, que siempre lee mi blog, me ha dicho que os de las gracias de su parte.

domingo, 18 de enero de 2009

Qué mejor regalo…

A pesar de que lo saludábamos cada día al pasar por la puerta, hacía meses que no habíamos ido al restaurante chino de Ju Li Ann (Julián). Así le llamábamos nosotros, en realidad no sabíamos su nombre. Sólo íbamos allí cuando la economía y las ganas de cocinar nos habían abandonado. Aquel día, cosa que no habían hecho nunca, nos trajeron de regalo unas galletas de la suerte. Abrí la mía y desenrollé el mensaje, al tiempo que me reía, pues eso de los mensajes en las galletas siempre me había parecido muy americano y bastante sucio. Mi mensaje decía literalmente: “tu felicidad empieza por M”. Fácil – pensé – mi felicidad es mi marido, mi artista favorito, mi gran héroe, mi Eme particular.
Y como si un titular de un diario me lo estuviera anunciando, me acordé que en unos días, o sea hoy, sería su cumpleaños. ¿Ostras, y qué le regalo? - Volví a pensar, y me dije – Ya está, una bola de esas de nieve con su nombre dentro, que tanto me gustan. Pero no, eso me gusta a mí. Sí, lo reconozco esa cosa tan hortera me gusta a mí.
Claro, ya lo tengo, le prepararé una cena especial, con un plato dedicado a él. Ay no… que eso lo tenemos previsto hacer en casa de Milita. ¿Y una noche de amor loca? No, tampoco, porque eso sería un regalo para los dos, y este quiero que sea sólo para él. Pensé también en comprarle un barco para navegar por el mundo con él, o hacerle un templo para adorarlo, pero se marea y la crisis había mermado mis fondos, así que tampoco.
Pensé en hacerme un rapado en el pelo, para que cuando me viera por detrás supiera lo que lo idolatro, pero luego me crecería el pelo, o se me acabaría cayendo del todo y adiós regalo. ¿Y un rito satánico y con la sangre de un pollo grabar lo que lo quiero en la pared? Uf… Un poco cutre, ¿no? Siiiiii, ya lo se, un tatoo, que diga “te quiero Manu”. Pero no, tampoco, que eso es para siempre, y nuestro secreto ha sido vivir siempre el día a día. Oleeee, sí, un babero bordadito, como hace él. No, tampoco, por eso, porque él lo hace muy bien, y además ya no me daría tiempo. Esto se está poniendo difícil…
Pues ya lo sé, un globo que se pasee por la ciudad felicitándole en su día. Pero no, tampoco, porque si lo vamos a celebrar por la noche no se vería. Y claro, lo de dibujarle en la arena de la palaya la felicitación, sería efímero, se borraría en seguida, y yo quiero algo especial, muy especial, como lo que siento por él cada día, cada mañana, cuando desayunamos juntos y me invade ese olor a vainilla del café y me veo reflejado en su mirada.
Estoy perdido. ¿A alguien se le ocurre algo?
Mientras lo pienso, a mi niño muchas felicidades, y al resto, que tengáis un feliz día, viajeros.
Entrellat
Fotos: Collages de fotos encontradas en internet, dedicadas a esa gran persona que es Manu. Terrassa, enero de 2009

jueves, 15 de enero de 2009

Batallitas

Después de mi última actualización, he pensado que lo mejor para hacerle un pequeño homenaje a mi antigua casa sería explicar algunas de las anécdotas que allí me han pasado.
Era viernes por la tarde, por aquel entonces se cubrían todas las tardes, pero no había casi nadie en el edificio, unas 8 o 10 personas. Hacía tan sólo una semana que trabajaba allí para substituir a una chica que acababa de ser madre, y ya me colocaron en la recepción, a recibir a la gente y derivarla hacia los diferentes departamentos que allí había.
La recepción estaba situada en la planta baja, en el hueco que dejaba la escalera que subía a las otras dos plantas, rodeada por dos pasillos que llevaban a los despachos del Centro de Asistencia Primaria en Salud Mental.
Curiosamente los viernes por la tarde no había nadie en ese servicio. Yo estaba solo en la recepción, leyendo, porque la centralita había sonado muy poco en lo que llevábamos de tarde. Se abrió la puerta que daba a la calle, y entraron dos mujeres, una de aproximadamente 1,75 m de altura, con obesidad mórbida, debía pesar más de 120 kg. Tendría unos 30 años. La otra era bajita, apenas sobrepasaba los 1,50, era muy delgada y aparentaba tener más de 70 años. La conversación fue así más o menos:
-Putaaaaa, puta, putaaaaaaa, puta, puta, puta, charnega, charnega, putaaaaaa, puta, puta, charnegaaaaa, putaaaaa, puuuta – decía la joven gritando a la más mayor.
-Hola, buenas tardes - dijo la señora mayor dirigiéndose a mí, mientras la joven seguía con el mismo discurso.
-Hoola - dije yo, con la cara a cuadros, sin saber cómo tomarme aquello, mientras pensaba “a mí, me ha tenido que tocar a mí”.
-Putaaaaa, puta, putaaaaa, charnega, charnega, putaaaaa – continuaba la joven.
-¿En qué puedo ayudarla? – pregunté yo todavía mirando con la cara descompuesta.
-Verá, querría hablar con el psiquiatra, para que le den una pastilla a mi hija – dijo la señora con toda naturalidad, pero un poco avergonzada.
-Ay la hostia – pensé yo – si es su hija.
-Es que el otro día vinimos, y el psiquiatra le dio una pastilla y ya no gritaba más – continuó la señora.
-Íiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii – empezó a gritar la hija sin parar, cambiando el “puta, charnega”, por un chillido que me dejó más sorprendido todavía, si cabe.
Yo no sé si fue por lo curioso del caso, o porque pensé que me estaban poniendo a prueba, o porque no sabía que decirle, o por lo nervioso que me estaba poniendo, que me entraron unas ganas de reírme que no podía aguantarme. A todo eso, los pocos trabajadores que había en la casa, ya habían salido de sus despachos y se habían puesto en los rellanos de los pisos superiores mirando desde arriba hacia el hueco de la escalera, donde estaba la recepción, como si un palco del Liceo se tratara, y yo no pude más.
-Un momento, por favor, que voy a mirar – le dije a la señora aguantándome la risa, saliendo de la recepción para entrar corriendo al lavabo. Allí me tranquilicé, solté un par de risillas entrecortadas, no fuera caso que me oyeran madre e hija, y volví a salir.
-No hay ningún psiquiatra hoy viernes por la tarde, pero si usted no puede esperar al lunes, puede ir a urgencias del Hospital que allí le atenderán muy amablemente.
-Y usted no tendrá ninguna pastilla por ahí – volvió a preguntar la señora mayor.
-No, lo siento, sólo los psiquiatras tienen acceso a la medicación- dije yo.
Después de darme las gracias, la madre y la hija, que ya había parado de chillar hacía unos segundos, salieron por la puerta, mientras yo me sentaba en la butaca de la recepción. En aquel momento pensé que tenía que cambiar de trabajo.
Que tengáis un feliz día, viajeros.
Entrellat
Foto 1: Yo, en la segunda fila y Eme en la cuarta, con algunas de las compañeras de trabajo en la escalera de al lado de la recepción. Foto 2: Unos cuantos compañeros en un fiesta “roja”. Terrassa, finales de los 80 principio de los 90

lunes, 12 de enero de 2009

La gota de llet

Foto: Edificio de La gota de llet. Terrassa, enero de 2009
Se le conoce con el nombre de la gota de llet (la gota de leche), porque en los años sesenta este edificio albergó la maternidad. Ha llovido mucho desde entonces, y por sus paredes han pasado una larga lista de inquilinos: la Policía Municipal, los juzgados, Sanidad y Servicios Sociales y un largo etcétera.
La primera vez que recuerdo haberlo visto, tenía yo aproximadamente 8 o 10 años, y en la fachada figuraba el cartel Casa de Socorro, porque también albergó en esa época una especie de ambulatorio. Recuerdo que el nombre me impresionó mucho. Iba cogido de la mano de mi madre, y le pregunté qué era aquel edificio, por lo de Socorro, y me comentó que era una especie de hospital donde curaban a la gente enferma. Me impresionó tanto el nombre que cuando un septiembre de finales de los 80 entré por la puerta para hacer un cursillo – entonces ya había cambiado su utilidad, y era el Instituto municipal de salud y calidad de vida - me volvió aquella imagen de mi madre y yo pasando por delante del edificio. Poco podía imaginar entonces, ni cuando iba con mi madre, ni cuando entré para hacer el cursillo, que ese edificio sería mi casa durante más de 20 años. Allí he estado trabajando durante todo ese tiempo, desde que acabé el cursillo y me contrataron para hacer inspecciones de sanidad, hasta esta mañana; y cuando uno trabaja en un sitio, 40 horas a la semana – bueno, ahora ya son menos – no puede menos que considerarlo su casa.
He hecho de todo, durante este tiempo, de inspector de sanidad, de administrativo, de técnico de salud, de recepcionista, y hasta de “investigador privado”, porque el primer jefe que tuve, al que debo mucho, por cierto, me enseñó que ser polivalente era una gran cosa. Luego aprendí que era un arma de doble filo.
Este mediodía he salido y me he girado para mirarlo, pero como iba con dos de mis compañeras no he querido dejarme llevar por el sentimentalismo. En vez de eso he sacado mi teléfono y le he hecho una foto. Mañana ya no iré allí, seguiré haciendo lo mismo, pero en otro edificio, en el que curiosamente también había estado la Policía.
Mientras caminaba hacia casa iba pensando en todas las cosas que he pasado allí, y en toda la gente que ha entrado en mi vida a través de esas puertas, en cómo he crecido yo como persona, y a pesar de que no es más que un edificio, un lugar más, no puedo dejar de sentir una cierta tristeza.
Que tengáis un feliz día, viajeros.
Entrellat