lunes, 16 de julio de 2007

El embarcadero

Foto: El Canal de la Giudecca, con la isla homónima al fondo. Venecia
Hoy aparco los cuentos de las dos últimas actualizaciones para seguir viendo el mundo como rueda. Vuelvo a Italia, a Venecia concretamente, de donde regresé hoy hace un mes exactamente.
Decía Donna Leon, una escritora de New Jersey afincada en Venecia, en su novela “Vestido para la muerte” (*), que la Giudecca es la zona residencial preferida por los Venecianos que viven en “la isla” – ellos dicen la isla para diferenciarlo de la zona continental. Seguramente debe ser así porque tiene el carácter del resto de Venecia, pero ni la mitad de turistas que el resto de la ciudad.
En uno de nuestros paseos, nos salimos de la zona turística. Me gusta hacerlo, se suele ver mejor la realidad de la ciudad, que no en las zonas preparadas para el turismo. Llegamos hasta la estación marítima y fuimos bordeando el Canal de la Giudecca, con la isla del mismo nombre como paisaje de fondo, hasta llegar a la punta de la Dogana, donde se encuentra la iglesia de la Salute. Allí nos esperaba una sorpresa que luego os contaré. Antes de dejar la estación marítima, mis compañeros de viaje se sentaron en un banco a llamar por teléfono, a pleno sol, y con el calor que hacía, yo preferí dar una vuelta por la zona para buscar una sombra y hacer alguna foto. Encontré una hilera de casa bajas, sin ningún atractivo arquitectónico, pero con una sombra que parecía llamarme, así que con la cara congestionada por el calor, me senté en el escalón de una casa. En la puerta de la casa de al lado, había una señora desempaquetando una mesita pequeña, y sacando las cosas de la compra de un carro, por lo que deduje que, si lo hacía en la calle, era porque la casa no debía ser muy grande. La señora me preguntó si me encontraba bien, y yo con mi italiano de pacotilla, le dije que un poco cansado y acalorado. Enseguida me dijo que si quería entrar en su casa y tomar un té fresco o cualquier otra cosa. Le di las gracias y le dije que no. La señora me dijo que no estaba acostumbrada a ver turistas por esa zona. Recogió sus cosas y entró en su casa, no sin antes decirme que si quería algo que llamara a la puerta. Me pareció entrañable que una persona, sin conocerme de nada me ofreciera su casa. Aunque esa misma generosidad la he encontrado muchas veces en los sitios alejados del turismo. Me levanté y fui hacia donde estaban mis compañeros. Ya habían acabado sus llamadas, y seguimos hasta la Salute. Allí nos esperaba la sorpresa de la que os hablaba antes, al menos así lo fue para nosotros. Fue uno de los grandes momentos del viaje. Había una chica con un Chelo, tocando. Estuvo casi una hora de reloj regalándonos sus piezas con una maestría y una sensibilidad sorprendentes, y por supuesto entre el entorno y la música, me volví a sentir afortunado por poder estar allí en aquel preciso momento. Un regalo de la vida.
Feliz día, viajeros.
Entrellat
(*) Esta novela, aunque por el título pueda parecer un bodrio, tiene una trama muy bien desarrollada, pero lo mejor es que describe de maravilla la vida cotidiana de los venecianos, de los que viven y trabajan en la isla, los problemas de vivir el día a día rodeados de agua, el excesivo turismo, y en general todos los inconvenientes de vivir en un sitio como este. Os la recomiendo.

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